La filosofía conforma y ha conformado el sustrato intelectual básico en el que se apoyan y del que se alimentan las ideas básicas y generales sobre el mundo, la realidad, el hombre, etc., que han sido compartidas por cada generación en cada tiempo. Ámbito mental en el que se expresan, conceptualizadas, las nociones que informan el pensamiento general de cada época, y base espiritual de la que se han nutrido todas las obras, literarias, artísticas, jurídicas y científicas, aparecidas en cada tiempo histórico. La cultura ibérica, en su más omnicomprensiva y amplia acepción, ha realizado en casi todos los tiempos aportaciones fundamentales, y en ocasiones decisivas, a la cultura universal. Unas veces en la literatura, o en las artes y las ciencias, o en el derecho y, a veces, también en la filosofía y el pensamiento, desde hace siglos.
No es porque lo advirtiesen Menéndez Pelayo y Ortega y Gasset, sino porque es evidente que, desde sus momentos iniciales en la antigua Grecia, no hay ni ha habido después ninguna filosofía que haya comenzado ex novo. No hay historia, y muy especialmente la de la filosofía, en la que no se pueda rastrear mejor la genealogía de las ideas y de los hechos, que nunca surgen como mero azar fortuito. Toda doctrina y toda tesis han aparecido siempre en la historia como respuesta a una filosofía anterior, bien fuese para su desarrollo, o bien para su refutación. Toda filosofía es deudora de sus precedentes, los reconozca y reivindique, o los ignore y desprecie. Y en el mundo ibérico se ha elaborado filosofía desde tiempos lejanos y se ha seguido elaborando hasta la actualidad. Tiene pasado y presente, y seguramente también tiene futuro.
Sin embargo, en sus obras sobre historia general de la filosofía, los más afamados autores extranjeros suelen ignorar a los autores y escuelas que han existido en la península ibérica y en iberoamérica. Un olvido insólito y seguramente poco útil, en especial para entender el Renacimiento y la aparición de la filosofía y el pensamiento modernos. Olvido de la filosofía renacentista, de regusto negrolegendario, para ocultar que el siglo XVI, el siglo de la hegemonía española, también lo fue en lo científico, económico, cultural y filosófico, pues la supremacía no fue solo militar. España y sus pensadores lideraron espiritualmente la Europa del siglo de las controversias religiosas derivadas de la Reforma Protestante. Mas, al “olvidar” a esos autores, que sentaron las bases del racionalismo moderno, el siglo XVI queda reducido a un vacío paréntesis en el pensamiento, que “no pudo” volver a repuntar hasta el siglo XVII, con Bacon, Descartes, Spinoza o Leibniz, los “primeros” filósofos modernos. Sin embargo, Descartes y Leibniz son tributarios de Suárez, como sucede con Spinoza, quien siempre reconoció lo mucho que le debía, y Bacon lo es de Vives.
Olvido que ha provocado en los últimos siglos, concretamente desde el siglo XVIII, una honda impresión, desde luego desalentadora, entre los autores ibéricos que, con excesiva modestia, también llegaron a menospreciar y olvidar, a veces, las contribuciones ibéricas al pensamiento moderno. Lo que no es prudente, ni lógico, pues en el mundo ibérico no han faltado filósofos y autores de importancia incuestionable, más antiguos y más modernos, aunque en las historias de la filosofía foráneas se tienda a ignorarlos. Lo acreditan personajes como el citado Suárez, Vitoria, Isaac Cardoso, Juan de Mariana o Pedro de Fonseca, entre los clásicos, aunque no los más antiguos, o como Gómez Dávila y Gustavo Bueno, entre los más recientes, sin olvidar a Balmes, Ortega y Gasset o a Zubiri, entre otros muchos. Autores que formaron parte de escuelas importantes de pensamiento o incluso las crearon en algunas ocasiones.
Por todo eso se hace pertinente preguntarse si existe un pensamiento y una filosofía ibéricas, europea y americana, si ha configurado esa filosofía una tradición singular de pensamiento y, en el caso de que se pudiesen responder afirmativamente ambas cuestiones, si poseería esa tradición rasgos distintivos que la diferenciarían y caracterizarían frente a otras tradiciones de pensamiento.
