Ramón J. Sender, escritor oscense quizá injustamente olvidado en nuestros días, escribió una novela (ficción) basada en una figura (real), Lope de Aguirre, conquistador vasco obsesionado, al parecer, por la búsqueda de un mito: ‘El Dorado’.
Werner Herzog dio una vuelta de tuerca más al tema en su inolvidable película ‘Aguirre, la cólera de Dios’ con un genial Klaus Kinski en el papel de Lope de Aguirre. La película se aleja de la historia más que la novela, pero Sender y Herzog construyeron un magnifico relato sobre la obsesión de un hombre por un tema y su confusión de la realidad con los mitos y/o los deseos. Debido a ello Lope de Aguirre mandó al rey de España una declaración de independencia de los territorios que creía dominar. Lope de Aguirre fue, en definitiva, la antiepopeya.
Algo de esto estaba ya en los inicios del ‘procés’: cuando Artur Mas empezó a jugar la carta del independentismo usó una metáfora marinera (sus favoritas), y nos explicó que nos llevaría a Ítaca (en su imaginario, sinónimo de paraíso). Joan Herrera, magistral, le recordó que Ulises llegó solo a Ítaca.
Desde aquel comienzo la situación ha evolucionado, y mucho, en Catalunya. Ya no pensamos en Ítaca y si estamos bregando (‘Empantanados’, Joan Coscubiela nos lo explica) en una sociedad mucho más difícil que entonces: han aparecido síntomas de división social, hemos perdido peso económico con la deslocalización de empresas y tenemos políticos en la cárcel, a mi parecer de manera injusta, equivocada e inútil. Aparte del innegable coste humano para estas personas y sus familiares, que debe ser siempre una preocupación prioritaria. Creo que a causa de los delitos de los que se les acusa no deberían estar en prisión preventiva. Y, no siendo jurista, tampoco veo nada claro que se les pueda acusar de rebelión, va a ser muy difícil demostrar la malversación y, probablemente, aguante más el delito de desobediencia.
En esta difícil situación las últimas elecciones autonómicas han sido una advertencia grave sobre la profundidad del problema: si bien la ley electoral ha dado mayoría de escaños a los partidos y coaliciones independentistas, el partido ganador ha sido Ciudadanos y el conjunto de la izquierda nunca había tenido tan pocos escaños.
Hoy Catalunya es difícilmente gobernable: Ciudadanos es un partido de derecha extrema, aislado, más anticatalán que nadie (y hace puja electoral de ello) que no puede gobernar más que desde una (peligrosísima si se diera) mayoría absoluta, hoy por hoy inalcanzable. Por otra parte el independentismo se ha roto al menos en cuatro partes institucionales. PDECAT ( la antigua CDC) i ERC han renunciado ‘de facto’ a la vía unilateral sin por ello dejar de vigilarse mutuamente en función, legítima, de su interés por encabezar el espacio independentista desde el realismo, lo que quiere decir, volver al autonomismo, ya recuperado cuando escribo estas líneas. Mientras, la CUP llama a la abolición del capitalismo por medio de la República proclamada en 2017 y jamás puesta en marcha. El cuarto grupo es el que encabeza el Sr. Carles Puigdemont y sus incondicionales. A ellos me referiré enseguida.
Antes conviene, no obstante, hacer una mención a la sociedad civil y en especial a la parte independentista de ella. Recuerdo otra metáfora, esta del Sr. Arzallus, en los peores años de Euskadi: más o menos dijo: ‘unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces’. Pues bien la ANC y Ómnium han sacudido un bosque entero y los partidos independentistas han llenado el almacén con más de dos millones de nueces. Hoy ANC es abiertamente crítica con la vuelta al autonomismo y coincide con la CUP y el grupo de Puigdemont en el mantra de implementar la República y hacer efectiva la declaración de independencia: persisten en la vía unilateral. Es de sobra conocido que a esta situación se ha llegado no tan solo por los movimientos del independentismo catalán: también, y en gran parte, por las equivocadísimas y antidemocráticas políticas de los gobiernos del PP. Entre las que se incluye, paradójicamente, no hacer política y transferir la solución del problema a la Justicia.
Pero no solo pasan cosas en Catalunya: de repente (y relativamente por sorpresa) ha cambiado el gobierno de Madrid. Y desde mi modesto punto de vista ha sido un cambio altamente positivo y esperanzador en todos los sentidos. Estoy convencido de que se ha abierto una rendija, que todos tenemos la obligación de ensanchar, para enfocar muchos de los problemas españoles, entre ellos el territorial en general y específicamente el de Catalunya.
Todos vamos a tener nuestro protagonismo. Y nuestra obligación de que la ‘geringonça’ española salga como está saliendo la portuguesa: bien. Es decir, seleccionando (no va a haber tiempo para solucionarlos) los principales problemas, entre ellos las relaciones Catalunya-España. En este último tema, a mi juicio básico, hay tres puntos de fatiga de materiales especialmente sensibles, que van a merecer un gran esfuerzo colectivo.
En primer lugar el grupo del Sr Puigdemont, que intentó frenar la moción de censura puesto que a ellos lo que les interesa es la confrontación. Creo que después del PP y C’s quién más ha perdido con el cambio de gobierno es el grupo de Junts per Catalunya, que no coincide con el PDECAT. La confrontación y el unilateralismo es lo que menos conviene a Catalunya, incluso al independentismo y a los presos, y a España en general. Es imprescindible tener un gobierno fuerte en Catalunya, sin que tenga que rendir cuentas a nadie más que a su propio Parlament y al pueblo catalán en general. Sobra la ‘casa de la República’ de Waterloo y toda su parafernalia. Los unilateralistas deberían comprender que su momento, si alguna vez lo hubo, ha pasado y que ahora toca reconstruir partiendo de donde salieron.
En segundo lugar es absolutamente imprescindible que Pedro Sánchez y el PSOE aguanten declaraciones y gestualidades vengan de donde vengan y se atengan exclusivamente a los hechos. Lo que deben valorar es el gobierno, no las declaraciones altisonantes (por pintorescas que sean) que no implican violación alguna de las normas vigentes. Y también deben empezar sin dilación a tomar medidas de distensión que hagan tangible y creíble el cambio para la mayoría de los catalanes. Sin ello, el tercer punto de fatiga va a ser de ruptura.
Este tercer punto es que el gobierno, el Parlament y la política catalana en general aparquen diferencias, radicalidades, y sin que nadie renuncie a nada, todo se encauce por las vías legales, que son suficientes: en este ámbito hay que ser sensible y aplaudir al esfuerzo que están haciendo PDECAT y ERC. Para todo ello la receta ya está propuesta desde los primeros debates de la legislatura; la expusieron Miquel Iceta (PSC) i Xavier Domènech (En Comú-Podem): consiste en bajar la tensión dejando de lado lo ocurrido, buscando coincidencias y aparcando desacuerdos. Pasos modestos, si se quiere limitados, pero que cambien el rumbo, sean sólidos y, una vez más, tangibles y comprensibles por y para los catalanes y el resto de los españoles.
Solo así lograremos el gran objetivo de la censura al PP: consolidar una reforma democrática del régimen, la regeneración democrática, la erradicación de la corrupción y el inicio del dialogo real Catalunya-España. Alguien tendrá que explicar al Sr. Puigdemont que ‘El Dorado’ realmente no existe. Y educadamente ayudarle a bajar de la balsa por la que se desliza hacia ninguna parte en las aguas caudalosas del Orinoco.