En los informes de evaluación educativa internacionales al parecer los jóvenes menores de edad de este país no dejan el pabellón muy alto en términos comparativos con el nivel de desarrollo político y económico del que gozamos.
No negaré haberme aprovechado en mi etapa de estudiante en el siglo pasado de lo cómodo que resultaba que un cinco se considerase aprobado y, como decíamos entonces pues desconozco si seguirá vigente tal costumbre, por ende quedar liberado de repetir el examen por haber con tal exigua nota eliminado la materia.
En cuantas ocasiones en nuestra cultura curiosamente por la falta de condena que merece, al de verdad esforzado, sacrificado y meritorio estudiante no le sabe a tanta gloria una buena nota, como al que se ha esforzado lo mínimo, si es que se ha esforzado algo, y le otorgan un salvado por los pelos con forma de un suficiente escrito en el boletín de notas en color azul.
La forma al expresarse es dirimente y con tan común expresión “eliminar la materia” queda de manera diáfana manifestado el “amor” al conocimiento, por lo menos en aquella etapa infantil y juvenil, donde las mejores posibilidades para disfrutar no se suelen encontrar precisamente en los libros. Claro que peor hubiera sido en lugar de “he eliminado la materia”, que se hubiese instaurado la costumbre de decir “me he cepillado la materia”.
Siempre recordaré al sabio y viejo profesor que constantemente con mucha paciencia nos repetía no estudiéis para aprobar, estudiar para saber. Y nosotros, un poco brutos de más, permanentemente sin dejar ni por un momento de pensar solo en lo nuestro ¡Como quien oye llover!
Y así instaurado como costumbre en alguno lo de dar por bueno el aprobado, se lleva por bandera hasta la tumba. Y no estaría del todo mal si se es coherente con ello; de forma y manera que si al entrar al quirófano para ser intervenido, el cirujano muy amable y sincero le confiesa que la materia sobre la que versa su operación se encontraba inmersa en el cincuenta por ciento de lo que contestó mal en el examen, pero que como eliminó la materia, en justa recompensa le dieron un diploma con un aprobado raspado, nunca mejor dicho, como matasanos; el paciente contento y sonriente le contesta: ¡Bienvenido al club y no te apures, es un placer saber que lo vas a hacer tú!
Pero por otro lado y en descargo de los jóvenes estudiantes siempre consideré y sigo considerando que en España el sistema y los métodos educativos en el terreno académico dejan mucho que desear, y mi parecer lo fundamento con base en las siguientes consideraciones:
Primero, porque no inculcan en el joven alumnado el interés por el saber, no le muestran hasta qué punto el conocimiento les es y va a ser útil, y hasta qué punto los hace libres, al posibilitarles la toma de decisiones minimizando el riesgo de cometer errores; cuando oigo a alguien decir que en Internet está todo, no puedo dejar de responder: de acuerdo aceptemos que esta todo, lo que supone en tal caso que está lo correcto y lo incorrecto; pero sin cierto conocimiento previo ¿Cómo puedes distinguir?
Segundo, porque se basa en exceso en la memorización de datos puros, y dependiendo de la naturaleza y la materia sobre la que versen los mismos, con su memorización realmente da la sensación que solo van a servir para hacer crucigramas. No se les aprecia, aunque la tengan, utilidad directa alguna para el desenvolvimiento vital y por ello el esfuerzo memorístico no satisface e incomoda mucho. Entrenar la memoria sin ninguna duda es fundamental, pero para ello no vale cualquier dato; debe utilizarse aquellos que mientras los interiorizas sabes el por qué y el para qué, y por ello disfrutas haciéndolo.
Tercero, porque en muchos casos se entra directamente en materia sin previamente enseñar a aprender, y no me refiero a la puerilidad de enseñar a hacer resúmenes, esquemas o a subrayar, me refiero a enseñar al estudiante a identificar cuál de sus sentidos (vista, oído, la combinación de ambos, etc) y cuál de sus maneras de razonamiento (deducción, inducción, relación, asociación, reducción, etc.) le son más asequibles y propias, y por tanto tiene mayor querencia a usarlos. A la par que se le enseña a desarrollarlas todas.
Cuarto, porque al que no alcanza el aprobado habitualmente se le sanciona por el artículo 33 con un esfuerzo académico suplementario ni razonable ni razonado, de forma y manera que se propicia que en tales casos se perciba estudiar como un castigo; alejándolo de que se experimente como algo placentero. Recuerdo que estoy en todo momento refiriéndome exclusivamente al periodo académico obligatorio para los menores de edad. Debe inculcarse como hábito la disciplina pero jamás usando el conocimiento científico como correctivo o herramienta punitiva.
Y quinto, porque en demasiados casos la forma de exposición por parte del docente es aburrida hasta decir ¡Basta! Sus habilidades pedagógicas son muy escasas, y la prueba la tenemos en que cuando hacemos la pregunta ¿De todos los que tuviste, cuantos profesores recuerdas según tú que fueran buenos? La respuesta mayoritaria sorprende y no para bien. Y en mi opinión la razón estriba en que muchos de ellos no han hecho otra cosa en toda su vida que dar clase, están faltos de experiencia y madurez en afrontar y enfrentar las realidades para las que se suponen preparan a sus alumnos; y llegados aquí me pregunto, si en los informes de evaluación educativa internacionales a quien se evaluara fuera a los docentes ¿Cómo quedaría España?