Sin embargo, en los desarrollos seguidos por el pensamiento y la filosofía en los diferentes países del mundo ibérico en los dos últimos siglos, ha abundado la temática identitaria. Recuérdense los muchos estudios existentes sobre el “ser” de España, o sobre la identidad americana, que se han constituido en uno de los motivos de inspiración de muchos autores, en particular, en América, sobre todo tras la publicación en 1900 del ensayo Ariel, del uruguayo Enrique Rodó. Temática esta en la que el mexicano Vasconcelos aportaría, en 1925, su tesis de la raza cósmica, reivindicando el mestizaje iberoamericano como un gran valor de futuro, en una línea continuada en el siglo XX por los también mexicanos Octavio Paz y Leopoldo Zea.
Gran parte de los problemas para elaborar un estudio completo de la “Historia de la Filosofía Española” —y no digamos ibérica—, proceden del insuficiente conocimiento y, sobre todo, de la ligereza y la precipitación en la aceptación de los juicios extranjeros sobre la filosofía ibérica: lo que debería estudiarse, se da por conocido y se acepta —más bien se desecha— sin apenas discusión y, en lugar de observar e investigar, se afirma, se niega o se rechaza a priori. Actitudes estas relacionadas con esa omisión y olvido habituales, en las historias de la filosofía extranjeras, de las aportaciones al pensamiento y a la filosofía del mundo ibérico, olvido que tan negativamente impresionó el espíritu y el ánimo de muchos de nuestros pensadores en los dos últimos siglos.
Como es bien sabido, en el siglo XIX y parte del XX, hablar de la mera existencia de una filosofía española, portuguesa, americana o ibérica, no era nada sencillo. En el debate sobre esa filosofía, alcanzando el límite, se ha llegado a afirmar incluso la inexistencia histórica de filosofía, propiamente dicha, elaborada en el mundo ibérico. También ha sido recurrente aducir, entre otras muchas objeciones, la ausencia de escuelas de pensamiento importantes en el mismo. Como igualmente se aduce la ausencia de obras de gran originalidad, o la ausencia de grandes autores reconocidos internacionalmente, al menos en los tiempos de la modernidad, es decir desde el Renacimiento. Objeciones sin base real, pero que han sido muy ampliamente aceptadas por muchos sin mucha discusión.
En el siglo XVIII, en nuestro propio entorno cultural, la idea misma de filosofía española o ibérica empezó considerarse casi como una excentricidad, un sinsentido. Mentalidad ésta iniciada entonces, que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX y que aún perdura. En el mundo ibérico, durante el siglo XVIII se había comenzado a dudar del valor y mérito de los literatos, científicos, artistas y filósofos ibéricos, y hasta de su existencia. Luego se negó su importancia y su influencia en la cultura y en el pensamiento general y, por último, se negó el enlace y continuidad de sus esfuerzos. Se negó hasta la existencia de una verdadera tradición filosófica y científica merecedora de tal nombre y que presentara, en el curso de las edades, algún sello dominante, común y característico. Negar, fue fácil, dudar, más, y burlarse, aún más, pero no pudieron imponerse a la realidad de las obras, los hechos y los documentos.
Documentos y obras que, como recuerda Menéndez Pelayo, fueron llegando, y en gran número, durante el siglo XIX, y después, y que, en su mayor parte, fueron aportaciones de investigadores extranjeros, no de fervorosos apologistas de España o de patriotas acrisolados. Investigadores extranjeros, a quienes no podía mover el orgullo nacional, ni ninguna simpatía hacia España. Fueron sobre todo alemanes quienes comenzaron a investigar, en el siglo XIX, la cultura ibérica clásica. Bastará citar los nombres de Lessing, Jacobo Grimm, Boehl de Faber, Huber Federico y Guillermo Schlegel, Herder, Goethe, Hoffman, Regis, Fastenrath y el mismo Hegel, para traer a la memoria de quienes siguen y aman las letras, el pensamiento y la filosofía, cómo contribuyeron esos autores a que se retomase el estudio de nuestra tradición cultural, sacándola del olvido y desprecio en que había caído desde el siglo XVIII, en el propio mundo ibérico.
