septiembre de 2024 - VIII Año

ALGARABÍAS / “De cera son las alas”

Construcción de la Torre de Babel

(1)

21 de agosto de 1622, domingo, hacia las nueve de la noche. Una carroza circula por la calle Mayor de Madrid, a la altura de la callejuela de San Ginés. Viaja en ella Juan de Tassis, conde de Villamediana, en compañía de su amigo Luis de Haro, hijo mayor del marqués de Carpio. Un hombre embozado sale de la oscuridad de los soportales, abre la portezuela del carruaje y ataca con un machete (o con una ballesta, según otras fuentes) al conde de Villamediana. Le asestó, dice un testimonio de la época, «un solo golpe, mas tan grande que, quebrándole el brazo, penetró el pecho y corazón, y fue a salir por las espaldas, y le echó fuera las entrañas, con que a la primera voz que dio, vomitó el alma». En carta a un amigo, lamentando la muerte de su amigo y protector, escribe el poeta Luis de Góngora que era su herida tan grande que «aun en un toro diera horror».

El asesino logró huir sin dificultad en el tumulto que sobrevino. No se le pudo, o no se le quiso, localizar. Empezaron, incontenibles, los rumores. Nació la leyenda.

(2)

Mentidero de Madrid,
decidme, ¿quién mató al conde?
Ni se sabe, ni se esconde.
Sin discurso, discurrid:
dicen que le mató el Cid,
pues era el conde Lozano,
disparate chabacano.
La verdad del caso ha sido
que el matador fue Bellido
y el impulso soberano.

Luis de Góngora

‘Muerte del conde de Villamediana’ (1868), de Manuel Castellano. Óleo sobre lienzo. Museo del Prado. Depósito en otra institución.

(3)

Habla el viajero francés Antonio Brunel, citado en Pasión y muerte del conde de Villamediana, de Luis Rosales:

«Este gentilhombre era el más galante y el más ingenioso cortesano de toda España. Los curiosos cuentan multitud de sus rasgos de ingenio; y no fue el menor aquel de que, al entrar en una iglesia, le presentaron una bandeja en la que recibían dinero para sacar las almas del Purgatorio; habiendo preguntado cuánto era preciso para liberar a un alma y diciéndole el sacristán: «Lo que quiera», puso allí dos ducados, y al mismo tiempo preguntó si ya estaría salvada el alma. Asegurándoselo el sacristán, volvió a coger los dos ducados y dijo que ya no eran necesarios porque el alma ya no estaba en peligro de volver a caer en las penas del Purgatorio, pero que en cambio aquellos dos ducados corrían gran riesgo de no volver a su bolsa si él no los metía en ella, y diciendo estas palabras se los embolsó».

(4)

Según afirma Francisco de Quevedo, fue una muerte anunciada. El conde habría sido advertido del atentado por el confesor de don Baltasar de Zúñiga, consejero de Estado y tío del poderoso Conde-Duque de Olivares, pero se habría tomado a chacota el aviso, pensando, dice Quevedo, que «sonaban las razones más de estafa que de advertimiento».

Sea o no cierto que el conde recibió el aviso, no cabe duda de que a lo largo de su vida se había granjeado poderosos enemigos, por su conducta desordenada y por sus feroces versos satíricos. Pero no cuadraba a su carácter orgulloso ni a su fama de buen espadachín tomar excesivas precauciones.

(5)

La familia Tassis había llegado a Castilla de la mano de Felipe el Hermoso, rey efímero, que estuvo apenas quince meses en el trono. Era fundamental asegurar las comunicaciones entre las dispersas regiones que los Habsburgo dominaban en Europa, y por ello el lombardo Francisco de Tassis, que ya desempeñaba el cargo en Borgoña y los Países Bajos, fue nombrado Correo Mayor en 1505. El empresario estableció un eficaz sistema de postas que incrementó notablemente la velocidad de la información. De Toledo a Bruselas, por ejemplo, se tardaba solo doce días, aunque en invierno el correo podía demorarse más.

