Recuperar el pasado para ganar el futuro
El 18 de febrero de 1915 moría D. Francisco Giner de los Ríos, aquel ‘santo laico’ que decía Ortega. Estamos. Al tener noticia, su alumno Antonio Machado escribió, el día 21, desde Baeza, esta silva-romance:
‘Como se fue el maestro,/ la luz de esta mañana/ me dijo: Van tres días/ que mi hermano Francisco no trabaja./ ¿Murió?… Sólo sabemos/ que se nos fue por una senda clara,/ diciéndonos: Hacedme/ un duelo de labores y esperanzas./ Sed buenos y no más, sed lo que he sido/ entre vosotros: alma./ Vivid, la vida sigue,/ los muertos mueren y las sombras pasan;/ lleva quien deja y vive el que ha vivido./ Yunques, sonad; enmudeced, campanas!/ Y hacia otra luz más pura/ partió el hermano de la luz del alba,/ del sol de los talleres,/ el viejo alegre de la vida santa./ …Oh, sí, llevad, amigos,/ su cuerpo a la montaña,/ a los azules montes,/ del ancho Guadarrama./ Allí hay barrancos hondos/ de pinos verdes donde el viento canta./ Su corazón repose/ bajo una encina casta,/ en tierra de tomillos, donde juegan/ mariposas doradas…/ Allí el maestro un día/ soñaba un nuevo florecer de España.’
Añadiré a esto un fragmento de la necrológica que le dedica el mismo Machado el 23 de febrero de 1915. Era el ‘maestro querido’, al que los párvulos esperaban en la puerta para acompañarle hasta la clase. Allí, como en la cátedra, se sentaba entre ellos para dialogar, estimulando las almas para que la ciencia fuera pensada, vivida, porque lo que importa es aprender a pensar, y así poner mañana el sello del alma en la obra propia… Era don Francisco un hombre incapaz de mentir e incapaz de callar la verdad… Carecía de vanidades, pero no de orgullo; convencido de ser, desdeñaba el aparentar. Era sencillo, austero hasta la santidad, amigo de las proporciones justas y de las medidas cabales. Era un místico, pero no contemplativo y extático, sino laborioso y activo… Toda la España viva, joven y fecunda, acabó por agruparse en torno al imán invisible de aquel alma tan fuerte y tan pura…’
Demos un pequeño paso en su biografía: Si D. Julián Sanz del Rio fue el primer introductor en España del pensamiento de Krause, su discípulo, D. Francisco Giner de los Ríos, fue el más determinante introductor de su Estética al traducir su Compendio. D. Francisco había nacido en Ronda, provincia de Málaga, el 10 de octubre de 1839, y fue bautizado con el nombre de Francisco de Borja Juan de Dios María de la Concepción el día 14 de ese mismo mes, en la iglesia de Sta. María de la Encarnación. Era hijo primogénito de Francisco Giner de la Fuente, funcionario, intendente de las minas de Almadén, y de Bernarda de los Ríos Rosas, natural de Ronda, hija del abogado Francisco de los Ríos Zambrano y hermana de Antonio de los Ríos Rosas, aquel político que, junto a Prim, después de la revolución del 68, apoyó la causa de Amadeo de Saboya como candidato al trono de España.
Seis hijos tuvieron en el matrimonio: cinco varones y una mujer. De Francisco, cuentan sus biógrafos, que cuando tenía siete años, el maestro le condujo a casa de sus padres para decirles que no le llevaran más al colegio, porque ya sabía tanto como él, no sé si por inquieto y revoltoso, que también cuentan.
Los frecuentes traslados de su padre le hicieron formarse y vencer el desarraigo que le producían. Comenzó su bachillerato en el colegio de Santo Tomás, en Cádiz; luego en el instituto de Alicante, donde obtuvo el título de bachiller en filosofía en el mes de junio de 1852, ¡con 11 años y nueve meses!. Empezó a estudiar Jurisprudencia en la Universidad de Barcelona, pero pasó sus exámenes del primer curso en la de Granada, y logró el título de Bachiller en Derecho en 1858, y la Licenciatura en Derecho Civil y Canónico el 27 de junio de 1859. Allí, en Granada, entró en ‘La Cuerda cultural’, compuesta por jóvenes burgueses de las más variadas profesiones, entre ellos Pedro Antonio de Alarcón; también conoció a Nicolás Salmerón. Allí colaboró en la revista Meridional y era capar de citar el pensamiento de Sánz del Río y de Krause. Vino D. Francisco a Madrid para ampliar estudios, donde su tío, D. Antonio de los Ríos Rosas, tenía influencia política, pero él prefirió abrirse camino por sus propios medios y, en 1863, obtuvo una plaza de auxiliar en la Secretaría de Estado. Luego, recibió el grado de Doctor en Derecho Civil y Canónico, el 9 de junio de 1865, con la calificación de sobresaliente. Cuatro días más tarde, cursó solicitud de cátedra de Filosofía del Derecho en esta Universidad. Asistía D. Francisco al Centro Filosófico de la calle Cañizares y frecuentaba este Ateneo. En el Ateneo se entregó al estudio de Kant, de Hegel, y de Krause. En Madrid le sobrevino su crisis religiosa, acentuada por el fallecimiento de su madre, víctima del cólera, el 9 de octubre de 1865. Es interesantísimo comprobar los efectos de esa crisis, y su superación, en la lectura de su libro ‘Estudios filosóficos y Religiosos’, que cierra a 24 de junio de 1876 y firma como profesor separado, donde mete el bisturí entre el catolicismo liberal, cercano dice a las corrientes protestantes, y los católicos viejos. Por Real Orden de 20 de Julio de 1867 se le concede la cátedra de Filosofía del Derecho y Derecho Internacional de la Universidad de Madrid, y el 10 de agosto toma posesión.
