El 11 de febrero de 1873, tras hacerse pública la dimisión del rey Amadeo I, fue proclamada la Primera República española, en sesión conjunta del Congreso y el Senado. El propio desarrollo de la revolución iniciada en septiembre de 1868, que derrocó Isabel II, culminaba así su fase ascendente, valga la expresión, con la proclamación republicana de 1873. La habilidad de Estanislao Figueras (primer presidente de la Republica, entre febrero y junio), concitó a republicanos, demócratas y radicales para proclamar la Primera República española.
La república llegó por el agotamiento de la monarquía democrática establecida en la Constitución de 1869, que Amadeo I no logró asentar, más que por la fuerza de los republicanos. El republicanismo no tenía mucha implantación y se aún se discute sobre si fue una república sin republicanos, pues los republicanos eran minoría. En todo caso, la movilización política de los republicanos federales fue extraordinaria, pero orientada más a hacer una revolución dentro de la revolución (la Revuelta Cantonal), antes que a establecer la república sobre bases sólidas: el proyecto de constitución republicana federal nunca se aprobó.
La Primera República fue breve, pues duró 22 meses, hasta el 29 de diciembre de 1874, en dos periodos, el federal, hasta el 3 de enero de 1874 (unos 10 meses), y el unitario, bajo el general Serrano, hasta el 29 de diciembre de 1874 (unos 12 meses). En las relaciones exteriores, el nuevo régimen sólo fue reconocido por USA y por Suiza. Fue breve e inestable por la difícil situación de los numerosos conflictos que procedían de antes, o que se originaron durante el reinado de Amadeo I, que continuaron. El desorden adicional causado por la nueva situación revolucionaria y la deficiente dirección de los primeros gobiernos republicanos, junto con la Tercera Guerra Carlista (1872-1875), la sublevación cantonal (1873) y también la Guerra de los Diez Años cubana (1868-1878), impidieron que la República se pudiese asentar, pese al ensayo de “república sensata” que intentó Serrano durante casi todo 1874.
Constituyó un proyecto frustrado de establecer el Estado y la Nación sobre nuevos presupuestos políticos, morales y territoriales, que hacían tabla rasa de la experiencia liberal iniciada con la Constitución de 1812. Para el conjunto de los liberales, la dinastía tradicional había “fallado” en el desempeño de sus cometidos constitucionales, lo que justificaba su expulsión. Pero la dinastía importada por Prim no cuajó. El proyecto republicano expresaba las aspiraciones de los sectores revolucionarios más radicales que rechazaban el diseño social e institucional del liberalismo anterior que, a su juicio, tampoco había “funcionado”.
La República para los republicanos, especialmente para los más intransigentes, no significaba tanto un régimen político, como la posibilidad de conseguir todos sus anhelos de descentralización, democracia, laicismo, civilidad y atención a las aspiraciones sociales de las clases populares, frente al dominio de las clases medias y altas propio del modelo moderado. Es decir, una propuesta de “redención general”. Pero la República también “fallaría”. Para la izquierda política española la experiencia republicana significó el fracaso de una gran ilusión. Pérez Galdós, republicano convencido, hizo duras críticas en sus Episodios Nacionales a la república y al Sexenio Revolucionario (1868-1874) en su conjunto.
El problema más urgente que tuvieron que atender los dos primeros Gobiernos republicanos, el de Figueras y el de Pi y Margall, entre febrero y julio de 1873, fue restablecer el orden que estaba siendo alterado por los propios republicanos federales. Estos habían entendido la proclamación de la República como una nueva revolución y se habían hecho con el poder por la fuerza en muchos lugares, donde habían formado «juntas revolucionarias» que no reconocían al Gobierno de Figueras, porque era un Gobierno de coalición con los antiguos monárquicos, y tildaban de tibios a los republicanos de Madrid. Y con Pi y Margall estalló la revuelta cantonal, en julio. La recomposición del orden fue la tarea iniciada por Salmerón y continuada y culminada por Castelar, desde septiembre a enero de 1873.
La participación del incipiente anarquismo se manifestó en muchos de los motines y revueltas cantonales, señaladamente en la de Alcoy (Alicante). En la Primera Internacional (AIT), hasta hubo serios debates sobre la revolución cantonal, en los que Marx achacó a los bakuninistas (anarquistas) el fracaso de la República. La sección española de la AIT fue prohibida por Serrano, el 10 de enero de 1874. Anarquistas y republicanos federales actuaron juntos muchas veces durante la revuelta cantonal y lo seguirían haciendo en lo sucesivo. La participación ácrata se notó en los ataques a la propiedad y al estado, y se materializó en quemas de archivos judiciales y registros de la propiedad, en las poblaciones en las que se establecieron los cantones.
