septiembre de 2024 - VIII Año

ALGARABÍAS / “Navajas y sorpresas”  

Construcción de la Torre de Babel

¿Qué pueden tener en común un audaz bandido inglés del siglo XVIII y el más jovial trompetista de jazz de Nueva Orleans? ¿Qué relación puede haber entre «el último chorizo» del Barrio Chino de Barcelona y el cine de la República de Weimar? ¿Entre los bajos fondos de Londres en el siglo XIX y el protagonista de una canción de Rubén Blades?

La respuesta, como es lógico, está en una ópera.

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El 31 de agosto de 1928 se estrena en Berlín La ópera de los tres centavos, con libreto de Bertolt Brecht y música de Kurt Weill. Es la historia, en clave bufa, de un personaje tan amoral como fascinante, Mackie Messer, delincuente habitual en el Londres del siglo XIX. A través de este antihéroe pretende el dramaturgo zaherir la hipocresía del capitalismo: Mackie no es diferente en lo fundamental de cualquier otro empresario. Es un tío avispado y sus muchos negocios (el robo, el asesinato, la prostitución) van viento en popa.

Junto con él, en su estela, una lucida caterva de secundarios campa por sus respetos en este mundo marginal. Entre ellos, Jonathan Jeremiah Peachum, quien dirige, muy provechosamente, la mendicidad organizada en la ciudad. Mackie se casa con la hija de Peachum; este, rabioso, busca la perdición de su yerno. Cruzan el escenario rateros, prostitutas, policías corruptos: un festival de la picaresca. Una perfecta radiografía del sistema capitalista.

Nada diremos del desenlace, salvo que un dios baja de una máquina, no literal pero sí muy oportunamente.

La ópera de los tres centavos  tiene desde su estreno un éxito apoteósico.

Estamos en la languideciente República de Weimar, en los últimos años, contradictorios y agónicos, de un Berlín efervescente y canalla a punto de desaparecer.

Hitler llega al poder en 1933. Tanto Brecht como Kurt Weill tienen que salir huyendo de Alemania. La ópera de los tres centavos es para entonces un éxito internacional.

Kurt Weill

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«No debemos hacer esperar a este magnífico público. Señoras y señores, ante ustedes ven, en vísperas de desaparecer, al representante de una clase que también va desapareciendo. Nosotros, pequeños artesanos burgueses, nosotros que abrimos con nuestras honradas ganzúas las niqueladas cajas registradoras de los pequeños negocios, nosotros somos devorados por los grandes empresarios, detrás de los cuales están las grandes instituciones bancarias. ¿Qué es una llave maestra comparada con un título accionario? ¿Qué es el asalto a un banco comparado con la fundación de un banco? ¿Qué es el asesinato comparado con el trabajo de oficina?».

(Discurso de Mackie en La ópera de dos centavos*.  Traducción de Annie Reney y Onofre Lovero).

* Esta traducción de Die Dreigroschenoper, no sé muy bien por qué, se ahorra uno de los centavos en el título. Será por abaratar costes.

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Remontándonos hasta las últimas causas: de Robin Hood al Lute, siempre ha habido bandidos simpáticos. Produce una suerte de satisfacción vicaria en el oprimido ver cómo hay quien desafía al opresor. De esta estirpe del buen bandido fue el osado Jack Sheppard, de vida efímera, célebre por sus fugas rocambolescas y audaces, que terminó siendo ahorcado el 16 de noviembre de 1724, después de que los guardias se incautaran de la navaja que llevaba escondida para llevar a cabo su enésima fuga in extremis.

El pueblo lo amaba y el truhan magnífico se convirtió en un mito literario. A John Gay (1685-1732) le inspiró una ópera, La ópera del mendigo, que se estrenó en 1728, sólo cuatro años después de la muerte de Sheppard. Una ópera barata, se bromea al inicio, que hasta un mendigo puede costearse.

También aparece en la obra (y la conservará también Brecht), una célebre carterista irlandesa, apodada «Jenny Diver», que aún vivía cuando la ópera se estrenó (años después sería deportada a Virginia y más tarde ejecutada).

