‘Dos o tres nombres hay que compitan con el suyo en la historia de la ciencia española pero no hay ninguno que lo supere’ (Marcelino Menéndez Pelayo). Y, sin embargo, murió lejos de nuestro país, ese país tan acostumbrado a olvidar, cuando no a denostar, a todas aquellas personas que contribuyeron a engrandecer la historia de España. Juan Luis Vives (1492–1540), nacido en Valencia y fallecido en la ciudad belga de Brujas, no tuvo más remedio que convertirse en ciudadano del mundo para, de alguna manera, defenderse de la infinita nostalgia que provocaban en él los recuerdos de una patria que, contra su voluntad, se vio obligado a abandonar a una muy temprana edad.
En estas mismas páginas, hace tan solo unos días, la solvente pluma del profesor Antonio Chazarra nos ha contado las circunstancias de su urgente marcha aconsejado por el padre en evitación de seguros y futuros males hacia su persona. El ¿Santo? Oficio se empleó a fondo para quedarse con los bienes de una acomodada familia cuyo único delito fue su procedencia judía. El padre quemado vivo, los restos de la madre desenterrados y quemados para que no quedase duda de su condición de hereje y sus tres hermanas menores arruinadas y abandonadas no aconsejaban el regreso del hijo a la fuerza pródigo.
A pesar de ello, Juan Luis Vives, lejos de ampararse en el resentimiento, optó por la concordia y el entendimiento. En 1511 emprendió, con primera etapa en París, el largo y tortuoso recorrido que lo llevó, posteriormente, a Brujas, Lovaina, Oxford y, nuevamente, Brujas pero que ya nunca le mostró el camino de regreso a su país. En esa ciudad belga, a los 48 años, murió un hombre que, a pesar de la brevedad de su vida, tuvo tiempo de destacar como filósofo, pedagogo, escritor, catedrático, profesor universitario y, por encima de cualquier otra actividad, como un profundo humanista en tantas facetas adelantado a su época. De hecho, y como veremos más adelante, está unánimemente considerado como uno de los más destacados precursores de los actuales sistemas de asistencia social.
1983. Me desplazo a Brujas con el objetivo principal de localizar una estatua, un sencillo busto de bronce, con el que la Universidad de la ciudad recuerda a su ilustre huésped. En un cuidado jardín y en una mañana radiante, lejos del bullicio turístico que provoca la ‘ciudad del amor’, aprovecho la soledad y tranquilidad de ese rincón para desempolvar esa auténtica joya que es el ‘Adversus Pseudodialécticos’ en el que Vives defiende a ultranza, como el convencido humanista que es, la lectura de los clásicos tanto griegos como latinos para, al conocer el pasado, poder diseñar la actualidad y, acaso, el futuro. Y hace gala de un cáustico humor al referirse con total contundencia a los falsos filósofos que, como profesores universitarios, emplean métodos anticuados basados en una especie de jerga pretendidamente culta, incomprensible y abstracta.
‘Cuanto uno es más generoso y bien educado, tanto más se muestra a todos manso y afable. De manera que la esquivez y rudeza nacen de la vileza y tosquedad y falta de saber, de donde la ciencia de las Artes se llama Humanidades’. Juan Luis Vives nos deja en su obra ‘Introducción a la sabiduría’, seiscientas máximas morales en las que se encuentran las claves de su filosofía humanista basada en el estudio de los clásicos griegos, fundamentalmente de Aristóteles, y en la ética estoica sin olvidar, claro, el pensamiento cristiano que se muestra presente en toda su obra. Se trata, en definitiva, y en palabras del propio Vives, ‘de la sabiduría de los humanistas, una filosofía de la vida y para la vida’. Esa filosofía consiste en el ‘juicio recto de las cosas de modo que consideremos a cada una tal cual es; no tomemos las viles por preciosas ni rechacemos las preciosas como viles’. En definitiva, el fundamento de su ética, como para Aristóteles, es la virtud.
