Negra Caridad
Yolanda Soler Onís
Editorial Crónicas de Canarias
Canarias, 2023
TENDER LA MANO AL TIEMPO
Poeta, novelista, gestora cultural y directora del Instituto Cervantes de Amán (Jordania), Yolanda Soler Onís publicó en 2020 Hora antes, una ficción en clave de novela negra. El sujeto central de aquella obra era Sindo Roca, un subinspector de policía con sensibilidad de detective, que mantiene en su presencia social una actitud de distanciamiento entre el yo biográfico y la aparente normalidad de lo laborable. El personaje retorna en los capítulos de Negra Caridad, hasta el momento última entrega, donde se despliega, en paralelo al vitalismo ficcional, un explícito homenaje a las sombras perdidas en el tiempo de María de la O Lejárraga y Matilde de la Torre, junto al escritor Stanislaw Stash Pruszynski.
La autora aglutina en el escenario narrativo una variopinta comitiva de más de treinta identidades. Tan extensa relación de protagonistas y secundarios dibuja un contexto histórico en el que conviven realidad e imaginación. Se incrementa de este modo la caligrafía verosímil, la posible epidermis de un discurrir que despliega pasos sobre los adoquines gastados de lo cotidiano, donde apenas hay sitio para lo imprevisto. Pero el asombro es siempre material primigenio del trayecto vital; incluso en espacios tan sosegados como Santullano de Piélago, municipio asturiano, cuyo término limita con la provincia de Santander. Allí, Sindo Roca descansa unos días con su esposa Luisa Ávila, tras el estridente alboroto del carnaval canario.
Una trama argumental desdoblada enuncia las visiones especulares de los dos implicados directos, más representativos en el avance del libro. Por un lado la anciana Rosa Cueto, junto a su criada mulata, la negra Caridad, que despierta con el redoblar de las campanas tocando a muerto por Martín Corrales, el hijo del Dueño del Tiempo, el indiano más poderoso del Concejo. Las dos mujeres han hecho de los recuerdos y la soledad los últimos refugios para jugar sus marcadas cartas de la senectud. La muerte de aquel vecino es un detonante que despierta una larga evocación de retorno a los días de infancia y a las numerosas contingencias de sus viajes. Al margen de la voluntad, los recuerdos reconstruyen paisajes, no exentos de onirismo, que transforman el pasado en un devenir de imágenes, mostrando rincones de un periplo biográfico difuso.
El segundo itinerario narrativo de cada capítulo enfoca los pasos de Sindo Roca, pertinente seguidor de la lógica en cualquier momento. Mediante esta estrategia, Yolanda Soler Onís rompe la continuidad y hace que aparezcan dos vetas diferenciadas, aunque ambas comparten la voz objetiva del narrador omnisciente, su forma de contar directa y sin digresiones, y la predilección por un lenguaje con escasas implicaciones herméticas. Yolanda Soler Onís contrapone el continuo viaje al pasado de la indiana Rosa Cueto, en la primera historia, con la persistencia en el presente de la segunda, donde tampoco desdeña el enfoque irónico en la acumulación de detalles, mientras van manando las confidencias del entorno familiar más próximo, como Luisa, la esposa, Sobejana, el sargento de la guardia civil encargado del caso, o la mirada en el mapa de la experiencia del doctor Ávila.
Meditar sobre los pasos del ser en el transcurrir de Rosa Cueto es evocar un sueño de niña que aspiraba a dejar su pueblo y viajar a América. Al cumplimiento de esa ilusión enfoca labores y conspiraciones en los domicilios donde trabaja como cocinera. Hasta que el hijo de uno de sus jefes facilita la travesía a Cuba. Llega a la isla en medio de un devastador temporal que causa múltiples estragos. Allí tiene la oportunidad de conocer al, ahora asesinado, Martín Rodales, quien ha trasladado la compañía naviera de su padre desde Filipinas a Cuba. Desde ese primer paso, hecho al mismo tiempo de humildad y prudencia, va adquiriendo fuerza el perfil de las cosas, ese pertrecho de conocimientos que fortalece cada verdad personal, tras el asentamiento en Guatemala, donde Caridad se convertirá en compañía imprescindible. Sin embargo, Rosa Cueto nunca apagará en su interior la llama del regreso para volver a España y construirse una gran mansión en su pueblo natal, una casa que ratifique, a los ojos de todos, la bonanza del sueño cumplido. De esa certeza humilde que se va sobreponiendo a las turbulencias el tiempo adquiere fuerza el paisaje real de la conciencia, el fluir reflexivo que traza el balance existencial, que se realiza con la naturalidad del estado de ánimo conforme. Todos los figurantes de este drama encubierto sienten en sus pasos el rumor de lo efímero, el misterio gastado de lo transitorio.
La memoria de la vieja indiana se sube a los andamios del recuerdo para reconstruir lo vivido en un exhaustivo duermevela. La conciencia constata los encuentros y desencuentros de los habitantes del pueblo con las grietas de una extraña crónica local que poco a poco, gracias a los desvelos de los implicados en la investigación se va mostrando como una cadena de causas y efectos.
Yolanda Soler Onís, más allá del pulso enunciativo de la investigación policial, construye una variopinta vidriera de personajes que dibuja puentes entre el ayer y el ahora. Rescata una larga noche de laberintos y descubrimientos. Pone un sobre abierto a una compleja historia de silencios y palabras, donde aguantan casi inadvertidos los complejos rescoldos de lo vivido, esos secretos y misterios que siempre propician el ajuste de cuentas.