– Krausistas en la Revolución de 1868
El 23 de abril de 1868 murió Narváez, y La Reina entregó el poder a quien fuera ministro de la Gobernación con él, Luis González Bravo, el ‘moderado’ del periódico satírico ‘El Guirigay’, quien siguió la ruta marcada por el anterior. No cayó en saco roto la debilidad del trono, y el general Serrano, Duque de La Torre, entró en tratos con los hermanos de la Reina, la infanta Luis Fernanda y su marido el Duque de Montpensier, para derrocar a Isabel II y entregarles el trono. El 18 de septiembre se sublevó la escuadra en Cádiz bajo el mando del brigadier Topete; Prim recorrió la costa mediterránea buscando adhesiones; Serrano inició una marcha hacia Sevilla y Córdoba, derrotó a las fuerzas isabelinas del Marqués de Novaliches el 28 de septiembre en el Puente de Alcolea, en las márgenes del Guadalquivir, y dejó el camino abierto hacia Madrid. La Reina Isabel y su corte, que veraneaban en San Sebastián, huyeron a Francia el día treinta. En ese mismo día, La Junta Revolucionaria de Madrid, decretó la reposición de profesores.
El día 3 de octubre, entró Serrano en Madrid, se disolvieron las Juntas Revolucionarios locales, y se constituyó un Gobierno Provisional bajo la presidencia de Serrano. En el gobierno, la cartera de Fomento fue encomendada a Don Manuel Ruiz Zorrilla, quien nombró Director de Instrucción Pública a Don José de Echegaray; Prim fue ministro de la guerra, y un institucionalista, Laureano Figueroa, ocupó la cartera de Hacienda. Entonces se le ofreció el rectorado de la Universidad Central a Sanz del Río, que declinó por su escasa salud, y fue nombrado otro institucionalista: Don Fernando de Castro. A Sanz del Río se le nombró Decano de Filosofía y Letras el 29 de octubre. Castro pretendía una reforma: frente a la enseñanza como una rama de la administración, servida por docentes convertidos en funcionarios, era preciso crear una enseñanza educadora, basada en la búsqueda de la verdad, y un elevado sentido moral. Cuando Castro inaugura el curso académico de 1868-1869, dice: ‘Todo puede y debe de ser enseñanza viva del maestro al discípulo, desde la manifestación de su persona hasta los más delicados accidentes de su conducta humana e intelectual… Hace diecinueve siglos lo proclamó la Divina Sabiduría: Sólo la verdad os hará libres… Tal es el lema de la nueva enseñanza, del nuevo derecho, de la nueva vida’.
Bajo su dirección se crea el Boletín-Revista, expresión de las ideas krausistas; se dan clases nocturnas para obreros, uno de cuyos asistentes fue Pablo Iglesias; se atiende a la situación de la mujer, y para ello se funda ‘La Academia de Conferencias y Lecturas Públicas para la Educación de la Mujer’, que desarrolla su actividad dominical en el Paraninfo. En ella participa Concepción Arnal. De allí sale, en 1871, la Asociación para la Enseñanza de la Mujer y, en su estela, la Escuela de Institutrices, la Escuela de Comercio para Señoras, y la Escuela de Correos y Telégrafos. La educación no impide abordar la seguridad jurídica. Giner participa en la redacción de la Constitución, sobre todo en el Título I, que trata de los derechos individuales, y escribe en el Boletín-Revista de la Universidad una serie de artículos sobre la futura Ley de Instrucción Pública, en los que preconiza su independencia respecto al Estado, un Estado que, en aquel entonces, debe cesar en su auxilio económico, dado que la enseñanza debe vivir de sus propios ingresos o de las subvenciones privadas para no ser infeccionada. Al Estado le incumbe la soberanía política mientras que la científica corresponde a la Universidad. No me cabe duda que al reclamar esa independencia económica, Giner pretendía impedir la infiltración confesional o ideológica, pero tampoco me cabe duda de que, al trasladar este modelo a la ILE, se lo puso fácil al acoso político que podía cercarla de precariedad. Aquellos krausistas nunca pretendieron hacer de la educación su negocio, ya que, forzados por la persecución de la 2ª Cuestión Universitaria, al fundar la ILE como iniciativa privada, se sostenían por la suscripción de acciones nominales, la matrícula de los alumnos, y las donaciones que les hicieran.
– Rebelión en las aulas: Se funda la ILE en la Restauración (1876), bajo la presión de la segunda cuestión universitaria
1876, hemos llegado. Tras el intento fallido de entronizar a Amadeo I, asesinado Prim en el complot urdido por Montpensier y el federal Paul y Angulo, tras el intento, también fallido, de Serrano, llega al poder Cánovas del Castillo. Manuel Orovio vuelve a ocuparse de Fomento y carga contra el profesorado liberal. Ya estamos en los tiempos de la Restauración, cuando se produjo la llamada ‘Segunda Cuestión Universitaria’ y, como consecuencia, la fundación de la ILE. Orovio eliminó de un plumazo las academias de profesores, las asociaciones de alumnos, las conferencias en la Universidad, las clases para obreros, el Boletín-Revista….