Vives, como contemporáneo del Renacimiento Humanista, vivió una etapa repleta de contradicciones e incertidumbres plagada de profundos cambios, crisis sociales, guerras, cismas y luchas territoriales. También, de profundas transformaciones culturales, teológicas, filosóficas, políticas, económicas y morales. Consciente del tiempo que le tocó vivir, afrontó los retos que ese tiempo le planteó. Ortega y Gasset, afirmó que ‘el hombre Vives está hecho de lo que ha heredado del pretérito y de lo nuevo que va a desarrollarse y aclararse puesto por él originariamente, como un germen, en el futuro’.
Esconde su melancolía y tristeza en una profunda serenidad que, perpleja y resignada ante los inexplicables e injustificables acontecimientos violentos a los que asiste, soporta por su irrenunciable y total fe. Es una dura prueba existencial que marca de forma indeleble el fundamento de su cultura, así como el mensaje de fondo de su legado intelectual. Mantiene un constante diálogo con los textos bíblicos, con los clásicos griegos y latinos, con los padres de la iglesia para formar, poco a poco, un recorrido filosófico que comprende argumentos éticos, educativos, sociales y políticos.
A pesar de ser un converso ferviente al cristianismo, no dudó en criticar ácidamente las muchas inconsecuentes contradicciones de los católicos de entonces poco dados a acompañar con sus actos sus principios doctrinales. Así, por ejemplo, en un escrito dirigido al papa Borja (Alejandro VI) adopta el tono más enérgico para afirmar: ‘Si alguien compara lo que Cristo nos mandó con lo que estamos haciendo, juraría que estamos representando una comedia fingida y ridícula cuando asistimos a la misa, y cuando queremos que se nos llame y se nos tenga por cristianos’. Vives, sin embargo, no cuestionaba la jerarquía de la iglesia ni la doctrina católica. Pero sí se oponía frontalmente a sus métodos de enseñanza que limitaban la capacidad de pensamiento del individuo sometiendo, así, su voluntad personal a una más que discutible autoridad.
Imposible trazar un perfil completo de Juan Luis Vives sin dedicar, aunque solo sea unas líneas, a algunos de sus compañeros de viaje con los que no solo llegó a trabar una sólida amistad sino, también, una franca solidaridad. Entre ellos, Erasmo de Rotterdam, cabeza visible del nuevo humanismo, con quien Vives colaboró estrechamente. Vives conoce a Erasmo en 1516 y entabla con él una relación, la mayoría de las veces por carta, que se prologará en el tiempo. Tanto es así que el holandés se refiere al español con el significativo apelativo de ‘amicus probatissimus’. En justa reciprocidad, Vives califica a Erasmo de maestro y lo considera el más docto y el mejor de sus amigos. La relación entre Vives y Tomás Moro es posterior.
Antes de encontrarse personalmente en Brujas, ya habían mantenido un fluido intercambio epistolar. Se admiran mutuamente. Moro se deshace en elogios hacia Vives. En respuesta, el español no duda en equiparar el libro del inglés ‘La Utopía’ a la República de Platón.
Ya me he referido antes al hecho de que Vives está considerado como precursor de los actuales sistemas de asistencia social. Y todo ello, porque en su ‘Tratado del socorro de los pobres’ analiza y sistematiza la organización y distribución de la ayuda a los más necesitados. Propugnaba, además, la necesaria intervención del estado y del resto de los poderes públicos a los que no duda en condenar por su falta de preocupación por la situación de los más pobres. Denuncia, también, a la jerarquía y a la sociedad cristiana por su hipocresía. Predican la caridad, dice, pero permiten la pobreza y la miseria sin hacer nada para remediarlas. La educación, afirma, también es culpable de la pobreza derivada de la ignorancia.