En los últimos años del pasado siglo, el recientemente fallecido (17/12/ 2023) José Luis Abellán publicó su Historia Crítica del Pensamiento Español (1979), trabajo muy notable y de gran utilidad hoy. Sin embargo, el autor no quiso titularlo con el nombre de “Historia de la Filosofía Española”, sino con el de “pensamiento español”, por considerar que el término “pensamiento” era más omnicomprensivo y menos comprometido que “filosofía”, pues el pensamiento se expresa también en la literatura y en el arte. No puede decirse que en esto anduviese muy desencaminado el profesor Abellán, que no dejó de destacar la filosofía subyacente a las obras literarias clásicas, como las de Cervantes, Calderón de la Barca o Baltasar Gracián. Aunque se podrían incluir en esa misma consideración a autores americanos como Rubén Darío, Alejo Carpentier o Gabriel García Márquez, o como los portugueses Fernando Pessoa y José Saramago. Los estudiosos de la filosofía ibérica deberían tomar también estas referencias, a la vista de la evolución del pensamiento ibérico.
También en el mundo iberoamericano han surgido dudas sobre si sería más conveniente hablar de “pensamiento” en cada nación, más de que de filosofía propiamente dicha. Más aún, con mesurada prudencia, los autores americanos que han tratado de la historia de la filosofía en sus países han sido muy cuidadosos de denominar sus trabajos como historias de la filosofía “en” sus respectivas naciones, y no de filosofía mexicana, argentina, peruana, colombiana, ecuatoriana, venezolana, brasileña o chilena, aunque haya algunos autores que sí las reivindiquen, como el uruguayo Arturo Artao o el mexicano Leopoldo Zea. En cualquier caso, no puede haber muchas dudas de que la elaboración de una historia de la filosofía hispana, en sentido estricto, al igual que una historia de la filosofía del mundo ibérico, es una tarea no sólo pendiente de realizar, sino que ni siquiera está apenas esbozada.
Por lo dicho hasta ahora, el panorama pudiera parecer no muy alentador, pues no existe una buena conexión ni una difusión amplia de los trabajos de filosofía entre los diversos países ibéricos. Tampoco hay muchas obras que, mejores o peores, puedan facilitar la aproximación a un conocimiento, al menos general, del universo intelectual en el que se han desenvuelto el pensamiento y la filosofía en el mundo ibérico. Algo que, como se ha indicado, permitiría conocer mejor y con rigor, las teorías, las tesis y las doctrinas profesadas por los más insignes autores de las letras, las artes, las ciencias y el pensamiento ibéricos. Así como facilitaría trazar mejor las trayectorias intelectuales de los principales autores ibéricos en esas disciplinas, fuera del caso de algunas biografías singulares.
Se hace necesario, pues, revisitar las escuelas, tendencias y orientaciones de la filosofía ibérica en su historia, pues sólo en ellas, en sus aportaciones, puede encontrarse el canon que permita calibrar su altura y su hondura respecto de otros planteamientos filosóficos. Una ponderación que también facilitaría hoy el orientarse en ese pantano en que ha devenido la filosofía en su deriva racionalista-subjetivista-idealista de los últimos siglos, desde Descartes, hasta la actualidad. La conclusión de ese subjetivismo en la denominada filosofía posmoderna, surgida a finales del siglo XX, llegó a imponerse y, aunque actualmente se encuentre en franco retroceso, todavía despliega amplia influencia en la sociedad. Una razón más para volver la vista a la historia de la filosofía ibérica pues quizá en ella se puedan encontrar las fuerzas y argumentos necesarios para escapar de la presente debilidad intelectual de nuestro mundo. Se trata de recuperar la tradición intelectual y los autores de la filosofía y el pensamiento ibéricos, olvidados, deformados o falseados en los últimos dos siglos y medio, más o menos.
Y sería también necesario, como ya se apuntó, disponer de más estudios pormenorizados para una mejor comprensión, pues hay rasgos y líneas generales comunes en la filosofía elaborada en el mundo ibérico que, en general se puede considerar que son conocidos, aunque no tanto en su detalle. Por ejemplo, casi todos los trabajos de filosofía publicados a ambos lados del Atlántico, desde finales del siglo XIX, han venido coincidiendo en la importancia de la filosofía española del Renacimiento, en los siglos XVI y XVII, en el conjunto del pensamiento universal, con autores muy destacados en España y Portugal, y en América, como Tomás de Mercado. Una tradición de pensamiento, la ibérica, que sería luego, desde el siglo XVIII, muy cuestionada en todos los países, incluso los integrantes del mundo ibérico, pese a su pervivencia a ambos lados del Atlántico. Y fue más ampliamente cuestionada aún en América, por efectos del nacionalismo surgido en los países nacidos en el Nuevo Continente durante el siglo XIX.