En estos artículos describimos los debates parlamentarios en las cortes españolas del siglo XIX siguiendo las crónicas de Galdós.
Galdós describe la personalidad y la oratoria en las Cortes de cada uno de los tres parlamentarios: Salmerón, Castelar y Cánovas, en el inicio del período de la Regencia y durante el primer gobierno del liberal Sagasta.
Es inevitable comparar hoy, en 2022, las cualidades oratorias de aquellos discursos con la ramplonería habitual del actual Parlamento, donde solo se toma la palabra, casi siempre leída, para lograr la atención de los medios de comunicación, siempre ávidos de titulares.
SALMERÓN, destaca Galdós, era entonces un filósofo y político reconocido, discípulo de Sanz del Río que había sido el introductor en España del krausismo. Brillaba Salmerón como su mejor propagandista, hasta el punto de que el efecto de esta doctrina en España sería mayor que en la propia Alemania; a lo largo de su vida iría evolucionando filosóficamente hacia el positivismo. Siempre formó parte de la minoría republicana en sus distintas formulaciones. Fue una persona polifacética, de formación multidisciplinar, muy vinculada a los problemas sociales de su momento histórico. Participó en política desde muy joven, siguiendo la estela de su padre; ambos fueron pioneros del liberalismo en Almería. Estudió Derecho y Filosofía en Granada donde conoció a Giner de los Ríos, que le influyó decisivamente en su compromiso pedagógico, lo que le hizo fundar, para dar respuesta a la enseñanza de la época, el Colegio Internacional, antecedente de la Institución Libre de Enseñanza. En la universidad fue catedrático de Metafísica, pero nunca dejó de participar en la prensa del momento como La democracia y La discusión y además fue cofundador de La justicia.
El compromiso político en la época nacía en las tertulias. Salmerón asistía a la del Café Universal y al Círculo Filosófico de la calle Cañizares. Y así dio sus primeros pasos en el Partido Democrático y posteriormente en el Partido Republicano Progresista. Intentó ser diputado por Almería, pero se lo impidió el caciquismo del lugar; sí pudo serlo posteriormente por Badajoz en las Cortes Constituyentes.
Salmerón participó también en el breve intento republicano de 1873. Primero fue nombrado ministro de Justicia con el gobierno de Figueras, presidente de las Cortes bajo la presidencia de Pi y Margall y, al dimitir éste por la insurrección cantonalista, sería Presidente del Gobierno durante menos de dos meses, pues dimitió para no tener que firmar las condenas de muerte a los militares rebeldes tras los levantamientos cantonalistas de Cartagena. Vuelve de nuevo a ser presidente de las Cortes durante el gobierno de Castelar.
Tras la restauración borbónica, fue destituido de su cátedra en 1875 y forzado después al exilio en París, de donde regresa tras la amnistía promulgada por Sagasta en 1881. Resultaría elegido después diputado por Madrid por el Partido Republicano Progresista en las elecciones de abril de 1886, función en la que siguió desde 1893 hasta 1907. Falleció al año siguiente en Francia, mientras estaba de vacaciones. Actualmente reposa en el cementerio civil de Madrid. Evolucionaría políticamente desde el modelo unitario de Unión Republicana, en 1903, hacia el autonomismo al formar parte de Solidaridad Catalana, a partir de 1906. Considerado uno de los mejores parlamentarios que ha tenido nuestro país, su oratoria es definida como de verbo mayestático, es decir sin cambios de tono, aunque de carácter grandilocuente.
El objetivo político esencial de Salmerón era luchar por la democratización y modernización de España mediante una conexión entre pensamiento, acción y realidad, para lo cual el caciquismo era un permanente obstáculo. Sus discursos parlamentarios fueron posteriormente recogidos en un libro prologado por Gumersindo de Azcárate.
La descripción que hace Galdós en 1886 del político es la siguiente:
“Salmerón es de estatura alta, moreno, con barba negra, calvo, con mechones negros espesísimos en las sienes, de ojos grandes y expresivos, de mirada melancólica y en general cierta expresión de fanatismo; curiosamente destaca como su mayor cualidad su hermosa palabra, donde es imposible idear una voz más bella, ni movimientos más adecuados a la majestad y hermosura de la palabra, ni dicción más elegante y fluida, aunque su expresión inspira terror, reflejando la dureza del sectario y la convicción inquebrantable del creyente. La palabra y la idea, el gesto y los ojos forman armonía perfecta, y mientras en la mirada hay algo que devora y quema, sus acentos tienen algo del hachazo que hiende sin piedad”.
La oratoria, nos dice Galdós, necesita más cualidades que las puramente estéticas, debe superar las abstracciones y centrarse en los hechos, por lo que debe hacerse siempre balance de lo anterior en al menos, por ejemplo, veinte años; para no verse enredado, necesita conocerse el lugar, las prácticas y los ardides de la polémica; tener por lo tanto más habilidades de guerrillero que de general para compaginar la indispensable cortesía con la intención. Critica Galdós su alianza política, indispensable para su elección, con Ruiz Zorrilla, lo que le obliga a hacer críticas veladas a la monarquía en una expresión que no se comprende por lo elevado ni por lo bajo, ya que condena la fuerza para alcanzar el poder, pero la acepta para alcanzar el derecho.
El 19 de septiembre, dos meses y siete días después de la publicación de este artículo, se produjo el último pronunciamiento militar republicano provocado por Ruiz Zorrilla, lo que significó su ruptura con Salmerón ya que éste propugnaba la entrada de los republicanos en las Cortes aceptando la restauración monárquica.
CASTELAR
Galdós hace la siguiente descripción de la elocuencia de Castelar:
“Castelar provocaba expectación en sus intervenciones, es el orador por excelencia, compendio y suma de todas las variedades riquísimas del arte de hablar; sabe elevarse como nadie a alturas tales que la imaginación de los oyentes apenas puede seguirle; sabe descender a las particularidades del análisis; sabe emplear según lo pide el desarrollo de su plan oratorio los acentos más patéticos y enlazados con los más familiares por transiciones cuyo secreto tiene él solo; posee la grandilocuencia, la riqueza descriptiva, la elegancia, la gracia, y lo mismo maneja el apóstrofe que el chiste”.
La oratoria castelariana descrita con admiración por Galdós está basada sobre todo en la composición de su discurso, acompañada con una excelente dicción. Desde el punto de vista político su opción republicana es conservadora y posibilista ante la circunstancia del fallecimiento del Rey, lo que le separa del zorrillismo radical, le va a permitir una gran comodidad durante el período monárquico y, al final, le convertirá en el mejor propagandista del republicanismo, que fructificará finalmente en la II República.
Los republicanos en los primeros tiempos de la Restauración fueron en gran medida federalistas agrupados con el nombre de progresistas. Su mejor propagandista era Pi y Margall; los zorrillistas aspiraban a una República por la fuerza, y por lo tanto autoritaria y dictatorial. Castelar era combatido con singular energía por ambos grupos, zorrillistas y progresistas, incluso más que por los monárquicos. Su discurso, definido por Galdós como muy hábil por sus concepciones retóricas y políticas, era muy crítico con ambos, pero pedía aumentar los poderes del Parlamento y así ir ganando terreno para una República conservadora.
La España pensada por Castelar era federalista, similar a Suiza o EE. UU, y profundamente europea.
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En un tercer artículo completaremos esta crónica de Galdós con su descripción de la oratoria de Cánovas del Castillo.