Meditaciones del lugar
Antología poética (1989–2018)
Álvaro Valverde
Editorial Pre-Textos, Colección “La Cruz del Sur”, nº 1.911
Valencia, 2024
Selección y prólogo de José Muñoz Millanes
154 páginas
La importante trayectoria de Álvaro Valverde (Plasencia, Cáceres, 1959) se ha cimentado en la autenticidad sencilla y nítida que queda bien reflejada en Meditaciones del lugar, quinta de las antologías de su quehacer lírico, tras Álvaro Valverde. Poética y poesía (Fundación Juan March, 2004), Un centro fugitivo (La Isla de Siltolá, 2012, con selección y prólogo de Jordi Doce), Álvaro Valverde. Antología poética (Editora Regional de Extremadura, 2017) y Enclave (Poemas del molino) (El Orden del Mundo, 2022). Óptima y muy oportunamente, José Muñoz Millanes compendia ahora, bajo el imprescindible sello de Pre-Textos, nueve obras del autor placentino: Las aguas detenidas (1989), Una oculta razón (1991, Premio Loewe), A debida distancia (1993, Premio “Ciudad de Córdoba”), Ensayando círculos (1995), Mecánica terrestre (2002), Desde fuera (2008), Plasencias (2013), Más allá, Tánger (2014) y El cuarto del siroco (2018, II Premio Nacional de Poesía “Meléndez Valdés”). Además, el trabajo de Muñoz Millanes presenta la particularidad de mostrarnos “cómo funciona la poesía de la meditación”, linaje expresivo al que pertenecen sin duda las letras de Álvaro Valverde.
En dicha “poesía de la meditación”, prosigue Muñoz Millanes en su prólogo, “hay dos registros. Primero la composición del lugar: una situación, una escena (…) Después (…) se trata (…) de meditar o reflexionar. De indagar el sentido latente de lo inmediatamente visible, de interpretar lo que desde atrás mueve los hilos de este mundo”. Porque la meditación “arranca del presentimiento de algo intangible, de algo que está más allá del reducido espacio, del lugar que, con su especial configuración, lo inspira”. Donde leemos la palabra “intangible” bien podríamos poner la palabra “inefable”, para así recordar cómo la excelencia poética se afana en arrancarle al misterio del mundo todo aquello que no puede ser expresado a través del lenguaje corriente, de los mimbres idiomáticos del día a día. Al respecto, el caso de Álvaro Valverde resulta digno de elogio: la sobriedad en la expresión se antoja sumamente certera, al tiempo que la cordialidad léxica, la diafanidad retórica, las intuiciones constructivas de sostenido rumbo y la armonía formal conjuran cualquier peligro de aspereza o escasez. Estudiado todo ello como fenómeno diacrónico, ni que decir tiene que semejantes virtudes se perciben de una manera todavía más notoria a lo largo de un recorrido antológico como el que proponen los setenta y cinco poemas incluidos en Meditaciones del lugar.
“Estoy a la espera, escucho. / Y me siento feliz.”, escribe Álvaro Valverde, quien, no obstante, en la composición titulada “Jardín cautivo”, nos muestra el otro rostro necesario de sus meditaciones: “Me observáis abstraído, tan lejano que, a veces, / hasta dudáis que esté, justo aquí, con vosotros. / (…) No preguntéis qué pienso, el porqué de mi ausencia, / la razón que en la calma, sí, me desasosiega. / Esa causa secreta que tan fiel me acompaña / y es al fin otro nombre de la melancolía”. Melancolía y felicidad: la vida misma, pues, cabe de punta a punta, o de flanco a flanco, en esta auténtica, acendrada actitud contemplativa que anuda espacio y tiempo, y que aboca a una serena preocupación por cuanto queda y cuanto permanece (“la dulce obstinación de registrar las ruinas”). Por el olvido e incluso más por la memoria; por una memoria que trasciende la mera existencia individual (“Viajero que ahora pasas, / ten presente / que estas ruinas fueron / andamios una vez, / hombres silbando”), de manera que “alguien, quedamente en la sombra, / concibe el esplendor contra la muerte / ceñido a la arboleda, semioculto, / por entre ramas verdes y vacío”. Y como “no se extingue la llama / que en la calma conserva / el ardor del recuerdo”, al poeta y custodio le basta “la sombra fugitiva, / el instante, esa efímera razón de permanencia”.
Singularmente conmovedoras son las páginas dedicadas por el autor a su lugar en el mundo: “No me anima un anhelo / proclive a la nostalgia. / Se reduce mi afán a contemplarla / en la rara deriva de los sueños”. Con toda lógica, en Meditaciones del lugar, en tan hermoso compendio de las consecuciones líricas de Álvaro Valverde, Plasencia ha de alzarse también como “su mundo frente al mundo”. “Un lugar donde, a solas, / ser, simplemente, hombre”. Porque, al fin y al cabo, y recordando lo dicho por José Muñoz Millanes a propósito de lo intangible oculto en el concreto espacio, “es esta la ciudad / que tú prefieres: / la que a lo más / se intuye o se imagina: / la que se alza / en el centro secreto / de la otra”.