septiembre de 2024 - VIII Año

Amante, sordo y ciego

Los amantes. René Magritte

Estoy profundamente enamorado de mi mujer, dijo el incauto, sin sospechar que se estaba retratando a sí mismo y explicando todo el trasfondo de su actitud. Su encantamiento marital lo transformaba en socio del desarrollo del proyecto. Un milagro del amor y de la conjunción de la parte oscura de ambos.

Los antiguos romanos decían: similes similibus curantur. Es decir, que nuestras similitudes procuran que nos rodeemos de personas que son nuestros afines. El hierro atrae al imán, o al contrario, porque ambos son ferruginosos: el imán contiene partículas internas del metal que atrae.

Lo semejante atrae a sus semejantes para crear una comunidad de especie. Intuitivamente, los sentidos perciben la mutua simpatía posible entre los que se asemejan. A partir de ese flechazo, golpe de la intuición a primera vista, surge el acercamiento y la influencia recíproca hasta lograr la sociedad que satisfaga fines comunes.

En cierto modo, estamos hablando de una elección espiritual que llega a crear una fusión entre las personas, que se convierten en una misma carne…Ya no hay dualismo: espíritu y materia, alma y cuerpo de los dos amantes caminan juntos, se apoyan y se alientan en pos de objetivos, compartidos a posteriori, por la confianza incondicional que el enamorado pone en su enamorada y viceversa, merced a sus afinidades a priori.

El adagio, que es sabiduría popular condensada, dice: dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma opinión. Yo quiero mostrar aquí, que no se tienen que volver, porque funcionan al unísono, en el plano cognitivo, emocional y moral, desde el origen, por afinidades tácitas, inconscientes dirían los cursis.

Hipócrates, refiriéndose a un hombre vulgar, que decía amarle, sentenció: No me amaría, si yo no me asemejara a él en alguna de sus cualidades. Que alguien vulgar amase a un sabio, en camino de subir a los altares de la divinidad, no le restaba a Hipócrates excelencia, ni vocación divina, ni sabiduría médica; simplemente denotaba la humanidad de ambos y el isomorfismo que compartían admirador y admirado, para que ese amor pudiera existir.

Entre los amantes, el enganche se produce mediante la intuición, que es un saber sin saber que se sabe. El proceso es simple, inmediato, no razonado, ni razonable. Es el saber del niño que desbroza la realidad, sin que le haga falta análisis, ni explicaciones cognitivas. Ni siquiera lo descubierto se graba en la consciencia, porque no necesita palabra; entra a formar parte del archivo de saberes que no se sabe que se tienen. La intuición es un saber del cerebro reptiliano (tronco del encéfalo y cerebelo), muy primitivo; pero, que resulta fulminante y total.

Una vez que ha funcionado la intuición de los futuros amantes, surge entre ellos la atracción para crear la comunión de partida que se establecerá por similitudes físicas, psicológicas, o morales. Por ello, el/la amante encuentra bien cuanto dice su socio, o socia, aunque sea absurdo, inmoral o ilegal; ambos están dispuestos a mentir juntos, si es necesario, y atestiguar lo que les pidan con tal de echar los capotes que sean precisos a su enamorado. Siempre a favor de la comunión subyacente, que va trenzando experiencias, intereses, ambiciones y hasta una suerte de personalidad colectiva, la sintalidad, ser mostrenco, que no es del uno ni del otro, sino de los dos.

Igual que el amante enamorado de marras, el salmista exclama: Desde las profundidades, te amaré, Señor. Es obvio que Dios no necesita que lo amemos, porque de necesitar algo, dejaría de ser Dios. El que necesita amar desde los tuétanos es el que aspira a ser como Dios, a la unión mística, a la fusión con destino a la eternidad. Nada menos. Así pues, quien está profundamente enamorado, se reconoce devoto del ser que ama, admirador casi incondicional y subordinado suyo, por la dicha que está por venir y que le otorgará su amado. Por eso, desde las profundidades, tiene la misma vocación (¿maníaca?) que denuncia el salmista.

La atracción entre contrarios también se da; pero, encalla pronto en el conflicto. Las discrepancias surgen en seguida y dan al traste con la viabilidad, sea de la pareja, sea de una mera asociación coyuntural. Las contrariedades tácitas generan juegos de poder, uno va a ver cómo engaña al otro, disimulando, ocultando sus planes o condiciones. Y eso no puede sostenerse indefinidamente.

Los jueces, por coherencia con su papel punitivo, tienen que adjudicar la autoría de los hechos que juzgan a una persona física, singular, que tiene nombre propio y apellidos diferenciados; no tienen alternativa.

