Tierra llana
Francisco J. Castañón
Ed. Vitruvio, Madrid, 2022
El mensajero: los elementos del don poético
El don lo constituye el apreciar el ejercicio de la poesía como una deuda y gratitud, como una posibilidad de comunicación, de transmisión de esos argumentos que, en el interior del poeta, posan y reposan hasta que la circunstancia exterior, el hálito de belleza, reclama a los sentidos el expresarse así:
Asomado a este balcón predominante,
cuando la tarde quiere hacerse noche
y calla el viento por fin desocupado
de borrosos presagios,
solo habla una última luz
para transformar el clamor
en esperanza.
El clamor es el agua del río, la realidad que transita entre nosotros y que pocos, unos pocos elegidos, perciben de una forma natural, primigenia y eterna, su sustancia y significado. Y no para juzgar, no para señalar con condena, sino para celebrar el bien de la naturaleza, de la palabra, de la transmisión de un pensar que no es sino una forma de amor manifestada a través del decir que la poesía tiene para sí como vínculo, como recepción del regalo de la existencia del tiempo revelador, nuestro paisaje a solas.
El poeta se manifiesta, entonces, en esa soledad propia que es también gesto solidario —el poeta de verdad nunca excluye ni delimita ni elude— para hacerse en el paisaje. Y hacerse, a un tiempo, del paisaje que no es sino el sentir al lado de los otros, al lado de lo observado-sentido, próximo a ese permanente reparar en la trascendencia de ser, de existir para percibir la intimidad de las cosas, de lo que vive y también de lo vivido.
Poesía, así, como elevación para desenmarañar lo que ha de ser redimido y asignar la realidad redentora a la realidad de la vida.
En este cerro alto, donde devoro instantes
de silencio e incertidumbre,
me uno a un hemisferio gobernado
por los primeros calores del estío
y el rumor lejano de los cigarrales.
Aquí, busco hoy aquella armonía extraviada,
cuando una brújula imantada de luna
guiaba mi camino.
Yo —entiéndase, el poeta— era el guiado un día, en un momento dado, y tal es mi gratitud de lo recibido y el bien encomendado que he de hacerlo llegar a aquel que es como yo en la esperanza de la palabra y el sentir, a ti, lector. Y lo hago llegar ahora, aquí, como transmisión de amistad, de afiliación al secreto inmerso y liberador que la naturaleza —y la humilde obra del hombre— cada día nos ofrece para poder asentir como gesto de recepción: hacia la libertad infinita de lo percibido como armonía, como entendimiento no ya de aquello que yo no soy —y ellos lo son— sino también como una forma de estético sentir, de un hacerse a ese Otro —el que escucha, el que me escucha— y conforma conmigo un todo de homenaje a esa sencilla eternidad que es el ser y sentirse libre en el mirar, en el vivir.
He aquí el decir sencillo y mayestático a un tiempo del poeta, he aquí el valor del silencio lleno de significados, la eterna deuda asumida hacia la vida por propiciar el solidario ejercicio de estar y ser en el tiempo, en la humilde percepción que la belleza otorga cuando el interior siente.
Hay ausencia, más en la esencia; hay ardor en el fervor del ser viviendo. Para ti ha de ser, amigo lector, mi canto, mi donación:
En este lugar a cielo abierto,
donde una voz reparadora
arraiga en los adentros,
donde anhelo encender de nuevo mi ser
desordenado y expectante,
mientras ahuyento con palabras lumínicas
las sombras atroces,
recolectando aromas y estrellas
para proseguir mi singladura
en pie de entereza en esta hora.
Palabra de poeta.
Leer para leerse; la lectura como un bien.