Libertad:
El mes pasado, gracias al empeño puesto por Borrell, se celebró en Bruselas una cumbre de jefes de Estado y primeros ministros de los 20 países hispanoamericanos (CELAC) y de los 27 de la Unión Europea, con maneras de entendimiento. No obstante, el desencuentro con Mercosur, los arreboles de retórica criolla y la tácita lealtad al capo Putin, al final, arrojaron un fracaso estrepitoso, que se repite una y otra vez, desde que España viene apadrinando estas cumbres.
Es como recrear la torre de Babel, no precisamente lingüística, buscando entendimiento entre caudillos electos, algún ciudadano presidente de firmes intereses económicos y demócratas de convicción. Así surge un guirigay con aspavientos al que, en esta ocasión, hay que añadir que el anfitrión jugaba al “cucú-tras”, porque tampoco albergaba esperanza alguna de éxito.
Los españoles de América, sean criollos, mestizos o indigenistas, sean de izquierda o de derecha, se instalaron en una cultura absolutista a lo Fernando VII: el presidencialismo personalista, que vive ufano y dictatorial, a consta de la debilidad de las instituciones, incluidos los partidos políticos, la inexistencia o precariedad de élites intelectuales y el sometimiento ciego de la sociedad civil. Son 20 países de pobres cuyos ciudadanos trabajan para enriquecer a su amo. Es una forma de esclavitud posmoderna y con urnas.
El elector sudamericano no elige un proyecto político, porque no le presentan ninguno; elige a una persona que lo seduce. Por ejemplo, en el parlamento chileno, hay 20 partidos; es decir, 20 personas que quieren ser presidente, porque no hay tantas ideologías que puedan generar una identidad política diferenciada… Cada pretendiente lleva consigo una camarilla de fieles seguidores, dispuestos a secundar las órdenes del jefe, sin discusión ni debate alguno, ya que quien discrepa pierde la plaza.
Una vez conseguido el poder, el nuevo caudillo toma las medidas precisas para conservarlo, cambiando las reglas constitucionales y haciendo un apaño a su acomodo. Así, se explica la permanencia sine díe del PRI mexicano desde 1929 a 2018 y del régimen de Castro que aún perdura desde que derrocaron a Batista en 1959. Daniel Ortega sustituyó a Violeta Barrios de Chamorro en 1996 y sigue, con su sandinismo, cual otro Somoza redivivo con vitola de comunista. En cuanto a Maduro, títere y sucesor del difunto Hugo Chavez, no cesa de confiscar la libertad de su pueblo, tras apoderarse del Parlamento, de la Corte Suprema y de todos los resortes del Estado. Etc.
Después, aseguran los negocios del presidente, procurando poner a buen recaudo, en el extranjero, los pingües beneficios obtenidos. Lo demás son tácticas autoritarias, o de dictadores sin tapujos que, en Argentina y México cuentan con la simpatía de un tercio de la población. Esto es, uno de cada tres ciudadanos aplaude el sistema autocrático, aunque implique violencia, porque ellos mismos son impositivos y violentos. Hay un estudio realizado por el Latinobarómetro a este respecto, que así lo confirma.
El Salvador de Bukele, en cuestiones de violencia estatal contra la población merecería un artículo entero, por lo menos, si no fuera tan repugnante. Paradójicamente, la violencia al interior de la población, sea entre narcotraficantes, sea de pandillas de delincuentes, sea de militares o paramilitares, aunque destruye la convivencia, no es un asunto que preocupe a los dictadores de turno, salvo el caso estruendoso de El Salvador. Es como si los dictadores dejaran campar a sus anchas a sus alter egos, según la ley del más fuerte. Toda una regresión antropológica.
En estos escenarios, la libertad es una quimera. Lo digo por experiencia propia. Hace años, fui a Nicaragua para realizar un voluntariado. Un domingo por la tarde, no teniendo cosa que hacer, se me ocurrió irme al campo a andar. Iba solo. Además de encontrarme con una patrulla de militares que me sometió a un tercer grado con la máxima desconfianza, luego me di cuenta que estaba siendo observado, desde la floresta ubérrima de un lado y otro del sendero. Tantos ojos escudriñadores o eran de indios cuyas intenciones me resultaban ocultas, o de otros militares parapetados tras la selva. Sentí miedo y me volví a Cusmapa, mi lugar de trabajo. Tampoco es cuestión de hacer categoría de una única experiencia. Sin embargo, ahora mismo, hay por Guatemala, dando tumbos, dos millones de nicaragüenses escapados del paraíso comunista, que no les gusta el hambre, la miseria y la asfixia dictatorial que en él se prodigan.
