Para muchos Madrid es el foco cenital que atrae y atrapa; casi engulle y no permite su abandono. Llegar a la capital supone un trasiego anímico y físico, una cortina que se vislumbra desde lejos con cristales de colores, resplandor y luces.
La capital de nuestro país es motivo de contenido argumental en muchos títulos literarios que luego han pasado al cine en forma de caleidoscopio atractivo, ciudad fulgurante que promete y también… asusta.
Seguro que más de uno echaría a correr, si lo invitaran a formar parte de la tertulia del café de doña Rosa, la inefable dueña de ese centro capitalino fagocitador de una buena patulea de propios y extraños a los que domeñaba tropezando por las mesas con sus arrobas y lorzas, modelo de buen comer y beber en unos años en que la penuria económica se había instalado en esa gran masa social amorfa definida como clase media. De haber tomado un café colado, por supuesto, mientras ella se echaba al coleto un vasito de ojén a la vez que soltaba volutas de su cigarro, tabaco de 90 —su presupuesto se lo permitía—, nos habríamos enterado de lo que se cocía en Madrid, del bullicio callejero, del trasiego de tantos y tantos personajes y personajillos que malvivían y resistían a duras penas los años difíciles y pesarosos de una posguerra que venía cruda, sin luminaria, a voz de sereno, medicamentos trapicheados, cartillas de racionamiento y algún que otro paseíto por el Retiro. Ese Madrid que tanto gusta, era una capital ensombrecida para la mayoría, un horizonte sin mucho futuro, una réplica del día de la marmota y un escritor como Cela supo plasmarlo a golpe de flash fotográfico; destellos de posibilidades, fogonazos de mejores circunstancias que sucumbían ante la tozuda realidad de una posguerra que exigía apretarse el cinturón y cerrar la boca para que no entraran moscas.
Ese Madrid que era un altavoz de muchos parroquianos para sus compatriotas del pueblo y que tras arribar con sus cuatro enseres a la estación de Príncipe Pío se reían de lo palurdos que eran en el hablar y en el vestir y no les quedaba otra que replegar sollozos y miedos en patios de vecindad atiborrados de chiquillos, animales, gritos y ropa tendida contagiada del sofrito de la olla.
Madrid literario, Madrid vital, Madrid de toda la vida…
El mito descompuesto, el cielo azul tan resplandeciente para muchos pintores se tiñe de nubarrones que aplastan conciencias, mitigan sueños y acaban con la idea fantasiosa tan cacareada: “De Madrid al cielo”. No sé si hoy seríamos capaces de visualizar esta estampa o se transfiguraría en otra más vital y dinámica, mal simulada o solapada, porque parece que desembocar en la capital es un estatus de avance y progresía: triunfar es harina de otro costal. Desde una esquina doña Rosa nos observa con el paso del tiempo, ella atenta a su clientela con un ojo pegado a los folletines que tanto le gusta leer.
A pesar de la canícula…
Y de tantas advertencias que nos hacen desde las aplicaciones meteorológicas, el verano en Nueva York tiene algo irresistible que no impide pasar unos cuantos días con distintos objetivos; es una ciudad, o no, un enclave especial, un oasis, algo que no es Estados Unidos sin dejar de serlo, un micro universo… actuó de espoleta para Federico, que no resistió el ruido, el acero y el cristal, la altura y la incomunicación, las prisas y el anonimato. Fue un revulsivo para la depresión que acompañaba a un Lorca despechado por su último amante: pies para que os quiero, tierra —bueno, y mar— de por medio y a otra cosa mariposa, como la de su maleficio. Poco estuvo, o mucho, según se mire, pero no encontró consuelo ni en los garitos de moda —y mira que era un bailarín avezado a pesar de su cojera— ni en el parque del centro ni en lugares culturetas. Su Poeta en Nueva York salió “descarajao” como su propia alma, llena de alambres y púas.