Concedió, en paralelo, Cátedras a profesores que aparecen en segundo o tercer lugar en las ternas, cuando los más distinguidos no le son gratos; restableció los libros de texto; ordenó a los rectores incoar expedientes de separación a quienes explicaran doctrinas contra el dogma católico –’que es la verdad social de nuestro país-‘ (Decreto y circular del 20 de febrero de 1875). Giner calificó esta acción de ‘ultima llamarada jacobina del viejo partido moderado’. Antes del 30 de abril, los catedráticos debían someter sus programas a la aprobación de la superioridad, con intención de ‘poner coto a una excesiva libertad de enseñanza’. Aún Alfonso XII carecía de Constitución, por lo que regía la de 1869. Por ello, el gobierno legislaba en contra de esa constitución por decreto ley y el decreto de Orovio carecía de legalidad, argumento de Gumersindo Azcárate. Entonces se produjo, otra vez, la rebelión en las aulas: Castelar envió una carta a Orovio atacando a la iglesia católica por su ‘carácter absolutista, amenazador a todas las instituciones’, renunciando a su cátedra de Historia de España. Giner de los Ríos remitió al Rector, el 25 de marzo, un escrito de protesta.
El ministro de la Gobernación, Romero Robledo, ordenó la detención de Giner y su deportación a Cádiz. Está en cama, con alta fiebre, pero la policía lo levanta y le traslada a la estación. Va en un vagón de tercera custodiado por la Guardia Civil. El día dos de abril, ya en Córdoba, ingresa en la prisión militar del Castillo de Santa Catalina, atestado de presos políticos. Antes de salir de su casa, había dejado otro escrito para entregar al Ministro de la Gobernación. El 12 de abril, desde Cádiz, manda un nuevo escrito de protesta al Presidente del Consejo de Ministros, y a numerosos amigos y colegas, dentro y fuera de España. Entonces surge la oferta del Cónsul británico para que los krausistas perseguidos puedan fundar una Universidad Libre en Gibraltar. Se suscita el debate entre los meses de mayo y junio. No todos están de acuerdo, como Azárate, porque, en Gibraltar, no quieren verse extranjeros en su patria. El Gobierno de Madrid consigue que se remueva en el cargo al Cónsul, y el 17 de julio separa de sus cátedras a Giner, Salmerón y Azcárate. A cambio, los confinamientos concluyen. Giner marcha al Valle de Cabérniga. Allí, en la montaña, D. Francisco y sus amigos maduran el proyecto de la ILE. El 30 de junio de 1875, se promulga una Constitución que reconoce la tolerancia religiosa en su art. 11, y la libertad de enseñanza en el 24. Esos artículos daban vía libre al centro docente de la ILE.
Lo habían estado madurando en sus reuniones de la casa solariega de D. Manuel Ruiz de Quevedo, en Cabérniga. El 24 de mayo de 1876, el Imparcial daba la noticia: Se funda la ILE como ‘centro consagrado al cultivo y propagación de la ciencia en sus diversos órdenes, especialmente por medio de la enseñanza’. Como he dicho, su financiación sería mediante la suscripción de acciones nominales, las matrículas y las donaciones que recibieran. El Gobierno de la Institución sería el de una Junta General de Socios, mediante reuniones anuales; una Junta Directiva y otra Facultativa, ésta última compuesta por todo el profesorado y dirigida por un Rector. Los cargos de ambas juntas serían electivos, renovables por bienios, parcialmente, y reelegibles. Los Estatutos fueron aprobados, con carácter interino, el 31 de mayo de 1876, y autorizados por Real Orden de 16 de agosto. La primera Junta Directiva estaba formada por: Presidente, Laureano Figuerola; Vicepresidente, Justo Pelayo Cuesta; Consiliarios: Eduardo Gasset y Artime, Eduardo Chao, Federico Rubio, Manuel Ruiz de Quevedo, Gumersindo de Azcárate y Augusto González Linares; Tesorero, Juan Anglada; Secretario, Hermenegildo Giner de los Ríos. Representaban al profesorado: Figuerola, Azcárate y González de Linares. Figuerola fue el primer rector, seguido por Montero Ríos, Pelayo Cuesta y Giner. Como ven, el impulsor no quiso ser figura de primera fila. El número de accionistas era muy amplio y representativo de la opinión liberal que lo sustentaba: Eran intelectuales, políticos, militares, comerciantes, industriales, la mayor parte residentes en Madrid o en Andalucía. También participaban krausistas extranjeros como la testamentaría del barón Leonhardi o John Tyndall. Tuvieron como primer domicilio el piso principal del nº 9 de la c/ Esparteros.
