Fotografías: Nerida Tanasie
Todavía hay destinos para el viajero donde poder reencontrarse con el pasado, desconectar de la globalidad y relajar sentidos y pasos por un entramado de más de nueve mil calles (cuatrocientas de ellas sin salida) donde perderse es una devoción que uno asume sin más remedio, a la espera de que un niño o joven nos guíe de vuelta a alguna calle conocida o nos deposite a veces a nuestro pesar en una de las centenares de minúsculas tiendas donde recibirá a espaldas nuestras algún dirham como premio a su labor de guía.
Ir a Fez, una de las ciudades imperiales de Marruecos, es una auténtica gozada para todos los que disfrutamos de conocer un lugar a través de los sentidos, de recorrer sus sitios a través de rutas sin destino que nos llevan al descubrimiento de sus atractivos más ocultos.
Dejando a un lado la ciudad nueva con sus amplios bulevares y zonas comerciales, el atractivo de Fez se encuentra en sus medinas, Fez el-Bali y Fez-el Jedid aunque es la primera, la más antigua, la que despliega para nosotros la belleza de su contorno amurallado, sus puertas de acceso, ese enjambre de gentes y labores que día a día nos envuelven y transportan a un mundo, el del medievo, cuyo tiempo se ha detenido entre sus callejuelas.
Entremos en la medina vieja a través de la Avenida de la Libertad por la Puerta Azul (Bab Bou Jeloud) y busquemos alojamiento en alguno de sus riads, esas casas-palacio en cuyo interior, articulado en derredor de un patio jardín central, se deleita uno con el silencio y la fragancia del té con menta. Como aquí está prohibido el tráfico de automóviles, será aconsejable buscar un alojamiento próximo a la entrada para evitar ir cargados con nuestro bagaje a través de las calles de la medina en busca del alojamiento elegido.
Pronto nos daremos cuenta que el bullicio de la vida en cada esquina nos atrapa con su sinfonía de gritos y colores y a falta de un plano detallado del lugar (ya que no existe) nos internaremos hacia el centro por la ruta de alguna de sus calles principales, la Talaa Kebira y la Talaa Sghira para disfrutar de todas las emociones sensitivas que nos proporcionan sus olores (cardamomo, canela, curry, esencias) y sabores (panes de trigo tierno, sésamo y maíz de deliciosas variedades elaborado en hornos caseros, dátiles, frutas, comida callejera). El deleite visual para los que amamos la diversidad, se manifiesta en el trasiego de burros y mulas que recorren las calles con el reparto del butano, de las mercaderías o de los productos artesanos; el de los carniceros desplumando sus pollos o exhibiendo las cabezas de cabra y las piezas de carne fresca; los vendedores de caracoles, naranjas, verduras y frutos secos y la especias en sus cúmulos que nos atraen con su reclamo olfativo.
La vida en la medina se articula a través de varios elementos principales: El horno y la fuente como proveedores del pan y el agua, fundamentales en la vida diaria; la mezquita como lugar de oración y guía de la vida islámica con sus llamadas a la oración; la escuela donde aprender los preceptos de la educación civil y religiosa, y el baño donde purificarse a través de las abluciones. De todos ellos tenemos abundantes ejemplos en Fez ya que entre las murallas de esta medina del siglo IX donde viven más de doscientas mil personas encontramos escuelas o madrasas que nos dan cuenta de su importancia a través de los siglos ( Attarine, Bou Inania, Cherratine) siendo la más importante no sólo de la ciudad sino también de Marruecos, la Qaraouyne, fundada en el siglo IX y escuela islámica por la que pasaron los más importantes filósofos y poetas como Maimónides, al Idrissi, Ibn Khaloun y tantos otros. Las mezquitas forman parte también del patrimonio histórico y aunque no nos dejen entrar a los no musulmanes, podemos admirar sus hermosas fachadas.
Este laberinto urbano, nombrado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, se articula en gremios que permanecen vigentes desde hace siglos y así podemos recorrer los de los alfareros con sus piezas artesanas en cerámica y cobre; los forjadores con sus delicadas obras en hierro; lampareros que exponen sus originales diseños; tejedores y sastres que elaboran piezas del vestido típico marroquí y de la moda occidental y los más famosos y objeto de múltiples visitas, los curtidores que en la chouara o barrio a orillas del río Fez cuyos accesos están en proceso de mejora, desarrollan su sacrificada labor de tintar las pieles y prepararlas para su elaboración y al que podemos asomarnos desde alguna de las viviendas que lo rodean para tener una buena visión de su actividad. También la mellah, el barrio judío es otro de sus atractivos con su cementerio, sus sinagogas y sus callejas llenas de misterio.
La medina es un corazón que late con fuerza desde el amanecer, donde perderse sin peligro por sus calles y zocos, el de las frutas y verduras, el de la ropa, los bazares donde adquirir chilabas y babuchas pero también bolsos y prendas de cuero a buen precio, degustar pinchitos morunos o sentarse a ver pasar la vida con un vaso de té con menta y unos dulces. Además, ahora se disfruta de la tranquilidad de no ser acosado por los vendedores y los guías, que sólo nos ofrecerán sus servicios si nos ven desorientados o solicitamos su ayuda, por lo que nuestro descubrimiento de plazas como la Seffarine o la Najjarine de gran valor histórico o nuestro recorrido por el barrio andalusí, las tumbas meriníes para contemplar una espléndida vista general de la medina, los jardines de fuentes rumorosas y los palacios y museos de espléndido patrimonio cultural, se convierte en un placentero descubrimiento de una ciudad en la que el tiempo se detiene pero el corazón sigue latiendo con su intensidad de siglos con esa mezcla de etnias y culturas -la árabe, la andalusí, la bereber, la hebraica- que entre sus muros se asentaron y fusionaron a través de los siglos. Y el viajero tendrá también a tiro de piedra las ruinas romanas de Volubilis, la visita a Sefrou a los pies del Atlas donde se asienta la cultura bereber o la visita de Mequinez, otra de las ciudades imperiales de Marruecos.
Ir a Fez es disfrutar del misterio, gozar de la música si vamos a su Festival de Música Sacra de los más importantes del mundo, sentir que la diversidad y la sorpresa aún son posibles. El viajero encontrará enseguida la manera más adecuada a sus deseos y posibilidades para llegar ya que los vuelo de bajo coste o las comunicaciones por tierra hacen que sea un destino asequible a casi todos los bolsillos.