En los últimos cinco años estamos viviendo un florecimiento espectacular de la novela histórica. El pasado año, los dos premios de la editorial Planeta que tienen mayor dotación económica, el Planeta y el Fernando Lara, recayeron sobre sendas novelas históricas de Santiago Posteguillo y Jorge Molist. La primera es lo que antes llamábamos, despectivamente hace unos años, una novela de romanos; la segunda una aleccionadora historia sobre Pedro III de Aragón y su conquista de Sicilia.
Decía el autor barcelonés hace unos meses que ‘parece que hemos condenado al olvido a un rey como Pedro III el Grande’. Si preguntásemos a nuestros estudiantes, pocos sabrían decir quién fue el monarca aragonés y lo mismo ocurriría con el público en general. No se conoce la gesta que protagonizó y que le llevó a enfrentarse a Carlos de Anjou, rey de Sicilia; al rey de Francia y al mismo Papa Martín IV que llegó a excomulgarlo. Un rey de un territorio tan pequeño y poco poblado como Aragón, de poco más de un millón de habitantes, se llegó a enfrentar al país más poderoso del siglo XIII, diez veces más habitado. Aun así, llegó a derrotarlo y fue con un puñado de valerosos soldados y marinos aragoneses y sicilianos.
Algo similar, ocurriría dos siglos después con el descubrimiento y conquista de América. Hay historiadores y escritores que dicen que esa gesta fue una masacre y algo de razón tienen, pero el complejo de inferioridad que tenemos los españoles con nuestra historia debemos ponerlo en su justo término. Si bien los españoles de aquella época iban a América a hacer fortuna, no todos tenían en mente el oro americano. Los españoles han sido el único pueblo que en sus tierras conquistadas se mezcló con los habitantes de todas las tierras por donde estuvieron.
Las primeras universidades americanas fueron fundadas por españoles, un total de veinticinco. A esta cifra podemos sumar dos más que se construyeron en Filipinas, la cifra arrojaría el guarismo de veintisiete. Veintisiete más que el resto de las naciones europeas que conquistaron también varios países, donde las universidades tardarían tiempo en aparecer. Además, la arquitectura dio un salto cualitativo gracias a nuestros ancestros, lo mismo ocurrió con la agricultura y la ganadería. Fueron los misioneros franciscanos quienes enseñaron las nuevas técnicas agrícolas a los habitantes de aquellas tierras e igualmente lo hicieron en materia ganadera.
Jesús Maeso de la Torre nos cuenta en su última novela ‘Comanche’ como los primeros cowboys de América fueron los españoles. Aquellos dragones del rey o de cuera, como se les conocía por su peculiar atuendo de cuero con el que se protegían de los flechazos de los aborígenes americanos. Estos dragones mantuvieron la paz en una frontera de más de 4.000 kilómetros contra los exterminadores británicos y franceses. ‘Para los ingleses el único indio bueno era el indio muerto’, recuerda Maeso de la Torre. Nada más tenemos que ver como los descendientes en las tierras que dominaron los ingleses o franceses que han sido poquísimos y han sido confinados a reservas y los que hay en las tierras que fueron españolas. Nosotros, lo podemos decir con orgullo, fuimos los creadores del mestizaje.
Las masacres perpetradas por británicos y franceses en América son numerosas, pero no lo son menos que las que cometieron los británicos en India, o los belgas en el antiguo Congo, eso por no hablar de lo que hicieron los holandeses en el sur de África o los franceses a lo largo y ancho del continente africano, sin contar las que realizaron en Asia, tanto los franceses como otras potencias europeas.
De ahí que los novelistas históricos españoles estén desempeñando una labor imprescindible. Gestas como las de Blas de Lezo o Pedro de Úrsua tendrían que ser conocidas por todos nosotros. Al igual que pocos saben las hazañas que los muchos exploradores o conquistadores que llevaron a cabo en el continente americano con poquísimos hombres. Muchos de ellos libraron a la población autóctona de ritos crueles como los sacrificios humanos, estoy hablando de los macabros ritos aztecas de culto al sol. Muchas otras razas de México se unieron a los españoles para desembarazarse de personajes tan peligrosos y genocidas como Moctezuma.
También nos han informado de muchas de las gestas que tropas españolas realizaron en países como Judea, dos legiones auxiliares romanas, compuestas en su totalidad por guerreros cántabros, estuvieron presentes en la destrucción del Templo de Jerusalén. Asimismo, fueron los españoles los primeros humanos en llegar a la Antártida a bordo del navío de línea San Telmo, capitaneado por el brigadier Rosendo Porlier y que cuando llegó el capitán británico William Smith se sorprendió al ver los restos de la nave españolas con otros signos de actividad humana. Las autoridades británicas quisieron que dicho capitán se callase el descubrimiento protagonizado por españoles, pero él, un auténtico caballero inglés lo reconoció.
Navegantes vascos y gallegos, exploradores extremeños y andaluces, aguerridos soldados castellanos y valencianos o intrépidos combatientes aragoneses y catalanes que conquistaron gran parte del Mediterráneo, realizaron innumerables acontecimientos que están siendo conocidos gracias a la labor de nuestros novelistas, quizá más que de nuestros historiadores. Quiero recordar la gesta que un puñado de catalanes protagonizaron en 1860 a las puertas de Tetuán contra las tropas rifeñas. Al no poder conquistar la alcazaba, Prim, que arengaba a sus tropas en catalán, ideó una maniobra de distracción para que un puñado de castellers improvisaran un Castell con el que se pudo superar las murallas, los cañones confiscados a las tropas rifeñas fueron fundidos y se convirtieron en los leones que están a la puerta del Congreso de los Diputados para recordar una gesta de la que casi nadie se acuerda.
Son tantas las gestas de nuestra historia que los autores de este género tienen todavía muchísimos temas que descubrir a los lectores, como la de Juan Sebastián Elcano, que fue el primer marino en dar la vuelta al mundo y que los portugueses están queriendo ningunear a favor de Magallanes, que estuvo a punto, por sus pésimas decisiones, de dar al traste con tan magnífico periplo marino.
Nuestros escritores históricos han sabido recoger la antorcha de aquellos tres escritores geniales que dedicaron buena parte de su producción a la narrativa histórica. Me estoy refiriendo a Benito Pérez Galdós con sus magnos ‘Episodios Nacionales’, a Pio Baroja con sus ‘Memorias de un hombre de acción’ y a Ramón María del Valle-Inclán con su ‘Ruedo Ibérico’. Esos geniales escritores repensaron la historia de nuestro siglo XIX sin ninguna clase de trauma. Ahora, debemos repensar no sólo la historia de nuestro siglo XX sino toda aquella que ha quedado en el olvido y de la que no nos debemos avergonzar, pero sí asumir. Debemos reconocer nuestros errores, pero también nuestros aciertos y la novela histórica están ayudando de manera eficaz a ello.