Órgano fantasma
Carlos Marzal
Editorial Libros del Aire
Colección Altoaire (Aforismos)
Boo de Piélagos, Cantabria, 2024
CLARIDAD
Desde su amanecida, la escritura de Carlos Marzal (Valencia, 1961) está ligada a la poesía como referente literario fundamental. Licenciado en Filología Hispánica y profesor, ha impulsado, desde mediados de los años noventa, un despliegue de títulos que, en 2005, se reunió en el volumen El corazón perplejo. Después, con espaciosa cadencia, han visto la luz dos nuevas entregas, Ánima mía, reconocida en 2009 con el Premio de la Crítica valenciana, y Euforia, editada en 2023. Pero el escritor ha explorado con verdadero acierto otras estrategias expresivas como la novela, el relato, el ensayo, el artículo de prensa y el aforismo. Ahora vuelve a la práctica del género breve con Órgano fantasma, nueva publicación lacónica, integrada en por la colección Altoaire, que dirige la aforista y antóloga Carmen Canet.
El título se clarifica de inmediato con este aforismo magnífico: “La niñez es el órgano fantasma de la vida adulta”. Envejecemos, pero la presencia en la memoria de los días infantiles es tan fuerte que a cada paso oímos su invisible latir, su propensión al estar luminoso y lleno de esperanza. La infancia preserva la ternura interior, ese espacio del trayecto nunca contaminado por el tacto áspero de la realidad. De ese hermoso ideario existencial, que hace del recuerdo y de la permanencia del pasado un acto de resistencia, se desgaja esta reflexión filosófica revitalizadora: “Hay que procurarse una infancia en cada edad de la vida”.
El movimiento aleatorio de la senda aforística obliga a la voluntad introspectiva a multiplicar desafíos temáticos. El ser hace balance, se asoma a las ventanas del existir. Medita sobre el deambular en lo cotidiano que aglutina la presencia del yo, no exento de contraluces, y cuestiona el papel activo del sujeto en la vida social. Así nacen los enunciados lacónicos, que nunca pierden el aire natural de la confidencia. Desde esa aparente humildad de lo diario, toman aire aforismos llenos de lógica, de claridad, de vitalismo: “La felicidad laboral consiste en que a uno le paguen por todo aquello que haría gratis”, “Mientras los prestidigitadores tienen trucos, los magos hacen magia”, “La confianza en el género humano, más que señal de confianza, es señal de optimismo”, “Está cansado de sí mismo, pero no para de contárnoslo”.
Carlos Marzal prefiere la ironía a la solemnidad. Sus aforismos en torno a lo circundante nunca son lapidarios, pero acostumbran a vestir con un deje irónico, que estira el brazo para señalar: “Los que siempre alertan contra los peligros del ingenio podrían empezar por resultar ingeniosos de vez en cuando”, “Todos los que piensen que sabes hacer solo nadie lo hará por ti, aunque tengan que hacerlo ellos”, “A los cretinos conviene concederles una disculpa zoológica: lo que son está en su naturaleza”, “Tal y como están las cosas, sería poco probable que en el Paraíso no hubiera un centro comercial”, “Lo imperdonable es hablar de uno mismo como si de uno mismo hubiese algo de lo que hablar”, “En las llamadas relaciones abiertas siempre hay alguien más abierto que otro a tener relaciones”.
Los enunciados tienen el hábito de la incertidumbre. Saben que el discurrir aglutina contradicciones y preguntas, aunque asuman que es imposible encontrar todas las respuestas. Así que hay que seguir en pie, sumando pasos y variantes instrumentales al conocimiento propio, que enlaza recorridos entre la claridad de mediodía y el fundido en negro. El sujeto verbal muestra su empeño en asomarse a la vida social, sabiendo que la convivencia es un refugio complejo, donde germinan actitudes y sentimientos contradictorios: “El género humano se entiende mejor durante la juventud, cuando no se entiende nada en absoluto”, “Cultivar un cierto grado de insociabilidad selectiva también es una habilidad social que debe cultivarse”, “Hay un momento terrible en la vida: es cuando a uno se le pone cara de su generación”, “El número de sentimientos contrarios que sabe albergar el corazón es casi incontable”. En esta mirada a lo sociológico se percibe un claro pesimismo, sin embargo, el escritor sustituye el resentimiento por la ironía y por un sosegado sentido del humor que hace muy placentera la lectura de los textos y libera de las convulsiones del desasosiego: “Ser feliz consiste en creer que uno lo es”, “Para idealizar cualquier asunto, no hay nada como conocerlo muy poco”.
El aforismo es búsqueda y movimiento; y Carlos Marzal explora también el aforismo de definición en el breve apartado “Cinco flores”, donde las cinco especies vegetales prolongan un caminar lírico que sugiere cualidades intactas en el silencioso gotear del tiempo.
La memoria de los días vislumbra un copioso escenario de lugares al paso, donde se ponen a prueba las certidumbres propias. Como un viajero, la escritura aforística describe un transitar aleatorio de aprendizaje y percepción, de experiencia de vida hecha lenguaje para capturar la razón que sonríe cuando la niebla escampa.