Por Laura Ladrón de Guevara Cabrera (Texto y fotografías).-
Visitar una ciudad en Asia suele ser sinónimo de aglomeraciones, calles invadidas por las motos y mucho contraste entre modernidad y tradición. Sin embargo la capital de Laos nos sorprende con su ritmo más pausado, edificaciones modestas y calles bastante más tranquilas (aunque la presencia de las motos se mantenga). A diferencia de Hanói, o Phnom Penh, las otras dos capitales dentro del territorio de la antigua Indochina, Vientiane es una ciudad menos desarrollada, de dimensiones más pequeñas, tanto en extensión como en altura en lo que se refiere a sus edificios, y por ello también se mantiene fiel al estilo de vida relajado característico de Laos. Con una población en torno a los 800.000 habitantes puede parecer una villa provinciana si se compara con los más de 6,6 millones que viven en la capital vietnamita. Aún así se trata del centro administrativo y económico del país, la capital del Protectorado Francés de Laos desde finales del siglo XIX y uno de los destinos más populares, aunque infravalorado, de Laos. Esta humilde ciudad tiene mucho que contar.
Si llegamos en autobús nos encontraremos una amplia estación, algo alejada del centro y abarrotada de taxistas y conductores de tuk tuk que de inmediato nos sentarán en la parte de atrás del vehículo para llevarnos a nuestro hotel, hostal o a donde sea que nos dirijamos. Esto ocurre también al salir del aeropuerto. Apenas nos dará tiempo de acordar un precio por el trayecto, sobre todo si no tenemos mucha experiencia en este tipo de negociaciones. Ya puestos en marcha descubriremos que los conductores conocen todos los hoteles y rincones de la ciudad, así que asombrosamente, y aunque no tengamos la certeza de habernos explicado bien, llegaremos a nuestro destino.
Una vez acomodados lo mejor es aprovechar el tiempo y salir a explorar. Con mapa en mano empezamos a trazar nuestra ruta por los templos, museos y monumentos de esta ciudad a orillas del Mekong, desde la que podemos saludar a los tailandeses al otro lado de las aguas. Es justo en el paseo construido junto al río donde se sitúa el mercado nocturno en el que, además de poder comer y hacer algunas compras, encontraremos artistas callejeros y todo tipo de entretenimiento. Aunque no sea una gran ciudad no debemos olvidar que seguimos en Asia y las noches siempre se pueden alargar.
La capital laosiana tiene numerosos templos budistas que son testigos y evidencias de la historia nacional. El más antiguo de todos, el Wat Sisaket, con la pintura desconchada y la madera oscurecida, es una reliquia, superviviente de invasiones, y en la que actualmente trabaja un equipo de restauradores a los que podemos ver realizar la minuciosa labor de recuperación de los dibujos en las paredes interiores. Junto a este, el templo Haw Pha Kaeo o la That Dam (o estupa negra) conforman los principales atractivos del centro. Abandonando el casco antiguo y atravesando la ciudad hacia el noreste (en este caso sí es recomendable hacer el recorrido en moto o tuk-tuk), encontraremos la Pha That Luang, la gran estupa dorada (a diferencia de la anterior, esta conserva su recubrimiento de oro) que además es todo un símbolo de Laos y lugar de culto. En los jardines de alrededor se encuentra el templo That Luang Neua, con su tejado dorado, y el Wat Pha That Luang, un templo de grandes dimensiones cuya escalinata nos conduce al interior de lo que parece más un palacio. Aprovecharemos la ocasión para ver el resto de edificios que rodean la estupa, sin olvidarnos de visitar el Wat That Luang Tai, templo abierto sostenido por hileras de columnas y en el que podemos apreciar coloridos dibujos, de motivos budistas e hinduistas, cubriendo todo el techo. A sus afueras veremos también descansar al gran Buda de oro reclinado en otro de los jardines de este complejo.
El budismo Theravada, la misma variante que predomina en Tailandia y Camboya, es el eje de la religión y cultura de Laos; sin embargo el hinduismo se funde a veces con el budismo en espacios, en el arte y en la mitología. Una importante muestra de ello la tenemos en el Parque Buda, construido a finales de los años 50 por el líder espiritual y escultor Bunleua Sulilat quien plasmó figuras de la mitología e historia de ambas religiones en las más de 200 esculturas que se reparten por el parque. Situado a unos 25 kilómetros de Vientiane, el Parque Buda es uno de los puntos más recomendados para visitar debido a su particularidad, a la belleza del conjunto y a la magnitud de algunas de sus piezas en las que podemos incluso entrar y explorar el interior. En nuestro camino de ida o de vuelta podemos parar en algunos de los restaurantes de la carretera en los que, aunque será más difícil hacernos entender (incluso hablando en inglés), encontraremos buena comida local y a precios más económicos que en cualquier restaurante del centro (aunque, al cambio, la comida en Laos nunca nos parecerá cara).
Vientiane nos permite también conocer otra cara de Laos, aquella tristemente marcada por la Guerra de Vietnam. Puede resultar abrumador descubrir de cerca las secuelas, aún presentes y letales, de un conflicto en el que Laos se convirtió en un campo de minas y punto de devastadores bombardeos que hoy siguen matando y mutilando diariamente a quienes se encuentran las bombas enterradas bajo el suelo. En el centro de visitantes COPE (Cooperative Orthotic and Prosthetic Enterprise), tenemos la oportunidad de aprender un poco más sobre esta realidad que los laosianos siguen enfrentando, principalmente campesinos y niños, y cómo se ha ido despejando poco a poco el territorio de estos explosivos. A pesar de ello, en Laos no pierden la sonrisa y su pueblo es otra muestra de superación de una guerra de la que hoy se siguen contando bajas.
Por supuesto, como en toda capital, no pueden faltar los monumentos y edificios gubernamentales que formarán parte de nuestro itinerario. Al visitar algunos de los edificios de la administración como la Oficina del Gobierno o el Palacio Presidencial encontraremos una arquitectura un poco más moderna (el propio Palacio fue construido a principios de los 70), con mezclas entre el estilo asiático, visible sobre todo en la forma de sus tejados, y la herencia colonial francesa en sus estructuras, columnas y acabados. Como recuerdo también de ese periodo de dominación, y para celebrar la victoria sobre los franceses, fue erigido el monumento a los fallecidos en la guerra de independencia, el Patuxai, o «Puerta Victoria», un
hermoso arco del triunfo, inaugurado en 1968, con detalles propios de la decoración de los templos budistas, y que se sitúa en medio de una gran avenida que conduce a las puertas del Palacio. Una de las mejores fotografías que podemos captar de la ciudad.
A pesar de no tener el mismo tirón turístico con el que cuentan Luang Prabang o Vang Vieng, los destinos más visitados del país, Vientiane ha sabido conquistar a los visitantes que han decidido dedicarle unos días de su viaje. Es agradable llegar a un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, donde se puede disfrutar de un buen café sentados en una terraza, sin agobios ni prisas, y donde comprobar que el buen viajero es el que camina para entender, descubrir y disfrutar con lo que el lugar ofrece y no con lo que se le pide. Las expectativas fueron superadas y la visita sin duda una experiencia valiosa.