Nacho Cano ha puesto en escena un espectáculo grandioso sobre Malineli, alias La Malinche, que pone algunas realidades en su sitio: la niña fue vendida como esclava por su propia madre, para evitar que fuera sacrificada. Esto no es enteramente cierto; realmente, al padrastro de Malineli le molestaba la presencia de la niña, fruto del matrimonio anterior de su mujer. Sí es cierto que muchas culturas precolombinas, había seis fundamentales y bien diferenciadas, hacían sacrificios humanos a sus dioses; y además, las antropófagas, como los aztecas, comerciaban con la carne humana, puesta en salazón. Cuando Malineli es regalada a Cortés, éste le restituye la libertad (prescripción de Isabel I de Castilla), le ofrece el bautismo que ella acepta libremente, le da un trabajo digno como intérprete (la chica era trilingüe) y le otorga atribuciones, convirtiéndola en doña Marina. También la hizo su amante y madre de Martín Cortés, uno de los primeros mestizos, que fue reconocido y criado por su padre.
La Malinche es un símbolo de libertad y de la dignidad que corresponde a todo ser humano, hombre o mujer, que hace del trabajo baluarte de identidad.
Igualdad:
Tras el segundo viaje de Colón, la reina Isabel decretó la igualdad de los nativos americanos en paridad de derechos y deberes a los súbditos de Castilla. Luego, en 1514, el rey Fernando de Aragón, regente de Castilla, reconoció el matrimonio interracial entre españoles y aborígenes americanas. Posteriormente, en 1521, su nieto Carlos, creo el Consejo de Indias, una especie de ministerio de asuntos exteriores específico para entender las necesidades y la gestión de aquellos territorios y, en 1542, tras el dictamen de la Escuela de Salamanca, con las Leyes Nuevas de Indias amplió los derechos reconocidos a los indios. De esa manera, junto a Nueva España, apareció Nueva Granada, Nueva Andalucía y Nueva Extremadura; es decir, los españoles de América. Algunas de aquellas igualdades otorgadas en el siglo XVI, las alcanzaron en USA ya entrado el siglo XX, dicho sea para taponar las mentiras de la leyenda negra, urdida por holandeses con la aquiescencia inglesa. No son más que patrañas utilizadas como arma de guerra.
Hoy, las desigualdades internas en las 20 repúblicas americanas son delirantes: los afortunados son muy pocos, pero riquísimos; en cambio, los pobres son muchísimos y paupérrimos. Esta desigualdad no sólo es económica, es también ética y cultural. El criollo, favorecido por la fortuna económica, menosprecia a sus compatriotas desafortunados y se considera legitimado para usar su poder en contra de ellos, para agrandar las distancias. La élite minoritaria tiene una pretensión paranoica por mantenerse arriba, que provoca la agrupación, a la defensiva, de los desfavorecidos. Esta escisión social es fuente de inestabilidad política, genera pronunciamientos militares, golpes de Estado y guerras civiles larvadas o manifiestas.
Por eso, decía Ganivet: En las repúblicas de origen hispano, las virtudes de la raza española han degenerado y se han convertido en pecados capitales: el valor ha venido a dar en militarismo, en el que hasta los soldados quieren ser generales y la altivez se ha cambiado en infatuación pedante (Idearium)
Doña Marina, nuestra Malinche, supo navegar en el mundo proceloso de la conquista. Es bien sabido que la inteligencia es la capacidad de adaptación, en todas partes. Aquella mujer no sólo supo adaptarse, sino que influyó con acierto, según destaca Nacho Cano en su Musical: fue un puente entre unas culturas que andaban por la Edad de los Metales (IV a I milenio antes de Cristo), bien que aún ni siquiera conocían el hierro y otra que cabalgaba el Renacimiento del cinquecento. Eran más de cinco milenios de distancia. Por su parte doña Marina traducía siempre a favor de la expectativa del destinatario; esa trampa inocente favorecía encontrar los acuerdos fácilmente. Por ese papel de intermediaria, Malinche fue acusada de traidora. De hecho, aun hoy día se considera el malinchismo como sinónimo de traición.
Entre los autócratas americanos y la democracia hay menos distancia que entre la Edad de los Metales y el Renacimiento europeo. Faltan los puentes, que hay que atravesar con mucha frecuencia, en uno y otro sentido, si no queremos repetir el tortazo que se acaba de dar la UE en su diálogo de sordos con la CELAC.
Con todo mi respeto a los próceres de Borrell y de Albares, he de recordar que las sociedades tienen una personalidad, ideas propias y una voluntad de acción colectiva, que no se improvisan de la noche al día, ni se precipitan por el afán voluntarista de una coyuntura.
La Malinche de hoy ha de sembrar, casi todos los días, ideas-fuerza, ideas poderosas, ideas susceptibles de crear voluntades colectivas, porque conlleven aspiraciones de igualdad, ambición transformadora, ganas de superar la abulia y el sometimiento acrítico al sátrapa de turno. El poder reside en todos y cada uno de los individuos que integran una nación, ahí se fundamenta la posibilidad de la sinergia colectiva. A la Malinche de hoy le toca crear la consciencia.