Sin embargo, las acciones humanas que no se originan en el autismo de la locura, tienen siempre un preámbulo sinérgico, se preparan y maduran en un proceso bifronte de los socios, que se proponen realizar un acto virtuoso que satisfaga su codicia de ser apreciados por terceros y garantice el placer de  conseguir sus deseos. La comunión de las afinidades previas, facilita que surjan ocurrencias que son bien acogidas por el otro amante y se abra el proceso creativo de elaboración del proyecto, que se hace al alimón, como una obra que va a ser cooperativa, transformadora y social, porque será conjunta.

Otro ingrediente de esta emulsión preparatoria  es el permiso. Todo cuanto hacemos goza de un permiso previo, dejó dicho Steiner. Sin permiso, no hay conducta. Hasta el comportamiento más execrable ha recibido un impulso permisivo, no diré que moral, pero sí cómplice, que proviene de una figura de autoridad cuya excelencia reconoce el receptor. El permiso forma parte de lo que Ortega llamaba las circunstancias del yo que, intrínsecas al mismo, forman parte del propio yo, lo potencian, o lo menguan.

Si se trata de ganar dinero para vivir bien, en tal propuesta tenemos un permiso psicopático, que administrará el receptor y lo encauzará como mejor pueda y sin reparar en el método, ni en los límites, ni en el alcance axiológico de su acción. Aquí, vale cualquier procedimiento que sirva para acumular dinero y vivir hedonísticamente. La gama de opciones está abierta. Dentro de ese permiso tan dilatado, cabe cualquier arbitrariedad, aunque sea ilícita.

Es muy distinto si al educando se le propone: hay que trabajar, para vivir bien de tu trabajo. En este segundo caso, el permiso está restringido y es integrador socialmente. Circunscribe las opciones a las que dependan del propio trabajo; éste es el motor y el límite del plan. Pero ambos permisos, el psicopático y el sociogenético, tienen visos de ser aplicados con éxito. El primero dará pie a conductas maníacas, donde todo vale y el segundo utilizará la disciplina, la maestría y la constancia como vías hacia el éxito.

En el proceso constructivista del aparato psíquico, los permisos verbales son los menos; la mayoría son de índole no verbal y todos vienen insertados en el modelo de vida, el estilo de los mentores, en la ideología, aspiraciones e ideales que alientan en sus vidas. A veces, dicen lo que hay que hacer; y siempre, lo hacen ellos mismos  como circunstancia que se incrusta en el sistema existencial del receptor, de donde surgirán sus ocurrencias y proyectos que pueden antojársenos personales y aun originales, pero cuentan con la aquiescencia previa de la autoridad educadora.

Es seguro que dos amantes comparten permisos, formulados de una u otra forma, de donde surgen planes y previsiones compatibles y compartibles, que van a desarrollar  al unísono. Son las partículas ferruginosas que hay en el hierro y en su imán, que los vinculan irresistiblemente, desde las profundidades.

Si el objetivo consiste en mantener el poder como sea, vale todo: ceder a los chantajes, comprar voluntades, engañar, mentir, triturar el prestigio de las instituciones y aun deshacerlas. Es igual que si hay que conseguir una cátedra como sea, saltándose  normas, arramblando con las exigencias previas, malogrando el prestigio académico y usando el patrimonio nacional como lugar de trabajo para chanchullos ignominiosos, enjuagues  y apaños vergonzantes. Pero fijándose unos emolumentos mensuales de 8.500 € y una participación anual en beneficios de otros 15.000 €, que para sí quisieran los catedráticos de verdad, que tras su doctorado, tienen cientos de publicaciones científicas, libros, patentes y ponencias en congresos.

El amante encontrará bien cuanto diga y haga su amada, aunque sea absurdo o bochornoso; lo insólito, gozará del respaldo de su razón, por muy bizarro que sea; las mentiras estarán justificadas de antemano y obtendrán las racionalizaciones e intelectualizaciones que les den amparo; los yerros serán cubiertos por la explicación aclaratoria oportuna que les dará carta de naturaleza de sensatez. Los amantes sólo pueden elogiarse mutuamente, porque monta tanto, tanto monta dentro de la plataforma básica que ha facilitado su vinculación amorosa y ha unido sus destinos. Para bien y para mal, cuanto se diga de uno, que está profundamente enamorado, es predicable del otro. Tal para cual.

El amor es selectivamente ciego y sordo ante la crítica y el disentimiento que afecte a una cualquiera de sus partes; pero tiene ojo avizor y oído acutísimo para los elogios y ensalmos que afecten a cualquiera de ellos, porque son compartidos por ambos, dado que la paternidad de los hechos también es común. Los reconocimientos positivos afectan a entrambos igual que los reproches. Estos, por defensa propia, son rechazados;  resultan tóxicos porque amenazan la unión y son despreciados por los dos. En cambio, las valoraciones positivas afianzan su comunión. Los amantes son tan cómplices como indivisibles, sea ante el éxito, sea ante el fracaso. Por tanto, sin permiso del Derecho Procesal, cuanto se predique de uno de los amantes abarca al otro por igual.

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