marzo de 2025

‘Que el río responda’, de Carmen Verde Arocha

Que el río responda
Antología poética

Carmen Verde Arocha
Fundación para la Cultura Urbana

Editorial Visor / Poesía
Madrid, 2024

TIERRA FÉRTIL

La antología poética Que el río responda, de Carmen Verde Arocha (Caracas, 1967) es una compilación de poemas escogidos que divulga y reactualiza los hitos esenciales de un trayecto; aquellos signos que acomodan el paso transitorio del discurrir para mostrarnos la conciencia y emoción del quehacer poético, la semilla crecida en tierra fértil. Con citas de Hanni Ossott, Luz Machado y Ramiro Calle comienza el viaje por la escritura de la poeta, editora y gestora cultural venezolana, ordenado según un criterio cronológico. De este modo, Magdalena en Ginebra (1997) aporta las composiciones aurorales de la autora. Los poemas convierten al sujeto poético en narrador directo. Amparada en la confidencia la voz describe un entrelazado de paisajes y sombras interiores, y promueve el acercamiento inmediato a la memoria, entre las aristas de los deseos más íntimos. Desde la evocación, la infancia despierta con el dolor acuoso de alguna herida abierta, de un mundo desvelado que ponía frío de invierno en cada tarde. El recurso de gestar la identidad del hablante lírico con el aporte cultural bíblico de Magdalena vela la autobiografía para convertir el hilo argumental en fuente de imaginación y fantasía y en marco temporal simbólico, que multiplica enlaces entre el pretérito y el ahora con un innegable epitelio sensorial.

Esta primera entrega tiene continuidad inmediata en Cuira (1998), donde se estrena la forma expresiva de la prosa poética, junto a las composiciones en verso libre. Los materiales verbales recuperan destellos de datos biográficos que asientan en el avance del texto los signos del recuerdo. Pero los versos nunca pierden una relación cercana con el onirismo o con una dicción de mayor riqueza metafórica: “El cordero es pan / en mi mesa. Camina sobre los manteles / cuando recoge el amarillo / del verano”. El río venezolano que inspira el título es uno de los símbolos universales de la poeta porque aglutina la claridad transparente del conocimiento sensorial y el persistente discurrir, su renovación como sucederse continuo de la existencia.

La lectura de los poemas de Amentia (1999) sugiere un viaje sentimental, un traslado del sujeto verbal hasta un horizonte de evocación y ensueño, en el que prima un entorno de espiritualidad y clausura religiosa. La escueta precisión del título define la variedad de localizaciones geográficas como sitios que muestran las coordenadas de un campo sentimental repleto de escenas religiosas, rituales y símbolos.

Los títulos de esta etapa escritural de Carmen Verde Arocha mantienen una precisa brevedad. El hábito continúa con la cuarta entrega, Mieles (2024) cuyos poemas aluden sobre todo a la naturaleza femenina y a la constante mutación de los rescoldos afectivos. En los itinerarios de la palabra se formulan preguntas sobre el sentido misterioso de lo existencial o conviven pensamientos fragmentados, que buscan rescatar creencias y paradojas: «En un devocionario se lee: “Una concubina fue la primera / mujer en el mundo, también la madre de Dios”». Las composiciones versionan mínimas historias en las que desfilan personajes en soledad, como si portaran en su identidad una condena, un enigma o una culpa, que impidieran momentos de plenitud y alegría: la concubina, el caballero, la lavandera, la costurera o la sombra desgajada de la abuela que busca a solas el sabor de un beso. Son presencias, que parecen surgir de cuentos y relatos, casi siempre nacidas en el desamparo que buscan un poco de dulzor en el cielo reseco de la boca.

El título Mieles servirá también para publicar en 2005, con un hermoso prólogo del poeta Santos López, entrañable magisterio intergeneracional, y lúcido conocedor de ideario estético de Carmen Verde Arocha. Bajo la atenta mirada del escritor emerge la sugerente consideración de que la voz es objeto del sueño; las palabras se convierten en pequeños desprendimientos interiores de la conciencia, vuelan libres hacia la transcendencia, invocan y revelan itinerarios ajenos a la realidad inmediata, conforman encuentros entre la ensoñación y las raíces fuertes del conocimiento intuitivo.

En el registro de El jardín de Kori (2015) las tenues iluminaciones del lenguaje poético crean un espacio mental y una presencia que buscan, más que los anecdóticos detalles del lugar concreto, una atmósfera de ensoñación ideal para sobrevivir a las grietas del atardecer y fortalecer el espíritu. La escritura se hace lectura íntima del tejido amoroso donde confluyen la pasión y el deseo. En esa escala sensorial el amor se convierte en alimento nutricio de la existencia; es un “sedimento compacto”, convertido en un sueño dentro de otro sueño.

Ese espacio creado por la imaginación se hace lugar simbólico y refugio. Es una bocanada de aire fresco, como aquellos sitios de la infancia, alzados por la ingenuidad que mantienen a distancia el quebranto de lo desapacible y solo dejan la puerta abierta al asombro y los juegos. Con la edad, la existencia acumula erosiones y congojas, dolor y desesperanza.

Canción gótica, cuya primera edición en 2027 corrió a cargo de Gisela Cappellin, clausura la compilación Que el río responda. La tibia voz de la madurez recrea obsesiones y sueños que se han ido haciendo habituales en los caminos expresivos de Carmen Verde Arocha. Más que volcado en la oscuridad y el hermetismo de lo gótico, el libro alumbra claras afinidades con el misterio que habita en lo poético. La rememoración del entorno de la niñez, la evocación de las ausencias convertidas por el discurrir en figuras transparentes o las inacabadas esperanzas del deseo se hacen reflejos del yo confidencial y su mirada espiritual que, poco a poco, se va llenando de tristeza. Como en libros anteriores, los poemas contienen imágenes de gran fuerza expresiva y enaltecen una compleja lluvia de metáforas. Como si se dirigiera a un tú cercano, la voz apelativa del sujeto verbal formula un soliloquio que expande sensaciones, vivencias evocativas y miradas a los elementos cercanos de la materia; tierra, aire, fuego o esos animales suspendidos en un etéreo entorno natural, condicionan la percepción de la belleza, la observación subjetiva del contexto.

Las vertientes argumentales de la antología Que el río responda sondean incansables las posibilidades del lenguaje. Rescatan aportes culturales y mezclan recuerdos y reflexiones personales sobre lo cotidiano con estratos de sueños y ejercicios de imaginación.  Así elaboran un tejido poético singular, que hace de la voz femenina un sostenido espacio de contrastes. Con una dicción expresiva que oculta, tras las imágenes, el sentido lógico o la mirada descriptiva, Carmen Verde Arocha ilumina rincones interiores del inconsciente. Las composiciones proyectan sobre el presente las sombras de la memoria y retornan sobre sí para buscar la revelación, el instante único, ajeno al norte reflexivo de la razón. Poesía que acoge el hondo temblor de la conciencia en su caminar por la indagación interior, por el misterio intangible de lo espiritual.

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