A diferencia de otros momentos de la Historia de España del siglo XIX, los Episodios Nacionales dedicados por Pérez Galdós a la Gloriosa Revolución y a su evolución (la Quinta Serie), no alcanzan la emoción que caracterizó las cuatro primeras series, pues están llenos de melancolía. Él, que vivió los hechos directamente como periodista en ejercicio, fue uno de los muchos decepcionados por la República, y se mostró muy crítico con la actuación política republicana. En 1873, precisamente, había iniciado la publicación de la primera serie de los Episodios Nacionales. La quinta y última serie de dichos Episodios (inacabada), que está dedicada a la Gloriosa Revolución (España sin Rey, España trágica, Amadeo de Saboya y La Primera República, fue escrita entre 1907 y 1911, años en los que Pérez Galdós intervenía aún en política (era diputado desde 1910 por la Conjunción Republicano-Socialista).
Sin embargo, hay dos novelas de bastante interés sobre la Primera República. Una, la clásica de Ramón J. Sender, Mister Witt en el Cantón, que fue Premio Nacional de Literatura (en narrativa) de 1935. Y, más recientemente, la novela de José Calvo Poyato El año de la República, aparecida en 2023. También es muy recomendable la lectura del discurso de Castelar en la Cortes, el 2 de enero de 1874, en el que revisó con detalle las causas del fracaso de la República Federal propuesta en 1873. Y no se pueden olvidar los tan recientes, como magníficos estudios de Manuel Rolandi sobre esa experiencia republicana.
La Primera República conformó también una línea divisoria en la historia del liberalismo español, trazada tras el caos revolucionario y la caída definitiva de la república. En 1866 había sido posible aunar a todos los liberales progresistas y a los Demócratas, en el Pacto de Ostende, que preparó la Revolución de 1868. A dicho pacto se pudo sumar a comienzos de 1868 la moderada Unión Liberal, todo ello por iniciativa de Prim, para derribar la monarquía de Isabel II. Esa alianza general de todo el liberalismo, desde sus sectores más radicalizados, hasta los más moderados, ya no volvería a ser posible en lo sucesivo.
El liberalismo tuvo que revisar en términos autocríticos la experiencia de 1868-1874, que había sido también producto de sus propias rivalidades. La reflexión de Cánovas y Sagasta, y muchos otros (Pirala, Valera, Andrés Borrego, Castelar, etc.), sobre el Sexenio Revolucionario también permitió clarificar y definir con más precisión los objetivos democráticos del liberalismo. Tras los graves daños causados al conjunto nacional por el extremismo revolucionario (la Revuelta Cantonal, el liberalismo reformularía su proyecto nacional, al margen de aventurerismos revolucionarios. Casi 70 años de revolución española (1808-1874) eran bastantes. Las bases del poder del Antiguo Régimen habían desaparecido en tan largo proceso, y solo quedaban restos del mismo, que una política reformista, mediante el Parlamento y la legislación podrían terminar de corregir, sin espasmos revolucionarios violentos.
La Primera República demostró, del modo más cabal posible, el extravío y la inutilidad del extremismo revolucionario. Como afirmó Castelar, fueron los propios republicanos quienes incendiaron la República. Una República que, sacudida simultáneamente por la Guerra Carlista, la Guerra de Cuba y la Revuelta Cantonal, se desenvolvió en el caos, hasta que, en enero de 1874, Serrano y parte del ejército intentaron formar una república ordenada, que no pudo mantenerse, pues cayó el 29 de diciembre de 1874, tras el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto.
Pérez Galdós tituló De Cartago a Sagunto, el penúltimo episodio de la inacabada Quinta Serie de los Episodios Nacionales. El protagonista (Tito Liviano) y los personajes de esta novela, entre sueños y fantasmagorías, asisten en Cartagena al asedio de la ciudad, en Madrid a la caída del último gobierno republicano y al profético asalto del Congreso en las Cortes por la Guardia Civil, y viajan tras las correrías carlistas. A pesar del título, la acción histórica narrada no llega hasta Sagunto, donde tuvo lugar la restauración monárquica, como avisa el autor en el último capítulo.