Poco caso debió de hacer Carmen, muchos años después, cuando decidió curar su salud maltrecha, una culpabilidad acendrada que arrastraba la gran escritora Martín Gaite, al dejar Madrid e instalarse en Nueva York. La trágica muerte de su hija Marta la sumió en una oscuridad de pena y hastío, un dolor en soledad (años atrás, Rafael Sánchez Ferlosio las dejó para vivir su vida sin ellas) que encontró cura en ese banco de Central Park al que acudía todos o casi todos los días. La novelista encontraba lo que no halló el poeta: mujer famosa en otros lares, nadie la conocía, y mucho menos, la reconocía, en silencio pasaban las horas de su día a día envuelta en el bullicio que desarmaba al andaluz. Se construyó una burbuja a su medida con sus recuerdos y la memoria de su querida hija cuya juventud la reventó una jeringuilla infectada; la movida cultural fue una píldora para muchos envenenada: prometía viajes psicodélicos y ensoñaciones de cartón piedra, una realidad falseada entre música, pintura, droga, sexo y “rokanrol” para dar con su figura en el suelo más frío y mortal de quienes hasta ese momento vivían entre algodones. Marta Sánchez Martín, filóloga y traductora feneció sin darse cuenta de que era una caperucita, sin caperuza, recorriendo, errática y dispersa, un bosque tenebroso; por el camino se encontró a muchos lobos y pocas abuelitas. Pero Manhattan la rescató en el libro que su madre, compungida y con lágrimas enrocadas, le dedicó a su vuelta a Madrid.
Esa ciudad que esconde tantos secretos que salva y que atrae, atrapa y escupe nos espera, siempre. La libertad y su estatua, las ardillas y el soniquete de músicas diversas, colores y olores, neón y noche, barrios y millas doradas. Mirar al cielo y encontrarse, descubrir un sabor distinto sin compañía o en medio de la marabunta.
Y se ha caído en medio de la ciudad…
Vaya boquete que ocasionó en la ciudad condal la nave marciana que vino del espacio sideral con dos alienígenas. Un boquete más de los muchos que salpicaban el pavimento de una Barcelona en plenos preparativos para los Juegos Olímpicos de los 90.
Gurb, muy avispado él, no esperó a recuperarse del topetazo recibido y saltó como alma que lleva el diablo a recorrer ese mundo inhóspito para un “ET” como él y dejó desolado a su compañero de viaje; este sin pensárselo dos veces, mutó en humano y se lanzó a caza y captura del intrépido colega. Varias veces rodó su cabeza por el asfalta de las calles atestadas de coches, taxis y autobuses en una lucha enfebrecida por llegar a la hora de fichar en su puesto de trabajo; como si de la jungla se tratara y a modo de consigna tácita: “sálvese el que pueda”: empellones, codazos, toques de claxon y bocinazos a cascoporro: es la ciudad en pleno despertar diario. El trajín de unos y el vaivén de otros aportan un abanico diverso y multicolor al extranjero, al que ha aterrizado de fuera, más allá de la órbita terrestre y como si hubiera perdido el oremus, es decir, la guía que supone trabajar en pareja desde un platillo, no identificado, se lanza, frenético, a conocer una ciudad casi europea, como prefieren denominarse sus habitantes.
Barcelona ofrece al visitante una ciudad de espaldas al mar, bueno, ahora le da su mejor cara: cerrarse al puerto no fue buena idea y de sabios es rectificar. Activa, muy activa, plagada de tiendas y comercios, bares, chiringuitos, puestos florales… ¿dónde estará Gurb? Teatros, edificios emblemáticos, curvas y ojos que observan en forma de balconadas imposibles, torres y pináculos, jolgorio, cómicos, estatuas vivientes, lujo y desenfreno, calor y agua, paseos y descanso. Dudo que los dos foráneos, si se encuentran permanezcan un día más en esta urbe, o tal vez, sí. Su demiurgo ha regresado a su ciudad natal después de zascandilear por otras capitales nacionales y extranjeras. El deseo de volver al origen y a su zona de confort en unos momentos de construcción de anillos olímpicos como los del espacio exterior del que se han desgajado dos seres que analizan lo nuevo y desconocido.
Ojo con tropezarse, cuidado con el agua más o menos potable, atento a los rateros, que no le timen en el desayuno y cuidado al cruzar la calle… eso y mucho es el deambular por una capital tan capitalina del mediterráneo norte.
Siempre nos quedará…Barcelona
De Madrid a Nueva York pasando por Barcelona o de Nueva York a Barcelona pasando por Madrid… en cualquier caso, ciudades, diferentes y atractivas, reales e ilusorias, de postal; en todas ellas vive más de un extraterrestre que le ofrece a caperucita un helado en el café de doña Rosa.