Los Tassis conservaron el monopolio del correo en los dominios de los Habsburgo durante más de un siglo. Su prosperidad fue en aumento, y en 1603 el entonces titular del cargo de Correo Mayor, don Juan de Tassis y Acuña, fue premiado por el rey Felipe III con un título nobiliario. Pasó a ser el primer conde de Villamediana. Falleció en 1607, y le sucedió su hijo, don Juan de Tassis y Peralta, nacido en Lisboa en 1582. Tenía, por lo tanto, en el momento de convertirse en heredero de la empresa familiar y en el segundo titular del condado de Villamediana, veinticinco años.

(6)

Antes de heredar a su padre, el joven Juan de Tassis era ya conocido en la corte, que tuvo asiento en Valladolid durante solo cinco años, entre 1601 y 1606, por sus poemas y por sus devaneos. Desde 1599 era gentilhombre de cámara del rey Felipe III. Se casó en 1602 con doña Ana de Mendoza y de la Cerda. Ninguno de los hijos que tuvo con ella llegó a la edad adulta.

Se distinguió, sobre todo después de heredar el título, por su afición al lujo. Coleccionaba pinturas, caballos y piedras preciosas. Lo dejó dicho Góngora en un memorable soneto, muy posterior —de 1621—, que dedica al conde, celebrando el gusto que tuvo en diamantes, pinturas y caballos.

Aficionado al lujo, y también a la vida licenciosa. Amoríos, escándalos, y crecientes deudas, a pesar de sus enormes ingresos. Vivió unos años en Italia, en la corte del virrey de Nápoles. Por entonces lo era Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, protector de las artes y las letras, fundador de la Academia de los Ociosos (Accademia degli Oziosi). En Italia conoce a Gianbattista Marino, el Góngora italiano (o Góngora el Marino español, según se mire). También es en Italia donde lee por primera vez, deslumbrado, los grandes poemas de Góngora, las Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea.

(7)

1615 es el año de su regreso a España, a la corte de Madrid, y también la fecha en que abraza la nueva fe poética que preconizaba Góngora, por mal nombre culteranismo. Escribe fábulas mitológicas a imitación de las gongorinas. Las deudas le llevan a malbaratar el imperio familiar: va vendiendo los oficios de correo mayor en diferentes ciudades: Valencia, Murcia, Cartagena, Béjar, Medina de Rioseco, San Sebastián, Irún, Nápoles… Y un largo etcétera. Escribe su poema en octavas reales sobre Faetón, que no pudo controlar el carro de su padre el Sol, cuando él también está llevando al naufragio la herencia trabajosamente construida por sus ancestros.

Sus osadas sátiras contra el duque de Lerma y Rodrigo Calderón, validos de Felipe III, ocasionan su destierro en 1618. Solo puede regresar a la corte cuando sube al trono Felipe IV, en 1621. Por entonces, Rodrigo Calderón había sido ejecutado, y el duque de Lerma había entrado en religión para evitar un destino semejante. «Para no morir ahorcado / el mayor ladrón de España / se vistió de colorado», decía la coplilla que circulaba entonces y que algunos atribuían al propio Villamediana.

(8)

Tres meses antes del crimen, en mayo de 1622, la corte festejó en Aranjuez los cumpleaños de los jóvenes reyes Felipe IV e Isabel de Borbón. El conde de Villamediana, regresado de su destierro, gozaba del favor del rey adolescente, hasta el punto de que se le encargó la escritura y representación de una comedia para deleite del monarca y de su corte. Según parece, fue la propia reina la que escogió al conde para esta tarea.

Se construyó al efecto un teatro de madera, de estilo italiano, en el Jardín de la Isla. La obra, La gloria de Niquea, inspirada en una novela de caballerías. Los actores eran miembros de la corte, incluidas la propia reina y la infanta María Ana, hermana del rey.

