diciembre de 2024 - VIII Año

La Leyenda Negra y su vigencia en el mundo hispánico

Viñeta de Eugenio Rivera

Juan Valera (1824-1905) dejó una obra ensayística de enorme interés que, en este año en el que se conmemora el 2º Centenario de su nacimiento, merece la pena recordar, pues sus estudios siguen estando en gran medida de plena actualidad. En su ensayo Sobre el concepto que hoy forma de España, escrito al estallar la Revolución de 1868, plantea un debate inacabado al día de hoy. Para él, todos los españoles, hasta los que peor y más sin remedio consideran a España, son conscientes de su gran ser histórico, y de que lo que tanto los lleva a hablar mal de su país a menudo, es justo el contraste entre esta conciencia de grandeza y la pobre realidad presente.

Hay un problema adicional implícito en ese mal concepto que se tiene sobre España, en general, cual es la aceptación por los españoles, en gran medida, de las estrafalarias falsedades de la Leyenda Negra, que han terminado calando en la conciencia española y, más aún, en la de los pueblos hispanos en general, pueblos que hasta dudan de qué son exactamente: ¿latinos?, ¿ibéricos?, ¿hispanos?… Una aceptación de esa falsa historia que tiene que ver con el desconocimiento de lo propio y con la dócil sumisión ante lo foráneo y el seguimiento de las modas extranjeras entre nuestras élites.

Quizá, decía Valera, sucede en la actualidad que hay españoles que, siguiendo y afirmando ciertas ideas expresadas por Tomás Campanella (1588-1639) en su De monarchia Hispanica, entienden que los Pueblos del Norte (bárbaros) tuvieron el imperio mientras la fuerza bruta todo lo valía (la Edad Media), pero lo perdieron en favor de España cuando la astucia, el ingenio y la habilidad, con la invención de la imprenta y de la artillería en el Renacimiento, valieron más que la fuerza. Pero tiempo después, cuando todo el nervio y vigor de las naciones empezó a consistir en el trabajo mecánico (revolución industrial), la grandeza del imperio se apartó para siempre de España y se volvió hacia las naciones boreales del norte.

Con Lo que América le debe a España (2023), el argentino Marcelo Gullo concluyó su trilogía sobre España y América, iniciada con Madre Patria y continuada con Nada por lo que pedir perdón. Una obra en la que Gullo ha vuelto a denunciar, con gran detalle y repercusión mediática, la gigantesca falsificación existente en la historia universal, llena de tópicos mendaces respecto a España. Y es que el pasado es complejo y no se puede escribir en blanco y negro. Y, pese a ello, hay una falsa historia negra de España y de la conquista española de América, y hay una falsa historia rosa de Holanda, de Inglaterra, de Alemania, de Francia, de los Estados Unidos y de sus respectivas conquistas. Ambas fábulas se enseñan en todos los colegios y universidades del mundo, incluidos los del mundo hispánico, por paradójico que pueda parecer.

Historias disparatadas que, se quiera o no reconocer, tienen su origen en las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII, entre el protestantismo y el catolicismo. Unas guerras en las que finalmente resultaron ser vencedores los protestantes, algo tardíamente, en los siglos XVIII y XIX. La preeminencia económica, militar y política ganada en esos dos siglos por las potencias protestantes del norte de Europa, les ha posibilitado falsificar la historia real con esa historia fabulada denominada “Leyenda Negra”. Una leyenda que mantiene su vigencia en este siglo XXI, en el que esa falsificación de la historia se ha constituido en uno de los aspectos principales de lo políticamente correcto hoy.

Es primordial por todo ello denunciar y combatir esa historia falseada y transmitida durante años y años, como “historia verdadera”. Porque la leyenda negra no es, por desgracia, solo un tema del pasado, un tema histórico en el sentido temporal, sino que, al contrario, se hace presente y se patentiza en muchos de los conflictos ideológicos, políticos y sociales del presente. Es como una enfermedad infecciosa, como una hidra de mil cabezas, que reaparece en todos los periodos históricos, con una capacidad de adaptación a todas las contingencias del devenir histórico realmente sorprendente.

