En los últimos dias del ciclo taurino Isidril de 2023, año en el que se han realizado los fastos principales de conmemoración del Bicentenario del Ateneo Español, que inauguraron sus Majestades los Reyes de España el pasado 11 de abril de 2023, quizá convenga recordar capítulos menos conocidos de la vida ateneísta, como su relación con la tauromaquia. La celebración del Bicentenario reafirma el carácter de ese Ateneo Español de 1820, como el antecedente directo e inmediato —se le ha denominado el Primer Ateneo— del actual Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, fundado algo después, en 1835. El Ateneo de Madrid es, sin duda, una de las más veteranas sociedades culturales de España, y en ella también la tauromaquia ha tenido su sitio.
En 2022, El Ateneo de Madrid programó algunas actividades relacionadas con la tauromaquia, retomando con ello una arraigada tradición que, aunque con intermitencias, siempre ha estado presente en esa Docta Casa. Algunos medios especializados recibieron la información con indudable satisfacción, recordando algunos grandes hitos, como el ciclo Introducción a la Tauromaquia, celebrado en el Ateneo en abril de 1984. Una de las actividades más destacadas de 2022 fue la presentación del acto Tauromaquia: arte, cultura y sociedad, que tuvo lugar el 20 de abril, en el salón principal del Ateneo, la Cátedra Mayor, con participación de destacados representantes de los diferentes sectores taurinos.
Pero, en realidad, se trató de un acto doble, organizado con el propósito de presentar el debate principal que afecta actualmente a la fiesta taurina, el debate de su proscripción. Y así, al acto del 20 de abril de 2022, le siguió otro, titulado Desmontando la Tauromaquia, que se celebró el siguiente 22 de abril de 2022, en el que intervinieron activistas antitaurinos y algún miembro del PACMA. Mas no fueron esos los únicos actos realizados en el Ateneo sobre materias taurinas en 2022, pues también se presentaron ese año en tan ilustre tribuna la Agenda Taurina 2023, así como otra obra, de Muriel Feiner, relacionada con los toros y publicada en ese año.
Desde luego, tampoco fueron los actos celebrados entre 1984 y la actualidad, ni los únicos, ni los más importantes hitos reseñables sobre tauromaquia, que se han realizado en el Ateneo durante su ya bicentenaria historia. Casi está olvidado, y por eso convendrá recordarlo, que el Ateneo de Madrid estuvo presidido, entre 1962 y 1971, por el escritor y académico de la Española, D. José María de Cossío (1892-1977), autor de la monumental obra Los Toros, tratado técnico e histórico, popularmente conocido como El Cossío, que es el tratado más extenso y documentado que existe sobre tauromaquia, centrado sobre todo en las corridas de toros desde sus orígenes.
Al igual que también deberían recordarse otros hitos no menos destacados, también algo olvidados, como la relación del diestro Ignacio Sánchez Mejías (1891-1934) con el Ateneo de Madrid. Sánchez Mejías fue ateneísta, pero del de Sevilla, si bien acudió en muchas ocasiones al Ateneo madrileño. Y un ilustre socio del Ateneo de Madrid, Federico García Lorca (1898-1936), gran aficionado a los toros y que conoció al diestro, fue quien compuso la sentida y famosa elegía por la muerte del torero, en 1934, en su magno poema Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, publicado en 1935. Una composición de la que todos conocemos sus versos iniciales: A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde.
El debate sobre la tauromaquia que quiso ofrecer el Ateneo en 2022, con la intervención de sus partidarios y de sus detractores, aspiraba a recrear una larga tradición de debates sobre la tauromaquia que ya es antigua en esa Docta Casa, y que lo es mucho más aún en la sociedad española, pues las primeras polémicas y los primeros cuestionamientos generales respecto de las corridas de toros se remontan, como poco, al menos al siglo XVI. Pero también lo eran en el Ateneo, como se ha indicado, pues en él se gestaron algunas polémicas, hoy perdidas en las simas de la desmemoria, pero que fueron en su día relevantes y seguidas por el más amplio público. Una de ellas fue la que protagonizaría D. Juan Valera, en 1864, que escribió entonces una Apología de las corridas de toros, que se puede consultar haciendo click en este enlace. Parte del éxito de esa Apología tenía que ver con la personalidad del autor, que fue quizá el intelectual español más destacado de la segunda mitad del siglo XIX.