‘Es deber de los gobernantes el preocuparse y poner todo su empeño en que unos ayuden a otros, que nadie sea oprimido, que nadie reciba daño por injusticia cometida contra él, que el más poderoso ayude al más débil para que por la caridad crezca cada vez más la concordia entre los ciudadanos y permanezca eternamente’. Toda una revolución contenida en un escrito que, salvando diferencias de mentalidad y tiempo, bien podría ser de alguna forma aplicable a nuestros días, Teniendo en cuenta esas circunstancias, las innovadoras ideas de Juan Luis Vives también podrían ser el remoto origen de medidas sociales como, por ejemplo, el denominado ingreso mínimo vital. Ni imaginar quiero lo que habrían dicho de él los que ahora califican a esa iniciativa como ‘paguita bolivariana’ capaz de provocar toda clase de males y efectos llamada en lugar de paliar la dramática situación de miles de familias. ‘De subventione pauperunm. Sive de humanis necessitatibus libri’, nombre original en latín del Tratado, estudia, primero, el origen de la necesidad y miseria del hombre para, en su segunda parte, tratar cuanto conviene a los gobernantes cuidar a los pobres.
Como se puede apreciar, Vives no es solamente un teórico que se encierra en un mundo intelectual abstracto. No se desentiende, sino todo lo contrario, de los problemas que acucian a la sociedad. Se preocupa por las carencias diarias de sus contemporáneos convirtiéndose, así, en lo que hoy definiríamos como un intelectual comprometido. No dudó, pues, no solo en participar sino, también, en tomar partido en los debates más comprometidos de su época. y sus desvelos fueron constantes en favor de la paz.
A pesar de su fe cristiana, se suma, como uno de sus más destacados miembros, a la corriente humanista que rompe con la herencia de la Edad Media que consideraba que la ciencia por excelencia era la teología que, desde un prisma cultural, enseñaba que lo único verdaderamente importante era Dios supeditando a ella, a la teología, el resto de ciencias que reducían su existencia a una mera enseñanza preparatoria para el conocimiento de la disciplina divina y suprema.
Particular importancia tiene su obra ‘De anima et vita’, dedicada al Duque de Béjar, en la que Vives rompe con la tradición escolástica de querer determinar la naturaleza del alma para dedicarse a investigar y reflexionar sobre las emociones, las facultades intelectuales, la asociación de ideas, la memoria, las pasiones y los afectos, es decir, a todos aquellos aspectos que tienen su origen en el intelecto apartándose así de la concepción divina del ser humano. Separa, en definitiva, la psicología de la metafísica anteponiendo un revolucionario método empírico frente a los textos anquilosados de los antiguos pensadores. Para ello, utiliza un método introspectivo basado en la filosofía aristotélica que lleva a algunos estudiosos a proclamarlo ‘padre de la psicología moderna’ otorgándole, además, una influencia decisiva en la obra de, entre otros destacados pensadores, René Descartes o Francis Bacon.
Erasmo en Holanda. Moro en Inglaterra. Maquiavelo en Italia. Todos ellos contemporáneos de Vives han encontrado, en sus países, el justo reconocimiento popular y oficial. Vives, en España, es, por desgracia, un ilustre desconocido de quien la mayoría no podría decir ni siquiera el título de alguna de sus obras. Quizá, como adelantado a su tiempo, en su día, en un texto dirigido a Erasmo, escribió:
‘No me juzgues tan deseoso de que mi nombre salga a relucir. Yo mil veces prefiriera ser de provecho a uno que otro, que no que mi nombre se difundiese con pompa y sonido en todo el haz del espacioso mundo, sin fruto de nadie. Y no que ignore yo cuán inicua y antojadiza es esta gloria que no atiende al merecimiento; cuán huera y cuán hueca, sin ninguna solidez que pueda asirse con la mano; que no te gozas con ella más tiempo del que dura el aplauso y el ruido de los vítores, oyes cosas ajenas y ves hasta qué punto eres nada, pues vuelto a ti te encuentras con nada. Y luego, ¡cuánto acíbar no anda mezclado con esa gota de miel’.