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La obra de John Gay, olvidada mucho tiempo, renació en los años veinte, con un éxito sorprendente en Londres. Así llegó la historia a oídos de Bertolt Brecht, que la adaptó al alemán sin cambiar gran cosa, salvo situar la acción en el Londres del siglo XIX y darle un sesgo marxista, aunque bastante heterodoxo. La trama y los personajes son los mismos de la ópera de John Gay. De hecho, él ni siquiera se tomó la molestia de traducir la ópera al alemán: eso lo hizo su amante, Elizabeth Hauptmann. Sí que aprovechó, para insertar algunos poemas de François Villon ―otro antihéroe―, que tampoco tradujo él mismo.

El gran mérito es del músico judío Kurt Weill (1900-1950). La crítica social y el cinismo de la obra son corrosivos, es verdad, pero lo que de verdad arrastra al aplauso es la creatividad de Weill, que integra en su opereta todo tipo de influencias musicales. Entre los temas más poderosos de la obra, «Die Moritat von Mackie Messer». Moritat sería algo así como «balada de muerte», una especie de truculento romance de ciego. Hay otros grandes temas en la ópera: tremenda, por ejemplo, la canción de venganza, empoderamiento y cruenta justicia social «Seeräuberjenny».

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Cartel original de la película ‘Die Dreigroschenoper’ (Georg Wilhelm Pabst, 1931)

Tras su éxito clamoroso y continuado en Alemania, se adapta a varios idiomas. Se estrena en todas partes: hasta en Rusia, donde el diario Izvestia condena «el mal gusto pequeñoburgués» de Brecht. Vaya por Dios. El maestro expresionista Georg Wilhelm Pabst la adapta al cine en 1931.

La ópera se estrenó por primera vez en Estados Unidos en 1933, pero fue un fracaso.

Y resulta que, veinte años después, en 1954, se hace una nueva producción. Marc Blitzstein dulcifica un poco las letras para que no resulten tan crudas. Y entonces, sí: el éxito. Se graban varias versiones del tema principal, «Mack the Knife»: entre ellas, una absolutamente inolvidable, que no ha dejado de sonar desde entonces, la de Louis Armstrong, un clásico de su repertorio.

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Nina Simone grabó otra de las grandes canciones de La ópera de tres centavos. «Pirate Jenny» cobra una nueva dimensión en clave racial. Casi podría haberla escrito Malcolm X.

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Louis Armstrong en 1953

José Guardiola lanzó una relamida versión en español, «Mackie el Navaja» (mejor no la busquen, horrorosa). El mérito principal es que sirve de enlace entre el personaje original y la creación de Ivá (Ramón Tosas Fuentes, 1941-1993), el genial historietista de El Papus y El Jueves. En 1986 empiezan a publicarse en esta última revista las geniales andanzas de «Makinavaja, el último choriso», versión lolailo y barcelonesa del personaje original, que permanece en la memoria de cualquiera que leyese tebeos en la época, a pesar del maltrato que posteriormente le infligió la rancia industria cinematográfica española. Maki es un superviviente, un chorizo a la antigua usanza que no se considera distinto de cualquier otro hombre de negocios: sencillamente se dedica a una especialidad diferente. Es uno de los grandes personajes de la historia del tebeo español: indispensable.

En las historietas de Maki en El Jueves, a doble página, apretadas de personajes y de diálogos, transcritas fonéticamente del idiolecto ininteligible del hampa («Po bueno, po fale, po malegro»), costaba entrar. Uno se iba en un principio a otras páginas más diáfanas, menos abigarradas, más comprensibles. Ahora: una vez que uno entraba se volvía, inexorablemente, adicto. Para los restos.

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Y llegamos a «Pedro Navaja», de Rubén Blades, magnífica canción y espléndido relato. Pues, aunque la historia nada tenga que ver con la ópera de Brech & Weill, Pedro Navaja, «matón de esquina» es una nueva encarnación de Mackie (no es fantasía mía, que así lo ha reconocido siempre Rubén Blades, quien también suele tocar en directo «Mack the Knife»). Truculencia suburbial, firme pulso narrativo y justicia poética. La canción es de 1978.

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«La vida te da sorpresas.
Sorpresas te da la vida, ¡ay, Dios!».

Rubén Blades, “Pedro Navaja”.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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