Invertir allí para resolver la desigualdad, que es un proceso largo y de enjundia, es necesario para que pueda haber estabilidad interna dentro de los países de la CELAC y capacidad de diálogo con el exterior. Mientras sean sociedades escindidas de sí mismas, desiguales dentro y abisalmente distantes de sus interlocutores, no habrá condiciones mínimas para la negociación, el contrato será muy difícil de conseguir y, de obtenerse, carecerá de garantías de cumplimiento. Si la actual Unión Europea proviene de la Comunidad Económica del Carbón y el Acero, el litio, cuya riqueza abarca a varios países de los españoles americanos puede ser el aglutinante para un proceso similar en Hispanoamérica.
Tan importante, o más, es invertir en ideas, recuperar el prestigio que corresponde a un líder y crear un estado de necesidad de la superación por venir.
Fraternidad:
La fraternidad, dado que hay hermanos de sangre que se odian o se detestan, no es una categoría otorgada, ni una gracia que derive de la herencia genética; la engendran las relaciones personales, adunar fuerzas para afrontar la tensión que exige sacar un proyecto adelante, compartir el gozo del éxito o el dolor de la frustración. Ello implica compartir intereses, aspiraciones, métodos de trabajo, el quehacer mismo; en definitiva, compartir una cultura.
En la fraternidad entre españoles de Europa y españoles de América, hemos de contar con el tesoro del idioma común, que nos facilita una forma de pensar, unos modos de sentir y una manera de ser. Durante los ocho viajes que yo he hecho a América, nunca me he sentido extranjero, he estado en casa, con mi gente. Es un indicador que tengo para mí. No sé si seré el único.
La ambivalencia respecto a España no la voy a negar, está inducida, como estrategia política, desde la convención de Sao Paulo y da resultado entre indigenistas y mestizos. La cultura woke anda por doquier y tergiversa todo cuanto pilla. Hay criollos, como López Obrador, uno de los adalides de la cultura woke, que hace del odio a los fantasmas del pasado palanca para manipular; es capaz de usar la mentira como arma política con tal de conseguir aglutinar a la masa contra un enemigo que nunca existió y que cuando arrió la bandera roja y gualda dejó 22 universidades dispersas y una estela cultural que había asombrado a Humbolt, que no era precisamente un hispanista.
La música no admite fronteras ni en el espacio, ni en el tiempo. Una composición puede gustar o no, resultar alegre y desenfadada, apabullante y solemne, o de percusión estruendosa alternada con baladas deliciosas, como la de Nacho Cano. En cualquier caso, la música es un lenguaje universal e intemporal, que no necesita traductores.
El camino iniciado por Nacho Cano con su musical es muy sugerente, en orden a recuperar la fraternidad entre la España europea y las veinte repúblicas hispanoamericanas de la CELAC. De hecho, la música popular ya es una gran autopista por donde circulan cientos de artistas, en un sentido y otro, a lo largo del Atlántico, sin que haya intencionalidad política, ni de reconstrucción de la fraternidad cultural. Pero puede haberlas.
El espectáculo de Cano presenta al cristianismo como una religión de amor y compasión, una hermosa intencionalidad civilizadora, aunque llevara incardinada la Inquisición. En Chinchero (Perú) hay un Cristo criollo, barroco y dramático, arrodillado sobre la bola del mundo. Hace años, hubo que restaurarlo y le hicieron radiografías para ver qué albergaba el alma de la estatua, si era escayola o madera. Dentro encontraron un caudal de símbolos del culto al Inti, el dios del Sol, inca por los cuatro costados igual que Cristo es otro dios solar, mitráico. El Cristo de Chinchero no es un símbolo de sincretismo cultural, sino una manera creativa con que “la Malinche peruana” soslayó el proceso inquisitorial. Hoy, los españoles de América son masivamente creyentes, mientras los españoles europeos navegamos en el agnosticismo y nuestros conventos son repoblados por mestizos americanos. Cambió el signo de los tiempos; ahora, aquí somos tierra de misión para la fe, mientras ellos siguen necesitando misiones culturales, para robustecer la sociedad civil y creer en sí mismos. Todo un reto, no sé si recíproco.
Dejando de lado los dogmas de fe, los rituales y la liturgia, lo que queda son los valores cristianos o estoicos, los de origen islámico y judío, la estética helénica y la mística sufí, nuestra herencia de aquel pasado, que nos hace hermanos al presente. Es preciso crear conciencia de ello, para que afloren los rasgos de la idiosincrasia hispana.
En esa línea, anda la Fundación Ortega-Marañón con su programa “Repensar iberoamerica”, que pretende deslindar el concepto de la América ibérica, separándolo del de América latina, que es un invento francés. Es un buen comienzo. Luego pretende la formación de líderes y alentar la preocupación por la seguridad ciudadana. En el programa, falta una estrategia económica, que no puede consistir sólo en poner en común los recursos que aporte la Unión Europea, porque aquellos países pueden ser ricos también. La idea es excelente y esperemos que otras instituciones como el Ateneo, fundaciones privadas como la Rafael del Pino y públicas como la Real Academia de la Historia hallen hueco en sus programas para secundar este proceso. No es cuestión de “repensar”, sino de empezar a pensar.