Los acontecimientos electorales sobrevenidos en Andalucía -y su inquietante estela poselectoral- tienen presumiblemente tanto alcance como para desatar todo tipo de explicaciones. Todo es opinable en política, menos lo que resulta evidente: la andalucización de las campañas electorales por parte de la izquierda; la no contemplación de la posibilidad de una abstención rampante; y las rencillas intrapartidarias han demostrado ser tres causas evidentes, e internas, del fracaso electoral registrado. Dicho esto, perpetuar el error sería seguir interpretando lo sucedido y su ulterior alcance en clave meramente andaluza.
Nadie, hasta hoy, eleva la mirada hacia el contexto geopolítico en el que Andalucía cobra cada día mayor relevancia. No solo en el ámbito europeo, al haber sido desde hace 36 años el gobierno regional de centroizquierda más duradero en el Sur de Europa, sino, sobre todo, en el contexto de los intereses geoestratégicos de una superpotencia y una gran potencia Estados Unidos y Reino Unido, respectivamente, intereses anclados en Andalucía: Rota-Morón, bases estadounidenses por excelencia, y Gibraltar. A ellas hay que añadir dos potencias norafricanas, Marruecos y Argelia, vecinas de Andalucía al otro lado del Mediterráneo pero siempre cerca, al igual que Portugal, con quien tiene frontera terrestre.
A grandes rasgos, Andalucía con sus 87.270 kilómetros cuadrados de superficie, es la segunda región en extensión de España, tras Castilla-León. Su población supera los 8.379.820 habitantes que tenía en 2017, con una densidad de 96,38 habitantes por kilómetros cuadrado. Su Producto Interior Bruto global era de 155.215 millones de euros y su PIB per cápita, 18.470 euros. El litoral andaluz abarca 1.101 kilómetros. En su punto más cercano, Andalucía dista 14 kilómetros del litoral africano en la zona del Estrecho de Gibraltar. Por ende, el litoral andaluz doble, versado hacia el Mediterráneo y hacia el Atlántico, le otorga una entidad geoestratégica muy relevante.
Veamos de qué manera Londres y Washington han seguido los acontecimientos andaluces. Para el Reino Unido, la anterior estabilidad política socialista en Andalucía no parece ya conveniente puesto que las aguas revueltas por el brexit le demandan revolver todos los demás contornos políticos contiguos para disolver las fundadas impugnaciones que se ciernen sobre la presencia británica en el Estrecho. Ergo, Londres puede haber sonreído -o algo más- tras el resultado de las elecciones andaluzas y presumiblemente, sonreirá más aún en la fase de inestabilidad que se avecina, dada la debilidad supuestamente generada en su interlocución con Madrid.
Políticas de ida y vuelta
Para Washington, la cosa parece diferente. Un contorno andaluz políticamente estable le ha sido rentable durante estos años, aunque la posibilidad de una radicalización de izquierda siempre le mantuvo ojo avizor sobre las urnas andaluzas. A simple vista, la continuidad socialista en Andalucía podría parecerle conveniente –e inconveniente su quiebra-; pero, yendo un poco más allá, la alianza en Madrid entre PSOE estatal y Podemos, a efectos de unas futuras elecciones generales, podría acarrear sudores en Washington, que frente a las dudas que podrían surgir entonces desde Madrid al respecto de las bases, necesita mantener las manos libres para desplegar en cualquier momento, desde Rota y Morón, sus fuerzas aeronavales para enviarlas al Medio Oriente y el Norte de África.
Por consiguiente, remover el avispero electoral andaluz, como solo saben hacerlo las gentes de Langley, a la corta parece dañar a Washington pero, a la larga, deshace cualquier veleidad de izquierda a la hora de replantearse con una nueva mirada el tema de las bases aeronavales estadounidenses encima mismo del Estrecho. Apostar por la derechización en Andalucía puede formar parte ya del famoso two track way, esos cursos de ida y vuelta, aplicado históricamente por Washington en su acción exterior para asegurarse el triunfo en una de las dos vías de juego.
Para Marruecos, la irrupción de la extrema derecha en la política andaluza, puede tener dos o más lecturas; pero todo el mundo sabe que Rabat, históricamente, aprovecha cualquier síntoma de alteración en la política española -y la política regional forma parte de ella- para tomar posiciones, aventar reivindicaciones y tratar de sacar partido propio de lo que aquí sucede. Lo sucedido en las urnas andaluzas deviene, pues, en un posible pretexto marroquí para saludarlo inicialmente, con el fin de espantar la inmigración subsahariana que acude a sus litorales para saltar hacia España; o bien para repensarse su inicial saludo y rechazarlo, al interpretar que la presencia de la extrema derecha en la Junta de Sevilla o en otras instituciones españolas podría contribuir a hostilizar los nexos de Rabat con Madrid, a propósito de los tránsitos inter-fronterizos o los asentamientos de los nacionales marroquíes en una Andalucía donde la xenofobia ha hecho acto oficial de presencia.
En cuanto a Argelia, la diplomacia de Argel seguro que estudia al milímetro lo acaecido en Andalucía y, en caso de una acentuación política en clave ultraderechista de la política española, como algunos análisis prevén, podría llegar a repasar los cruciales pactos petroleros suscritos con Madrid. Por lo que concierne a Portugal, hoy con un Gobierno de centro izquierda, parece evidente la preocupación en Lisboa al respecto del resultado de los comicios andaluces, bien que Lisboa y Londres mantienen su alianza histórica de siglos. Desde luego, toda eventualidad en torno a la salida marítima del Estrecho de Gibraltar es vista con extrema atención desde Rusia y hoy, también por China, que despliega una política portuaria evidente en torno al Mediterráneo sobre a base de su potente estro comercial.
Como cabe observar, la política concebida como una trama en red nos muestra que una alteración en un extremo como el andaluz de la malla, en este caso, la malla geopolítica del Mediterráneo occidental, provoca siempre alteraciones en el contorno. Con todo, el resultado de las urnas andaluzas, además de sus evidentes consecuencias internas, hostiliza las relaciones exteriores de España con sus vecinos y (supuestos) aliados, además de poner en juego sus intereses geoestratégicos. Sin duda, condicionará su política exterior, como demuestra el eco de inquietud hallado en Bruselas, en el seno de las democracias europeas más consolidadas, aunque habrá causado alborozo en las cancillerías húngara e italiana.
En los pasados años, ha resultado proverbial la ausencia de sensibilidad geopolítica de la clase política española, tan acostumbrada al ombliguismo, cuando no al seguidismo de aceptar como sagrado todo cuanto quieren que se diga las Cancillerías o la Prensa extranjeras. Para eludir esta deriva tan dañina, cabe sugerir a tanto prócer, de esos que solo saben dedicarse a adjetivar con sal gorda las conductas políticas ajenas, que se pongan de una vez a estudiar geopolítica, eleven la mirada y se atrevan a vislumbrar el alcance o la cortedad, la responsabilidad o la irresponsabilidad de sus actos políticos -o impolíticos- y el de sus clamorosas omisiones.