Y es que, D. Juan Valera y Alcalá Galiano (1824-1905), no ha sido solo uno de los más ilustres socios del Ateneo de Madrid. Su figura, por derecho propio, se constituye seguramente en la de uno de los personajes prototípicos de referencia del ateneismo madrileño. Era nieto del marino y científico D. Dionisio Alcalá-Galiano (1760-1805), astrónomo y cartógrafo, quien murió heroicamente en la Batalla de Trafalgar (1805). Y fue sobrino del político liberal D. Antonio Alcalá-Galiano (1789-1865), que lideraría el liberalismo moderado desde 1836, y presidió el Ateneo de Madrid, entre 1849 y 1852. Juan Valera (leer Juan Valera, un ateneista para un bicentenario) alcanzó amplia popularidad, en su tiempo, por dos novelas de mucho éxito, Pepita Jiménez (1874) y Juanita la Larga (1895).
Sin embargo, suele ignorarse su obra como historiador, pues fue él quien dirigió la confección y redacción de la edición definitiva de la Historia General de España, de Modesto Lafuente (1806-1866). Esa edición, fechada en 1877, continuó la historia inicialmente redactada por Lafuente, que llegaba hasta el final del reinado de Fernando VII. Valera continuó la narración de la Historia General de España, con la colaboración de Antonio Pirala (1824-1903) y Andrés Borrego (1802-1891), también ateneístas. Con ellos, Valera dirigió la preparación del Volumen VI, y último, en el que añadió las guerras carlistas, el reinado de Isabel II y el de Amadeo de Saboya, y la Primera República, concluyendo la obra con la narración de la Restauración de Alfonso XII.
Y casi nadie recuerda su faceta de crítico literario y, sobre todo, la de ensayista. Para muchos, Valera fue el más destacado crítico literario español, después de Menéndez Pelayo (1856-1912), con el que le unió una profunda amistad. Ambos, junto con el también ateneísta Manuel de la Revilla (1846-1881), configuran el más destacado grupo de críticos literarios españoles de la segunda mitad del siglo XIX. Como ensayista y sobre todo como autor de Discursos Académicos, especialmente en la Real Academia Española, alcanzó probablemente la más penetrante y clarificadora mirada sobre España, los españoles y sus principales problemas. Una mirada tan profunda y tan larga sobre nuestra historia nacional, que sigue estando vigente en gran medida hoy. Su Apología de las corridas de toros se encuadra entre su obra ensayística.
El argumento principal de Valera en su Apología de 1864, consistió en defender que las corridas de toros eran una diversión popular, ni más ni menos profana, ni más ni menos contraria a las buenas costumbres, que la comedia, el baile, los títeres, el circo ecuestre, las competiciones deportivas y otras. Debe mencionarse que Valera polemizaba en este texto contra uno de los argumentos más en boga en la época para condenar las corridas de toros: que no era un espectáculo que motivase a los espectadores para obtener un perfeccionamiento o recibir nuevas ideas. Pero, se preguntaba Valera, ¿es que la gente acude al teatro, a las competiciones deportivas o a otros espectáculos para eso, o lo hace para divertirse?
Claro, dice D. Juan Valera, que sería muchísimo mejor que la gente no pensase tanto en divertirse y que se quedase en casa, estudiando, rezando o cumpliendo con sus obligaciones. Pero, siendo el caso de que la humanidad gusta de divertirse, desde luego, no le parecía a Valera que los toros fuesen una diversión más censurable que otra cualquiera. No es que afirmase que las corridas de toros fueran el más excelso espectáculo imaginable, pues en eso debe aplicarse el viejo dicho latino, de gustibus non disputandum, sino que le parecía un exceso estrafalario el combatir las corridas de toros con singular furia, como si fuesen el extremo de lo malo.
Hoy los tiempos han cambiado, sin duda. Actualmente, quienes atacan las corridas de toros ya no se presentan como personas preocupadas por velar o “proteger” la sensibilidad moral de los espectadores en unos espectáculos, como los taurinos, donde imperan las emociones fuertes e intensas: ¡sangre y arena! Quienes atacan la tauromaquia en nuestro tiempo apelan a una no menos extravagante argumentación: la defensa de los “derechos de los animales”, sea eso lo que sea. Lo que no ha cambiado es el ataque con singular furia a los festejos taurinos.
Ya va para quinientos años que se suceden intermitentemente ataques a la tauromaquia, en lo que ha terminado por constituirse en un auténtico clásico, aunque sea de adverso, dentro del subgénero de la literatura política sobre espectáculos: el antitaurinismo militante, proceda del Papa y los prelados, proceda de reyes y emperadores, austrias o borbones, lo haga de los revolucionarios…, o proceda del actual animalismo. En cualquier caso, todo un clásico.