Dice la leyenda que Villamediana provocó el incendio del teatro para poder rescatar y llevar en brazos a la reina. No mencionan este hecho los cronistas de la época: parece más bien una invención a posteriori. Pero forma parte de la imagen romántica de Villamediana, el advenedizo al que la soberbia habría llevado a requerir de amores a la propia soberana. Otras famosas anécdotas que aluden al amor del conde por la reina parecen también inventadas, como el traje, a modo de acertijo, recubierto de monedas de a real y con la divisa «Son mis amores», o el comentario del propio rey, tras lidiar Villamediana a un toro: «Pica bien, pero pica muy alto».

Es la interpretación más al gusto romántico: el conde habría sido asesinado por orden del propio Felipe IV, celoso de sus pretendidos amores con la reina. Interpretación apenas sustentada por los hechos, pero con muchas posibilidades literarias, que exprimieron, entre otros, el duque de Rivas, con una serie de cuatro romances sobre Villamediana, o Joaquín Dicenta hijo, con el drama Son mis amores reales.

(9)

Otra explicación apunta a Francisca de Tavora, dama portuguesa que sería la Francelisa o Francelinda mencionada en algunos poemas de Villamediana. Según parece, esta dama llegó a convertirse en amante del rey gracias a los celestinescos oficios del conde, que buscaba así garantizarse el favor real. ¿Sería, entonces, el instigador el propio rey, celoso porque doña Francisca le hubiese engañado con el conde, o la propia Francisca, para evitar alguna posible infidencia por su parte? No es una pista nada clara.

(10)

El 5 de diciembre de 1622, informa una gaceta de la época, fueron quemados por sodomía cinco hombres jóvenes. Dos eran criados de la casa de Villamediana. «Fue una justicia que hizo mucho ruido en Madrid», dice la fuente. Es la pista que siguen otros autores. El estudioso Narciso Alonso Cortés halló documentos que apuntan a que el propio Villamediana era investigado por esa razón. No se conservan, sin embargo, los documentos procesales propiamente dichos.

Gregorio Marañón, en su Don Juan, se complace en desmontar la imagen de mujeriego impenitente que de Juan de Tassis nos ha transmitido la leyenda. No hay por qué: es muy probable que el poeta fuera bisexual. En todo caso, ¿qué claves puede aportar esta información sobre su muerte? ¿Pudo haber sido el asesinato una alternativa rápida y eficaz al procesamiento de un hombre poderoso, que hubiera posiblemente acarreado graves consecuencias? Luis Rosales, en su libro Pasión y muerte del conde de Villamediana, mantiene esta opinión.

(11)

¿Fue un crimen político? ¿Lo ordenó el Conde-Duque de Olivares para librarse de un posible rival en la privanza del rey? ¿Quiso despejar así su camino hasta el poder? ¿Utilizó como excusa ante el rey el encausamiento del conde en el proceso abierto?

(12)

El asesinato del conde de Villamediana es la gran novela policiaca, no resuelta, del Siglo de Oro español. No es que crímenes de este tipo fueran insólitos en el Madrid de los Austrias, pero ninguno suscitó tantas cábalas ni tanta maledicencia. Acaso no hubo un solo motivo, sino la concurrencia de muchos. Néstor Luján escribió una novela sobre el caso (Decidnos, ¿quién mató al conde?), señalando hasta siete personas que pudieran haber estado interesadas, por diversas razones, en su muerte. Hay una octava, que también coadyuvó a que el crimen fuera un éxito: el propio Villamediana, empeñado en no reconocer las señales de la tormenta que se le avecinaba. Como un Santiago Nasar en el Madrid de los Austrias.

(13)

De cera son las alas, cuyo vuelo
gobierna incautamente el albedrío,
y llevadas del propio desvarío
con vana presunción suben al cielo. 

No tiene ya el castigo ni el recelo
fuerza eficaz, ni sé de qué me fío;
si prometido tiene el hado mío
hombre a la mar, como escarmiento al suelo.

 Mas si a la pena, amor, el gusto igualas,
con aquel nunca visto atrevimiento
que basta a acreditar lo más perdido, 

derrita el sol las atrevidas alas,
que no podrá quitar al pensamiento
la gloria, con caer, de haber subido.

Juan de Tassis, Conde de Villamediana

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Escrito por

Archivo Entreletras

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