Si nos ponemos a rememorar nuestros años infantiles, seguro que nos recordamos con cuentos de grosor muy fino, letras grandes y dibujos, muchos dibujos… libros troquelados cuyas páginas se movían con una pestaña a la derecha “et voilà” sus personajes cobraban vida en papel, casi de cartón.
Los domingos, día especial, seguro que también a más de uno de nosotros nos regalaban con una visita al quiosco a comprar tebeos y así pasar la tarde y parte de la semana.
Más colores, personas encerradas en viñetas cuadriculadas que hablaban en bocadillos encima de sus cabezas y de una manera muy intuitiva sabíamos cómo seguir el hilo narrativo de peripecias entre chachas, familias, operarios, hermanos, detectives… todo un universo que nos permitía la evasión y la recreación de otras vidas. Nos hacíamos amigos de todos ellos, sonreíamos y hasta sonaban carcajadas.
Dibujos y letras. Qué manera tan artística de aunar dos lenguajes para los que no se necesitaban ni consignas ni instrucciones.
Los ojos enfocaban perfectamente la historia y acompañaban las aventuras de seres imaginarios o no tanto, porque siempre rezumaban un hálito de proximidad y de gente conocida en nuestro barrio.
No sé si al leerlos, al verlos, era fácil plantearse que el autor se desdoblaba y lo mismo dibujaba y escribía; en cualquier caso, repetíamos la página una y otra vez por si nos habíamos perdido una coma o un gesto.
El ojo iba rápido saltando de un cuadro a otro, como nuestros pies al jugar “a la china”, y se acababa pronto la aventura cómica, siempre con final feliz, por cierto. Parece que quisiéramos prolongar ese día festivo, antes de preparar mente y cuerpo para la semana escolar, y todavía rascábamos tiempo para mirar una vez más esos tebeos que formaron parte de nuestra incipiente década a la lectura seria y contundente, a la lectura de libros “hechos y derechos”, dirán la mayoría.
Y ahí es donde quiero llegar. A lo largo de mucho tiempo el cómic ha sido considerado un género menor, arrollado por novelas, poesía… leer tebeos era una ingenuidad, incluso un pasar el tiempo para perderlo en ratos de no hacer nada, un entretenimiento menor; es el estigma ya superado, como lo muestran tesis, artículos, volúmenes y monografías dedicadas a su estudio y su valor.
El cómic parece que ha adquirido cierta cumbre en su ascenso por la escala social y literaria, porque la palabra tebeo sigue estando algo deteriorada, formando parte del vocabulario nostálgico de abuelos “cebolleta”.
A poco que revisemos muchos de los títulos inefables de esas historietas con las que crecimos, descubrimos una intralectura intensa y variada, un magma que bullía y que gracias a la risa escapaba para provocar la fantasía de sus lectores —diminutos y mayores— que en esto de la lectura no hay filtro de edad.
El historietista, el dibujante, el diseñador captaba en nanosegundos emociones de sus personajes, sentires y dolores, pesadumbre y felicidad, y todo ello lo transmitía “tout à coup” de un golpe visual; ni qué decir tiene el valor de su arte siempre acompañado de una frase, un diálogo sintético, rompedor y abrupto, sorpresivo, en cualquier caso: qué capacidad de condensar tanto en tan poco: palabra y figura encerradas en fotogramas estáticos, que no dejaban de moverse, valga la paradoja. La vista acompañaba entusiasmada el relato cómico que hacía de nuestros domingos algo singular.
No existen coordenadas espaciales ni temporales que limiten la génesis ni la lectura de este tipo de obra literaria; sin lugar a dudas, se trata de literatura y no menor.
Considero que conviene poseer muchas y muy potentes capacidades: intuición, inteligencia, cultura, buena vista, reflexión, tiempo y ganas, interés y afición; en definitiva, neuronas activas para alcanzar al meollo de esas historietas escritas y dibujadas.
La palabra en el cómic viene contenida e intensa: se plasma con la letra apretada, tan junta que cuesta separar las sílabas que la componen. Se trata de una palabra cultural, cínica, y siempre muy crítica…igual que el dibujo: parece que el autor se ríe de todo y de todos. Jalonan una y otro la amargura, la ironía el sarcasmo, la acidez y, sobre todo, el humor, esa suerte de inteligencia humana que se ha de saber administrar; por eso, hay que poner las dendritas a trabajar y aguzar el ingenio para estar pendiente del más mínimo detalle: puntos, acentos, ademanes y arrugas que, incomprensiblemente, caben en los límites del recuadro. Comunicación a toda vela. Síntesis y sinopsis, resumen y esquema. Todo eso y mucho más es un cómic. La escuadra y el cartabón diseñan una historia y unas figuras variopintas, como la vida misma: escenas comunes, personajes populares, fantásticos, héroes de ficción y del deporte. Todo cabe en el cómic.
Y da igual que nos encontremos en el cono sur que en el Cáucaso, en Asia o en Francia. Con los tebeos se aprende y se divierte; se critica a la sociedad trasnochada y casposa, se visibiliza la migración y la xenofobia, se reinventa y se actualiza la mitología y se aventura la distopía del futuro. El mundo real se hace más auténtico y sobre todo trasciende fronteras siderales.
Hay mucho escrito acerca del público que lee cómics, mucho; quién lo lee: mujeres, hombres, jóvenes…constituyen auténticas estrategias didácticas por lo que dicen y lo que ocultan, por lo que se observa y lo que se esconde.
Son materiales que Saussure habría incorporado en su Gramática para explicar la estructura profunda y la estructura superficial. Los cineastas se apropian de estos seres animados y los convierten en personajes de Óscar.
Muchos investigadores ahondan en las capas freáticas que se superponen hasta emerger en un instante. El dibujo, el diseño habla sin voz, transmite y comunica, expresa e interactúa. Describe la misoginia y resalta el feminismo; advierte del paisaje depauperado que nos rodea, propone ideas y cambios de opinión, avanza pensamientos, soluciones a muchas circunstancias vitales.
El cómic anticipa emociones y grita una historia real o ficticia. No es baladí quien lo plasma como el ojo que lo percibe. Hay una relación soterrada entre ellos, que, sin conocerse, se crean lazos íntimos al permitir no solo vivir aventuras, viajes y caminos por explorar, sino también descubrir el insondable pozo personal de cada uno a través de imágenes dibujadas, de exclamaciones, onomatopeyas… todo se nos hace familiar y de fácil reconocimiento.
Hoy se habla de “novela gráfica” para referirse al cómic, a los tebeos, a las historietas…
¿Sigue ascendiendo en su consideración?