Los principios por encima de la oportunidad
Clara Campoamor nace en el barrio de Maravillas en el distrito centro de Madrid en 1888. Su papel protagonista en la lucha por el sufragio universal –incluido el voto de la mujer–, ha quedado como símbolo para la historia. Hoy su imagen da testimonio de ello en un lugar destacado del Congreso de los Diputados.
Inicia sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza (ILE), una conocida institución progresista que promovía la educación laica y la coeducación; posteriormente, se licenció en Derecho en la Universidad Central de Madrid, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en obtener este título universitario en España, aunque la primera licenciada en Medicina lo había sido a finales de los años 80 del siglo XIX. Muchas de estas pioneras lograron sus títulos cursándolos por libre, pues no les estaba permitido, o estaba mal visto, asistir presencialmente a las clases. A temprana edad, sufrió varias tragedias familiares, especialmente el fallecimiento de su padre, lo que la llevó a trabajar desde muy joven, primero en casa como modista y luego de dependienta en una tienda de ropa, empleos que ella compatibilizó con los estudios a lo largo del tiempo.
Campoamor obtuvo pronto una plaza en Telégrafos, la primera compañía estatal que incorporaba mujeres a su plantilla, en sus destinos de Zaragoza y San Sebastián, donde estudia el bachillerato y prepara oposiciones al Ministerio de Instrucción Pública, y en 1914, logra el número uno en las de profesor de taquigrafía y mecanografía para las Escuelas de Adultos.
Combina su trabajo en la enseñanza, primero, realizando traducciones de francés en la editorial Calpe y, posteriormente, con otro empleo en el periódico La Tribuna, que congregaba a numerosos intelectuales, entre ellos mujeres feministas y sufragistas. El gran debate de la época era la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres, y muy especialmente el sufragio universal. En seguida muestra un gran interés por la política y el derecho, lo que la llevará a convertirse, en 1924, en una de las primeras abogadas españolas, a la edad de 36 años. Escribe con periodicidad artículos en la prensa y da charlas en el Ateneo de Madrid desde 1916, afianzando en él su interés por la política, en la estela de Concepción Arenal. En 1930 es la primera mujer que entra en la Junta de Gobierno del Ateneo, junto a figuras destacadas como Marañón y Azaña.
El objetivo irrenunciable de Clara Campoamor era la defensa de los derechos de la mujer, y así lo demostró cuando fue elegida diputada por Madrid en 1931 en las filas del Partido Republicano Radical. Durante su etapa como diputada en el Congreso, trabajó arduamente para promover lo que hoy llamamos igualdad de género y, en particular, el derecho al voto femenino que defendió en un histórico discurso el 1 de octubre de 1931. Clara Campoamor fundó y presidió la Agrupación Republicana Femenina con el fin de activar la conciencia de las mujeres en calidad de ciudadanas. En el campo profesional participó activamente en la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, con anterioridad lo hizo en otras organizaciones feministas como la Juventud Femenina Universitaria y el Lyceum Club donde dio conferencias sobre derecho matrimonial. La argentina Paulina Luisi influyó sobre ella para que se reincorporara a los estudios universitarios en Oviedo, que completará en Murcia y Madrid.
Las mujeres en Francia tendrían que esperar hasta 1944 para alcanzar el derecho al voto y las italianas, hasta 1946. El voto femenino en Estados Unidos se había establecido con anterioridad en 1920 y en Gran Bretaña, en 1928. En 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera, se planteó ya el reconocimiento del derecho al voto femenino, pero en ese período, claro está, no se celebraron elecciones. Campoamor se mostró partidaria de que tal derecho fundamental pudiera ejercerse en las siguientes elecciones generales, que iban a tener lugar en 1933. Y así, defendió su aplicación inmediata en un sonado debate parlamentario con Victoria Kent, que sostenía lo contrario por criterios de oportunidad política, del que salió victoriosa. Hasta ese momento la mujer podía ser elegida, pero no electora.
Participó muy activamente en el Congreso, pues formó parte de los 21 redactores del borrador constitucional. Logró que se incluyera, entre otros avances, la no discriminación por razón de sexo y la igualdad jurídica de los hijos habidos dentro y fuera del matrimonio. Estuvo con pasión en los debates sobre la ley del divorcio en 1932 y, además, mantuvo la necesidad del abolir la prostitución, ley que se aprobó por fin en 1935, cuando ya no era diputada. Clara Campoamor también afrontó la crítica y la hostilidad por parte de algunas feministas, que consideraban que habían sacrificado los derechos de muchas mujeres, ya que en esa misma legislación se estableció que aquellas que no supieran leer y escribir no podían ejercer el voto, lo que excluía a casi todas las mujeres del campo y de las clases sociales más desfavorecidas entre las que el analfabetismo era moneda corriente.
En 1931 las elecciones tuvieron dos vueltas en las Cortes españolas, una el 28 de junio de 1931 y otra el 19 de julio, completándose el 8 de noviembre, por las que se eligieron 445 hombres y 3 mujeres: Clara Campoamor por el Partido Radical de Lerroux; Victoria Kent por el Partido Republicano Radical Socialista de Azaña y Margarita Nelken por el Partido Socialista Obrero Español. Clara Campoamor fue la impulsora principal de que el voto femenino se incorporara en la Constitución de 1931. Se discutió, entre otras cuestiones, la oportunidad o no de fijar una edad diferente a los hombres y a las mujeres para ejercer el voto, triunfando la igualdad para ambos sexos a los veintitrés años por 161 votos a favor y 121 en contra, y así quedó recogido en el artículo 36 (en la discusión era el 34) de la Constitución Republicana en España. En su intervención defendió las palabras de Humboldt: “la única manera de madurar para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella”. Aún hubo un intento de última hora de incluir una disposición transitoria que circunscribiera el voto femenino sólo al ámbito municipal, pero resultó fallido por solo cuatro votos. El resultado fue todo un acontecimiento social, por ejemplo, en el periódico Estampa pudo leerse un amplio artículo de Josefina Carabias con 29 fotos, animando a participar.
En 1933 Campoamor fue nombrada directora de Beneficencia y Asistencia Social en el Gobierno de Lerroux, pero dimitió al recibir instrucciones para que no se atendiera a los hijos de los que protagonizaron la insurrección revolucionaria de ese año. Forma parte de la Unión Republicana Femenina, que en 1935 se une a Izquierda Republicana (IR), aunque ella, injustamente, no fue aceptada en sus listas para el siguiente proceso electoral por su debate en el congreso con Victoria Kent.
Durante la República escribe diversos textos feministas como El voto femenino y yo: mi pecado mortal, El derecho femenino en España (1936) y La situación jurídica de la mujer española (1938). Tras el golpe militar, marcha al exilio desanimada por el escaso reconocimiento de su implicación en la consolidación de los derechos sociales y políticos de las mujeres; en cambio, Hispanoamérica la acogió con mucho interés y la España actual, tantos años después, le ha sabido dar en compensación lo que históricamente le negaron sus contemporáneos.