Nos dicen, y así está contemplado en la Constitución, que en la democrática sociedad y el Estado de derecho en que vivimos, menos separados en la práctica que en la teoría, son tres los poderes: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Y sin dejar de ser verdad, hay otros tres más que por estar muchísimo menos separados también marcan nuestras vidas por igual y son: el político, el financiero y el mediático.
El primero no sé exactamente cuándo tuvo su particular gota fría, pero desde entonces está completamente embarrado y no hay voluntad alguna de limpiarlo; de los efectos del segundo, directa o indirectamente, nadie se libra por el importante torticero papel que juegan los bancos sistémicos en la economía de los intercambios asimétricos; y el tercero, tras venderse a los dos anteriores, se ha doctorado en manipulación.
Los dos primeros, aunque no dicen una sola verdad, mienten y mucho pero ya no engañan a quien no se quiere dejar engañar. Respecto a los políticos hay una total desafección y por ello mayormente se vota, el que lo hace, sobre la base del que menos disgusta [lo que tiene dídimos]. De los segundos no tiene buena opinión ni la mayoría de aquellos a los que proporciona el sustento, y para muchos ciudadanos asistidos por la razón solo son unos profesionales del ejercicio mercantil de un latrocinio legal.
Los últimos, aunque digan que lo hacen, como mucho lo aparentan pues realmente ni de lejos cumplen ya la función de informar, porque al no conformarse con exponer simplemente sin ningún otro aditamento los hechos con trascendencia pública acaecidos y dejar que cada uno saque sus propias conclusiones, ciertamente lo que buscan es poner celda en las cabezas de los destinatarios de sus mensajes, y su única preocupación verdadera son los índices de audiencia, siendo válido para su incremento toda estrategia que los posibilite; se antepone el número a la calidad.
La polarización ciudadana no nace en el poder político, no nos dejemos engañar, se gesta en los medios apesebrados que son los que más necesitan de su existencia para tener suculentos ingresos y poderse mantener sin verse obligados a cerrar. Me produce mucha risa oír: “Nosotros a diferencia de otros somos independientes, no recibimos subvenciones” y cuando tienes ocasión de analizar su cuenta de pérdidas y ganancias, puedes ver una desmesurada cifra de negocios con base en los ingresos por publicidad.
Alguien dirá: ¿Dónde está el problema? Eso es totalmente legal. Ciertamente lo es, y problema no es ninguno; solo que, dependiendo de otras ratios con base en la cifra de ventas, puede ser que su publicidad provenga mayoritariamente de clientes que han recibido subvenciones no reintegrables de administraciones [dinero público] con la imperativa condición de aplicar la mayor parte de las mismas a gastarlas durante ese ejercicio en publicitarse en ese medio concreto, so pena de no hacerlo así de tenerlas que devolver. Es lo que tiene cualquier operación triangular que, sin ser ilegal, no es sin más de fiar y para darla definitivamente por buena se debe de forma exhaustiva comprobar y examinar.
En detrimento del número de medios serviciales para con la ciudadanía, cada vez hay más medios serviles para con los otros dos poderes; basta como ejemplo la publicidad de algunas entidades financieras donde con dulce música y moña imagen solo hacen hincapié en que han venido a este mundo para ayudar a los demás; y de su propio cursi anuncio se desprende a poco que se observe que, si bien es cierto que a este mundo venimos para facilitar la vida a los demás también lo hacemos para cometer errores; ellos están mucho más afanados en lo segundo como prueba el propio falaz y vomitivo anuncio.
Y si alguien, para cuando ha perdido el mando a distancia, no se puede librar de ellos [los medios serviles] y al verse vilmente atracado ideológicamente se pregunta cómo actuar con estos tramposos y proselitistas medios, la respuesta es fácil, basta con atenderlos con cara de despistado y sonriendo por dentro, observando a estos “don nada” cómo se creen que son “don mucho” y que son más listos que nadie; y mientras dura el tostón no se deja de aplicar mentalmente la máxima: “El último peldaño de la escalera de la inteligencia, es saberla disimular.”