Se me ocurre que lo del Día del Libro, que acabamos de celebrar a bombo y platillo, está muy bien, pero que no es suficiente y además, como el tabaco: «puede resultar perjudicial para su salud».
A ver si me explico: En esa jornada los escritores son llevados de un sitio a otro para leer textos, sacados a mesas callejeras, ferias variadas y actos conmemorativos para que se les vea y todo eso, lo que supone sacarlos de su tarea propia que es estar escribiendo y convertirlos en piezas de exposición para mayor o menor negocio de editores o libreros que son los más interesados en este día.
La fecha del 23 de abril empezó a celebrarse a propuesta de la UIE (Unión Internacional de Editores) así que ya comenzó mal, porque los editores, por lo general, tienen como objetivo el negocio —que por otro lado es lógico— y no la escritura.
Valga como detalle que hasta la efeméride anda equivocada, porque se dice que celebra el fallecimiento de Cervantes y el de Shakespeare y ambas no son del todo ciertas. El alcalaíno universal murió el día 22 y lo que pasó el 23 es que lo enterraron; y por otro lado las diferencias entre el calendario gregoriano que ya se aplicaba en España y el juliano que aún mantenían los británicos —sabido es que los del Reino Unido van siempre a su bola—, hacen que su 23 de julio fuera para nosotros el 3 de mayo.
Por cierto, que también murió ese 23 de abril, Gómez Suárez de Figueroa, más conocido como el Inca Garcilaso de la Vega, primer mestizo cultural de nuestra lengua, y confundido a veces con el «príncipe de los poetas castellanos», Garcilaso de la Vega, aquel al que mataron de una pedrada en el castillo de Le Muy.
Pero a lo que vamos: La preponderancia de la parte comercial del libro deja bastante al margen los objetivos supuestamente principales: la lectura como vehículo de conocimiento, entretenimiento, información, ocasión de aprendizaje, regocijo artístico, elevación cultural, mejora del mundo en definitiva. Ese aspecto mercantil de editores y libreros, sin negar el esfuerzo de algunos de ellos por la cultura, el gusto por la belleza del libro y las funciones sociales indicadas; termina por llevar a segundo plano todo interés que no sea el beneficio comercial. Y así, deberíamos hablar del «Día de la venta de libros» y dejarnos de chorradas.
Salvo en casos muy concretos, los escritores tienen poco que ver en este asunto. Este no es su día para la mayoría de ellos. Si con harta frecuencia, los derechos de autor les son escamoteados por las trapacerías de ciertos editores; si suele mentirse respecto del número de ejemplares publicados y las ventas reales; si casi siempre hay ocultación de datos para que los derechos de autor correspondan a la realidad; si los distribuidores, en su condición de intermediarios almaceneros, suelen llevarse el porcentaje más nutritivo; si el escritor percibe como mucho el 10% de su obra —a veces ni eso—; si sólo unos pocos, por calidad, fama, montaje editorial y chanchullos con medios de comunicación, venden más y son más considerados; si segundas y siguientes ediciones y listas de libros más vendidos suelen ser un camelo… convendría que no hablásemos del día del libro y los derechos de autor sino de lo dicho: «Día de la venta de libros» o del «Día de los comerciantes de papel escrito» o, ya puestos, del «Día de los intermediarios de lo que sea» y que dejen de pasearnos a los que escribimos por lecturas cervantinas, casetas de venta, recitales de no sé qué y firmas de no sé cuántos.
Ya digo, perjudicial para la salud de la mayoría de lectores que son tratados como simples clientes y para la de casi todos los escritores que apenas obtienen un beneficio razonable por su creación y devienen en productores explotados.
Algo así como los ganaderos, horticultores y campesinos que son los que producen los alimentos y los que menos perciben por ello, en beneficio de todos los demás, transportistas, almaceneros, asentadores, tenderos etc. que son los que se llevan la parte del león que pagamos los consumidores.
Y dentro de nada empezará también la Feria del Libro de Madrid, la más multitudinaria de España —otras ferias similares ya se han celebrado o lo harán pronto—. Habremos de estar por allí los escritores si nos convocan nuestros editores o libreros ¡cómo no! sobre todo con los que sí son generosos y esforzados. Allí se cumplirá el amable rito de que algunos lectores satisfagan esa pizca de fetichismo de saludar en persona al escritor que les gusta, aunque sea un instante y a veces ni siquiera corresponda a las expectativas, porque quien escribe está más en sus escritos que en un cortés saludo o una dedicatoria en medio de la vorágine de curiosos.
Por lo general, se firmará en la feria algún que otro ejemplar de vez en cuando mientras se ven con estupor las inmensas colas para que firmen los famosillos de la tele, los chefs de moda también televisiva y otros semejantes adorados por los consumidores de pantalla.
Seguirá también allí esta historieta de hacer creer al público que dicho montaje tiene que ver con la literatura, la educación, el entretenimiento o el conocimiento, cuando en realidad no es más que otro día de comerciantes o mercaderes, como el día de la madre o el de los enamorados, vendan libros, rosas, cajas de bombones, bisutería, perfumes o lencería fina.