La crítica despiadada de muchos de los más conocidos intelectuales europeos —Montaigne, Montesquieu, Bacon, Hobbes, Voltaire, Hegel, etc.— contra la presencia de España en América ha terminado por generar entre la intelectualidad hispana un sentimiento de culpabilidad que se substancia en un complejo de inferioridad y en falta de autoestima, incapaces de combatir aquella imagen dominante en Europa y América de una España atrasada, violenta y cruel. Tras el juicio y condena de España, ésta ha quedado prometeicamente atada a la roca de la Leyenda Negra. Liberarla de esas ataduras es obligación de quienes amen la verdad y la justicia y una urgente necesidad para los pueblos hispanos. El punto culminante del desasosiego, del complejo, de la crisis de autoestima hispánica se produjo en 1898, con la pérdida final de las últimas posesiones en Asia y América, con las consecuencias de todos conocidas.

No se trata sólo de que quien controla el pasado controla el presente y construye el futuro, sino de tener claro que entre el pasado y el presente hay una filiación tan estrecha, que juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente. Al falsificar el sentido real de la historia también se pervierte la política. El origen de las malas políticas de los países hispanos de ambos hemisferios está también en la aceptación de esa falsa historia asumida como verídica. Y también es una de las causas de las políticas perversas que hoy se extienden por casi todo el mundo hispánico.

Lo más singular y lamentable, lo peor para Valera de esa falsificación es que muchos hispanos, sobre todo los más cultos y formados, los que viajan y leen, han acabado por formarse sobre España y el mundo hispánico un concepto tan malo, como el de los extranjeros más adversos. Empiezan por hablar mal su lengua, o lo hacen llenándola de anglicismos y de faltas de gramática. Son personas que conocen los defectos de los pueblos hispanos, pero que, lejos de intentar superarlos, los exageran al máximo, con cierta conciencia desgraciada. La vieja Leyenda Negra se revive en el mundo hispano cada año el 12 de octubre. Por contra, de las aportaciones del mundo hispánico al conjunto de la civilización, lo ignoran sustancialmente todo.

Otros, quizá algo más sensatos, no caen en esas funestas manías, pero igualmente se sienten muy descontentos y desengañados de España, su país, y destacan en público los defectos achacables al mundo hispano. Y algunos más suelen decir, a su vez, que no hay nada mejor en el mundo que España o los países hispanos de América. Una actitud doble, que, por un lado, halaga a los ignorantes y, por el otro, no señala con franqueza esos defectos y faltas de los hispanos que al mismo tiempo denuncian, dando a entender que no serán tan graves, pese a que les parezcan tan inveteradas como sin remedio.

La interiorización de la Leyenda Negra hace que, actualmente, el concepto que tienen de sí mismos muchos hispanos de ambos hemisferios se mueva entre dos extremos igualmente viciosos: de un lado las élites y del otro los pueblos. Los más formados y estudiados cuestionan y hasta reniegan a menudo de su pasado histórico y cultural. Y las gentes de buena fe que no han viajado, ni estudiado, ni leído mucho, las clases populares, tienden a pensar que nada hay mejor que lo hispánico en la música, el arte, la gastronomía y los modos de vida. Simplona admiración de lo propio y obcecado patriotismo que, por desgracia, es inútil cuando no nocivo.

Pero peor es aún el caso de quienes creen que todo está ya irremediablemente perdido y condenan lo hispano a una inferioridad perpetua y a una perpetua desesperación, en las condiciones actuales del mundo moderno. Y así, en España, sucede que el recuerdo vivo, indeleble, de la pasada grandeza, es un aguijón que a veces nos impulsa y a veces se convierte en una nostalgia que nos atribula y atormenta.

En suma, como destaca Valera, es seguro que todos los españoles, hasta los que hallan peor y más perdida a España, tienen conciencia del gran ser de esta nación y de su alto destino, y que la contraposición entre esta conciencia y la realidad presente es lo que tanto los lleva a maldecirla a veces. Mas no por eso se debe desesperar. Antes bien, el exceso mismo de nuestro mal y todo cuanto lo lamentamos y lo mal sufridos que somos, junto con la injusticia con que los extranjeros nos censuran a menudo, son indicios de que no hemos caído para siempre, son casi un buen augurio.

Si España, como dijo en su tiempo Campanella, fue poderosa y respetada cuando la astucia y el ingenio prevalecieron sobre la fuerza bruta, hoy, que prevalece no sólo el trabajo mecánico, sino también la inteligencia, no hay razón para que se haya de considerar a España menos o peor que las otras naciones.

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