Del federalismo progresista a las adormideras conservadoras
La evolución de la naturaleza se encuentra en desarrollo constante y progresando lentamente hacia contextos más complejos y al mismo tiempo, amenazados por el crecimiento desmedido y la ambición avariciosa del ser humano, que amenazan con un deterioro lento e inexorable, una deconstrucción paulatina; la naturaleza se ve amenazada, pero las sociedades avanzadas tal y como la conocemos hoy también.
Frenar el desarrollo evolutivo, además de pretencioso, es como detener el movimiento y las leyes del universo, por consiguiente, frenar el progreso para conservar el pasado, en base a costumbres ancestrales es como intentar detener la inexorable transformación universal y progresiva. Detener la evolución para sumir a la humanidad en la pobreza, la degradación, la insolidaridad, la desigualdad, la falta de libertad, es cuanto menos una aberración irracional.
La sociedad de la información y el en general el avance de las nuevas tecnologías, constituyen las señas de identidad de la naciente edad post contemporánea; una época marcada por el fenómeno de la globalización o más bien por la mundialización de la economía, ya que hemos avanzado muy poco en la universalización de los derechos y libertades, en el desarrollo social y en la consolidación de la dimensión universal del ser humano. Por consiguiente, esta nueva era debería avanzar en torno a la conformación de los continentalismos como unidades de gobierno, de manera de progresar en una economía de escala, sumando esfuerzos y recursos. A la vez que contribuyendo al esfuerzo de la evolución debería existir una apuesta global por el mestizaje y asegurando el desarrollo del bienestar social, la igualdad y la libertad de todos los seres humanos.
La fusión de todas las etnias, junto a la universalización del respeto y aceptación de todas las creencias, podrán constituir las sociedades del mañana, más allá de cualquier diferenciación, abocándose al desarrollo de una humanidad más igualitaria y fraternal.
El pensamiento y la concepción conservadora son, por el contrario, los que se inclinan por el inmovilismo del desarrollo progresivo, echan el ancla para frenar cualquier avance, se inclinan por la secesión, haciéndose eco del viejo adagio, divide y reinarás. Se inclinan por detener el progreso mediante la obsolescencia programada del ser humano, temen a los resultados que pueda acarrear la ciencia y sobre todo, al libre pensamiento o tal vez temen a perder sus privilegios temporales.
La contribución al desarrollo debe pasar inexorablemente por la construcción de un estado más igualitario, que pueda asegurar la justicia social, el equilibrio económico y la estructuración de un país plurinacional, federado en Europa.
Sin embargo, ¿quién podría oponerse a un estado de cuidado para las personas de la tercera o de la cuarta edad?, ¿qué ciudadano de bien podría oponerse al derecho a la sanidad universal?, ¿quiénes podrían obstaculizar el derecho al conocimiento, a la educación desde la edad preescolar y hasta el final que cada individuo pueda o desee alcanzar?, ¿quiénes podrían cercenar el derecho a la vivienda, al agua, a la energía, a la alimentación necesaria?, en definitiva ¿quién puede oponerse al desarrollo y al bienestar humano a costa de conservar privilegios, comodidades o prebendas?, sólo el conservadurismo. Por consiguiente, el futuro de las sociedades que se encuentran al oeste del mar Negro y de las aguas del Dniéper, solo puede hallarse en la construcción de una Europa federal, que pueda dar cobijo a una Nación de Naciones, cuya seña de identidad sea la justicia social, el equilibrio económico para sus pueblos y una soberanía única y compartida, donde los ciudadanos sean la piedra angular de la edad post contemporánea.
Por otra parte, los nacionalismos o las ideas que abrazan las conceptualizaciones identitarias y/o lingüísticas, en torno a los usos y costumbres, recurren a concepciones, que son más propias del romanticismo del siglo XIX, surgido como contraposición al racionalismo. Una corriente romántica alejada del espíritu de la ilustración y que termina encontrando como aliados naturales a los que se nuclean detrás del pensamiento conservador.
El resultado de estas tendencias es por tanto una alianza entre los pensamientos ideológicos propios de la derecha y la corriente de pensamiento nacionalista – identitario, dando lugar a una peligrosa fuerza, que lucha contra la evolución y el progreso.
Por otro lado, la izquierda, debe necesariamente alejarse de todo tipo de enfrentamientos vacuos y estériles, huir de aquellos tiempos de lucha entre prietistas y caballeristas, (tal vez sin esos enfrentamientos la historia se hubiese escrito de otra manera).
En cualquier caso, el alumbramiento de una renovada ideología socialdemócrata, más avanzada y acorde a la nueva era sólo puede tener cabida en una nueva Europa de la Naciones.
El europeísmo, que aboga por una Europa federal, tiene su origen en el socialismo utópico de Henri de Saint Simón (que había participado en la revolución de las 13 colonias que dio origen a los Estados Unidos) y de Agustín Thierry y también de Giuseppe Mazzini, siguiendo el modelo de la Joven Italia, en la primera mitad del siglo XIX, pensamiento que propugnaban una Europa socialmente libre, impregnada de una justicia social como bandera y vinculada por una Unidad de acción conjunta, ideas que se plasmaron en el manifiesto de Ventotene en 1941.
El término de socialismo (utópico, por no ajustarse a la realidad) fue acuñado por el activista Louis Auguste Blanquí, pero en realidad tiene sus orígenes en la ilustración y se inspira en la revolución francesa y tienen como argumento central la relación entre la desigualdad y la injusticia provocada entre la generación de riqueza y el poder político influido por los poderes fácticos, muchas veces espurios.
El actual panorama político europeo, nos hace observar la iniciativa conservadora y nacionalista del Brexit, por no mencionar los nacionalismos inmersos el seno del propio Reino Unido; el avance de los ultranacionalismos de ideología de derechas que florecen en Italia, Francia, Flandes, Hungría, Polonia y en la propia Alemania o Suecia, nos conduce a sacudir nuestras conciencias, lo que debería llevarnos nuevamente al racionalismo y a gritar, parafraseando a Voltaire, aplastemos a la infamia, y pongámonos en marcha para despertar una Europa adormecida y aportar luz a la nueva era.
En el seno de nuestra propia realidad, algunos empujan con insistencia el romanticismo utópico y absurdamente fuera de la realidad global, que tiene marca identitaria, el independentismo catalán, pero de manera simultánea crecen exponencialmente las propuestas conservadoras, desde una derecha extrema, ante trampantojo de ciudadanos; otra vez, nacionalismos y conservadores poniendo freno a la evolución progresista.
Por un momento el ilusionismo y el humo de colores desplegados por los poderes fácticos nucleados detrás del neocapitalismo oligárquico, comenzaron a deslumbrar a los españoles, pero me niego a creer que el oscurantismo es capaz de cegar las mentes y adormecer el pensamiento, me niego a creer en una ciudadanía alimentada por las adormideras (papaver somniferum), convirtiendo en ciegos a aquellos que no quieren ver.