En la presente serie de artículos describimos los debates parlamentarios en las cortes españolas del siglo XIX siguiendo las crónicas de Galdós.
Galdós describe la personalidad y la oratoria en las Cortes de cada uno de los tres parlamentarios: Salmerón, Castelar y Cánovas, en el inicio del período de la Regencia y durante el primer gobierno del liberal Sagasta.
Es inevitable comparar hoy, en 2022, las cualidades oratorias de aquellos discursos con la ramplonería habitual del actual Parlamento, donde solo se toma la palabra, casi siempre leída, para lograr la atención de los medios de comunicación, siempre ávidos de titulares.
En el presente artículo nos centramos en la figura de Cánovas del Castillo.
CÁNOVAS DEL CASTILLO
De los tres oradores estudiados era sin duda el más brillante, de reconocida autoridad, no sólo por su verbo, sino también por haber encabezado el numeroso y disciplinado partido conservador.
Definía Galdós su oratoria como sencilla, razonadora, elegantísima por la limpieza de la frase y de una claridad maravillosa. Rara vez empleaba imágenes, y aunque no sea florido y, aunque estuviera hablando sin parar cuatro horas seguidas, jamás fatigaban sus discursos. Elogia su brillantez en la polémica, y su agilidad para salir airoso con argumentos. Treinta años de participación en los debates en las Cortes le aportan una gran erudición parlamentaria. Su capacidad y velocidad analítica le permiten esclarecer los asuntos, presentándolos desde el punto de vista más favorable para él, con una gran cantidad de recursos en el pensamiento y en la expresión. Es admirable su voz por su energía y dicción, y, a pesar de lo extenso de sus discursos, no se encuentra en ellos una palabra de más. Sobrio en los adornos del lenguaje, aunque los utiliza de forma admirable para resaltar el sentimiento del auditorio. Sus argumentos reflejan un profundo conocimiento de los asuntos dada su variada experiencia.
Cañamaque, diputado liberal y subsecretario de la Presidencia con Sagasta, afirmaba que Cánovas es el primer polemista del Parlamento, con una voz clara, robusta, penetrante, hermosa y que era capaz de estar hablando una semana sobre cualquier asunto; pero, eso sí, después de haberlo estudiado en profundidad.
Señala Galdós que Cánovas, dada su experiencia como hombre de Estado (sería hasta seis veces jefe de gobierno en la Restauración), tiene enemigos, así como adeptos y admiradores fervientes; todos, curiosamente, llegan a denominarle monstruo, unos por admiración y otros como mote. Es admirable, en opinión del escritor, su arte del Gobierno, desde su punto de vista, con ideas y prácticas muy superiores a sus correligionarios. Es Romero Robledo quien desarrollará su política. Gracias a su presencia la derecha evolucionará del autoritarismo al conservadurismo.
La impresión personal que produjo Cánovas a Galdós queda reflejada en el siguiente párrafo:
“A muchos personajes de primera magnitud política había yo visitado en mi vida; pero ninguno me causó tanta cortedad y sobresalto como don Antonio Cánovas del Castillo, por la idea que yo tenía de la excelsitud de su talento, por la leyenda de su desmedido orgullo y de las frases irónicas y mortificantes que usar solía. Apenas cambiamos las primeras frases de saludo, empezó a disiparse la leyenda del empaque altivo, pues me encontraba frente a un señor muy atento y fino, y de una llaneza que al punto ganó mi voluntad”.
En este artículo, Galdós nos presenta a las tres grandes figuras parlamentarias para estudiar su elocuencia. Describe a Salmerón como fanático, sectario y ferviente en sus razonamientos, así como poco realista. Al segundo, Castelar, como benévolo y cortés con el Gobierno, discreto, galante y a veces hasta patético con la Reina Regente, aunque siempre ponga una piedrecita al cimento de la República posible; en definitiva: grandilocuente, sublime, ameno y siempre crítico con los republicanos zorrillistas. Cánovas, en su opinión, es muy autoritario, con ideas elevadas expresadas con frase limpia, clara y persuasiva, despectivo con todos los republicanos sin diferenciación; fuerte polemista, incontrastable en la réplica y demasiado conservador en todo.
Posteriormente, en 1912 Galdós, ya ciego, le dedicará a Cánovas, titulado con su nombre, el último de los Episodios Nacionales. En boca de uno de sus personajes, la Madre, Galdós define esa época como un período burocrático dirigido por una casta con dos bandos dinásticos y estériles, que fomentan la artillería y las pompas regias antes que las escuelas y la grande y pequeña industria; que ignoran el malestar de las clases proletarias; y que, en el futuro, acaban poniendo la enseñanza, la riqueza, el poder civil y hasta la independencia nacional en manos de la Iglesia.
BIBLIOGRAFÍA
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Para leer las dos primeras partes pinche en los números 1 y 2