Nacieron para dar respuesta a una grave crisis universitaria y educativa, pero por sus limitadas posibilidades económicas no podían abarcar todas las disciplinas. Debían ceñirse a completar los estudios de secundaria, preparatorio de Derecho, doctorado, y preparatorio de medicina y farmacia; carecían además de colación de grados, al ser una institución privada. Sin homologación de títulos, la libertad de enseñanza era una entelequia. Aportaban excelencia, pero no titulación oficial. No podía competir con el Estado.
En el discurso de apertura del curso 1880-1881, Giner dijo: ‘… Transformad esas antiguas aulas; suprimid el estrado y la cátedra de maestro, barrera de hielo que lo aísla y hace imposible toda intimidad con el discípulo, suprimid el banco, la grada, el anfiteatro, símbolos perdurables de la uniformidad y el tedio. Romped esas enormes masas de alumnos… Sustituid en torno del profesor, a esos elementos clásicos, un círculo poco numeroso de escolares activos, que piensan, que hablan, que disputan, que se mueven, que están vivos en suma, y cuya fantasía ennoblece con la de una colaboración en la obra del maestro… La cátedra es un taller, el maestro un guía en el trabajo; los discípulos una familia; el vínculo exterior se convierte en ético e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente… La enseñanza debe tener un carácter enciclopédico. El hombre no debe ser amaestrado para una habilidad particular, en detrimento de su salud espiritual e incluso física… A difundir este sentido universal, educador e intimo, que no atiende a instruir, sino en cuanto la instrucción puede cooperar a formar hombres, aspira con sincero esfuerzo la Institución Libre de Enseñanza… llamada a mejorar las condiciones de una raza empobrecida…’.
La Institución pretendía desarrollar –en palabras de Giner- ‘una acción verdaderamente educadora en aquellas esferas donde más apremia la necesidad de redimir nuestro espíritu: desde la génesis del carácter moral… el desarrollo de la personalidad individual, nunca más necesario que cuando ha llegado a su apogeo la idolatría de la nivelación de las masas… el sacrificio ante la vocación sobre todo cálculo egoísta… el patriotismo sincero, leal, activo, que se avergüenza de perpetuar males cuyo remedio parece inútil al servil egoísmo; el amor al trabajo… el odio a la mentira… en fin, el espíritu de equidad y tolerancia, contra el frenesí exterminador que ciega entre nosotros a todos los partidos. Las obras lentas son duraderas. Ojalá esta Nación lo comprenda algún día’.
No pudo ser. El lento socavamiento de la reacción, la falta de colación de grados, y la penuria económica que después del cambio de domicilio de la c/ Esparteros a la de Infantas 42 impidió la construcción del edificio de Castellana por importe de 468.761,05 pts., lo imposibilitaron. A ello se sumó el linchamiento padecido en la celebración del Congreso Pedagógico de 1882, donde tantas esperanzas habían puesto. Allí, el abucheo que sufrió Joaquín Costa al defender la secularización de la escuela, el que también recibió Giner en sus propuestas, hasta el punto de impedirle el uso de la palabra, hacen que D. Francisco llegue a la conclusión de que la Universidad está ya demasiado dañada como para emprender la regeneración desde ella, y era imperativo comenzar con una escuela para niños. Para ello, se venden los terrenos de Castellana, y, desde el 8 de septiembre de 1884, se habilita para ese nuevo fin un local en el Paseo del Obelisco nº 8, llamado entonces Delicia de Isabel II o Fuente Castellana.
El 18 de febrero de 1915 fallecía D. Francisco Giner de los Ríos en la casa de la Institución, no sin antes haber dejado profunda huella: De allí surgieron, por influencia suya, el Museo Pedagógico de Instrucción Primaria (1882), del que fue segundo Secretario D. Rafael Altamira y Crevea; el Asilo para Ancianos de San Juan, en El Pardo (1869); el Instituto de Reformas Sociales; la Estación Marítima de Zoología y Botánica Experimentales (1886); la Sección Española de la Asociación Internacional para la protección legal de los trabajadores; la Extensión Universitaria; el Protectorado del Niño Delincuente, o la Junta de Ampliación de Estudios. Por lo que respecta a la ILE, ya es tiempo de D. Manuel Bartolomé Cossío. Pero esa es ya otra historia.
Mientras tanto, la historia, maestra de pueblos, sigue deshaciendo. La educación en España parece todavía tarea pendiente de un gran acuerdo de Estado. Volviendo a la nutrición de D. Gonzálo Báez Camargo, aquí parece que, en ocasiones, toda poda es tala, practicada sañudamente pera que nada crezca. Sólo hace falta repasar el Informe PISA que nos habla de ‘disminución de la eficacia del sistema educativo entre 2003 y 2009 (ministra Pilar del Castillo con Aznar) y un aumento en esa eficacia entre 2009 y 2011’ (Ángel Gabilondo). Y en esta llegó Wert, y las circunstancias familiares producidas por el paro y la precariedad; la inversión de fondos públicos en concertados y privados, aunque las escuelas públicas sean mejores gestoras de recursos; las profundas diferencias entre autonomías que se dejan ver en las tasas de repeticiones…
En la educación preparamos el futuro. La historia de la ILE sigue pendiente.