
Hoy acudimos para reflexionar sobre lo que es o era para él el espíritu revolucionario en un trabajo publicado en Vida Socialista, en el número del 5 de octubre de 1911.
Gómez de Fabián se refería en su artículo a la Revolución francesa, a la que denominaba “la gran revolución”, que habría acabado con el feudalismo, y contra los intereses creados y los prejuicios políticos y sociales.
Pero la revolución no se avenía a las “bajas funciones de la tiranía” y su espíritu, había vuelto al corazón del pueblo y continuaba luchando.
Y lo hacía porque la República que se había implantado se había dedicado a contradecir y condenar los principios por los que había sido fundada.
El pueblo había hecho la revolución para redimirse y había fundado la República para afirmar la libertad, pero el problema estaría, como podíamos ha intuir, en la burguesía porque había sorprendido la buena fe popular y apoderándose de las funciones del poder (legislativa y gubernativa) había defraudado las esperanzas populares. En realidad, solamente se había cambiado de amo. Se había sustituido la tiranía de los nobles y lo reyes por la de los capitalistas, que Gómez de Fabián consideraba más cruel.
Pero eso no había provocado que el pueblo perdiese su fe en el porvenir. Hizo en su momento la revolución para redimirse y se equivocó, pero una nueva revolución podía reparar dicho error.
La República provocaba sufrimiento social porque la misma se había convertido en esclava de la burguesía, como antes se había padecido el despotismo de los nobles y lo reyes.
La solución pasaba por suprimir a la burguesía, como se habían suprimido a los antiguos tiranos.
Así pues, el espíritu revolucionario no había muerto, no moriría jamás, según nuestro autor. Lo que había ocurrido es que habría cambiado de “apellido”. Si antes había sido republicana, ahora era socialista. Antes se había hablado de la igualdad y la libertad de todos los hombres, mientras que ahora se trataba de que los explotados por el capitalismo, por la propiedad, eran hermanos que debían defenderse contra los nuevos tiranos, contra los que vivían del esfuerzo ajeno. El espíritu revolucionario, por lo tanto, permanecía intacto, el mismo que había tomado la Bastilla, había decapitado a Luis XVI y dictado los Derechos del Hombre. Eso sí, ahora, cuando se terminara el estado de la sociedad, organizado por la burguesía, se dictarían unos nuevos Derechos del hombre, más eficaces. Y todo esto lo sabía la burguesía y, por lo tanto, lo temía. Por eso, pagaba tantos periódicos para calumniar a los socialistas.