La fuente de la Institución Libre de Enseñanza la encontramos en el pensamiento krausista, que, en filosofía, tomó su origen en el idealismo alemán, y, en pedagogía, en Fröbel y Pestalozzi. Era imperativo educar a los pueblos en el ideal de la humanidad al servicio de la vida, pensamiento y educación tenían que ir de la mano. En España, el idealismo krausista hizo síntesis con el positivismo, y se puso a trabajar el Derecho que, con la Educación, eran las dos ruedas que pretendían echar a andar el carricoche desvencijado de España.
La raíz de que se nutrió la Institución Libre de Enseñanza la encontramos en aquel viaje que hizo D. Julián Sanz del Río a Europa en 1843, comisionado por el ministro D. Pedro Gómez de la Serna, a fin de que profundizara durante dos años en las corrientes del pensamiento europeo, para luego hacerlas presentes en su cátedra de Filosofía del Derecho de la Universidad Central. Allí, entre Cousin, en París; Ahrens en Bruselas; Roeder, Weber, Leonhardi y otros en Heidelberg, D. Julián se impregnó de krausismo. Cuando volvió, había cambiado el gobierno; el partido moderado estaba en el poder y había dejado en el olvido la cátedra obtenida; en lugar de bienvenida, le llovieron las críticas en los círculos literarios y en la prensa adicta; en el Congreso se le acusó de panteísta y corruptor. Entonces se retiró a Illescas, donde se entregó febrilmente al trabajo. La cátedra le fue devuelta en 1868, a la llegada de La Gloriosa. No es larga su biografía porque falleció el 12 de octubre de 1869, a los 52 años. A su muerte, su busto fue roto y pisoteado, junto con sus obras, por gentes del claustro. Rompieron su busto, pisotearon sus libros, pero no pudieron frenar su pensamiento. Falleció, cuando aún tenía mucho que aportar. Es larga su influencia: El krausismo fue un estilo de vida que fecundó la vida española desde 1854, hasta el decreto de Franco de 17 de mayo de 1940, que declaró ilegal la Institución Libre de Enseñanza y la incautó sus bienes por ser contraria al Movimiento Nacional. Antes, nada más entrar en Madrid, un grupo de energúmenos asaltó sus locales, destruyó la biblioteca, los laboratorios y hasta el arbolado.
Hoy toca plantear la significación que tuvo y tiene la ILE. No voy a ser nada original. Os doy mis fuentes: La obra colectiva de los editores Álvarez Lázaro y Vázquez Romero, titulada ‘Krause, Giner y la Institución Libre de Enseñanza, Nuevos Estudios’; los ya citados ‘Estudios Filosóficos y Religiosos’ de Francisco Giner de los Ríos, en su edición de 1876, y la obra fundamental en que me baso, de uno de aquellos institucionalistas: D. Antonio Jiménez-Landi Martínez, ‘La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente’, en cuatro volúmenes (ed. Complutense, 1996). Recojo de esta última los objetivos de la ILE: ‘En el fenómeno institucionalista confluyen dos procesos diferentes, pero no encontrados: la reforma de la enseñanza en nuestro país, y la transformación de nuestra sociedad por las corrientes filosóficas y políticas hijas de la Europa ilustrada, de la Revolución francesa, de la filosofía alemana, sobre todo, que penetra en los medios universitarios con ansias de renovación’.
Se funda la ILE en 1876. Atrás quedó la ‘Noche de San Daniel’ y la 1ª Cuestión Universitaria; atrás también la Revolución de 1868; atrás la 1ª República (1873-1874); atrás el tres de enero, cuando Manuel Pavía entra en el Congreso y abre la puerta a la Restauración. Estamos en 1876, año de Cortes Constituyentes. En educación, hay polvos que hacen lodos. Tenemos datos de seis años antes: en 1870, las escuelas públicas y privadas instruyen a un millón de alumnos; sólo 200.000 pasan a la secundaria. Las mujeres españolas ascendían a 7.900.000, pero sólo 716.000 sabían leer y escribir. Los varones analfabetos llegaban al 68%, y las mujeres al 81%. La universidad española, dominada por el tomismo, estaba en una situación decadente. Sus estudiantes becarios eran los más pudientes. Después de graduados ocupaban puestos en la administración y desde ellos se mantenía la inmovilidad del sistema y el bajo nivel de las enseñanzas, rutinarias, anacrónicas e insuficientes. Eso dice Giner cuando habla de la ‘necrosis nacional’.
Situémonos en 1876. El Imparcial, en su número de 24 de mayo, publica un suelto bajo el título ‘La Universidad Libre’, donde da cuenta de su fundación, ‘acogida con simpatía por toda Europa’. Voy a tratar de presentar la historia y la influencia de la ILE con un enfoque histórico en cuatro puntos: Antecedentes históricos y pedagógicos; la llamada ‘Cuestión universitaria’ y ‘la Noche de San Daniel’; los krausista en la Revolución del 68; y rebelión en las aulas: fundación de la ILE en la Restauración de 1876 bajo la presión de la segunda Cuestión Universitaria’. Será en otro artículo, porque en una edición digital no conviene cansar al lector.
Por el momento, y para concluir esta primera entrega, déjenme recordar a Ortega cuando dijo que ‘educar es preparar en el presente vidas futuras’, pero ese futuro parecía ya a ojos de Ortega tan cargado de novedad, que pocas cosas del pasado podían servir para moverse en él; había y hay que enseñar a pensar creativamente. Por eso Ortega concluía entonces: ‘hemos perdido el pasado’. Si no recuperamos maneras de hacer pedagogía que quedaron exterminadas ‘manu militari’-sota sotanas, no sólo habremos perdido el pasado, habremos perdido el futuro.