María Cayuela
Rosa Campos Gómez
Editorial Almadenes, 2024
90 págs.
Una llama inextinguible: María Cayuela, de Rosa Campos Gómez
Hay ejemplos de mujeres que, pese a su anonimato, trascienden por su valor y adquieren fijación literaria para la posteridad. Es el caso de María Pérez Marín, convertida bajo nombre y título literario en María Cayuela. Tan poderoso es el personaje que encierra, que su sola denominación sirve para englobar toda una obra. En este caso, ha sido la escritora Rosa Campos Gómez la encargada de dar forma a su testimonio en una obra de teatro donde la homenajeada es el único personaje presente. Habrá otros, por supuesto, que rodearán su existencia y explicarán su progreso. Cada uno de ellos serán mencionados por esta mujer valiente, moderna y luminosa que le tocó vivir en una época acobardada, anticuada y oscura; en definitiva, un tiempo equivocado para su personalidad.
Con la reciente y necesaria celebración del Día Internacional de la Mujer, el perfil biográfico y literario que representa María Cayuela se hace más que imprescindible. A pesar de haber nacido limitada a su condición familiar humilde, por haber sufrido las inclemencias de la guerra y de la posguerra, así como de la propia sociedad —siempre tan censora en tiempos negros—, ella demostró una percepción luminosa del mundo y una vitalidad que le permitió seguir adelante. Sin importar los obstáculos presentes en el camino. Tomando como interlocutor a una joven de la que acaba de despedirse, Rocío, ya al final de su monólogo le dedica las siguientes clarividentes palabras: “Y sé que sabrás extraer el gozo allá donde se encuentre, y que nunca lo verás tan escondido como quieran hacerte creer o pueda parecer… Porque pertenecemos a esa clase de gente que queremos mantener la lámpara encendida para no dejar de descubrir que tanto la pasión como la templanza nos pertenecen, que estamos habitadas por la energía que nos hace poderosas”. Como podemos observar, el entusiasmo de esta poderosa voz resultará contagioso, no sólo para los lectores y espectadores de la obra, sino para la muchacha con esas ganas de escuchar y aprender de ella. Esa Rocío, “ay, Rocío”, tan repetido por María, recordando la copla tan famosa de Rafael de León y Manuel López Quiroga. El cante popular, que tanto le gusta rememorar a la protagonista. La música como válvula de escape, con la que colorear un mundo grisáceo.
María pertenece a esa generación de trabajadoras rurales a las que se le negó la escuela, que nunca aprendieron a leer pero que hablaban tan bien como si escribieran. Un pasado donde la transmisión de la palabra era tan importante como aprender de ella. A las gentes de ese mundo casi perdido les gustaba escuchar a los demás, sacar aprendizajes de los contenidos confiados. Sobre todo las mujeres tenían la sensibilidad necesaria para empatizar, ponerse en el lugar de la otra persona y comunicar mediante las historias. Rocío se erige en el relevo necesario y María lo celebra. “Me alegra que tengas ganas de que te cuente, chiquilla, el que a tus 16 años tengas hueco para escuchar ya dice mucho de ti, y sobre todo el que lo tengas para escuchar a alguien tan mayor como yo”. Ambos mundos tan distantes, unidos por la experiencia a transmitir y con la que aprender. En ocasiones, la enseñanza puede ser recíproca y aquí la muchacha joven demuestra a la anciana que todavía queda esperanza en el mundo, que permanecen personas sensibles y dispuestas a respetar y extraer valiosos consejos de las mayores.
María Cayuela posee la fuerza como texto de los mejores monólogos de nuestra tradición, capaces de sostener a un único personaje sobre las tablas durante un tiempo extenso. Rodeada de los sencillos enseres de su modesta casa, María va desgranando todo lo que le querrá contar a Rocío cuando vuelvan a verse. Toda una historia biográfica. Al contrario que en Cinco horas con Mario o Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes, el receptor no ha pasado a mejor vida sino que se encuentra más vivo que nunca. Y esto es también muy luminoso en esta obra.
En términos escultóricos, Campos modela un personaje fiel al que toma de referente y, como Pigmalión, le insufla de una vida aprendida de recuerdos, testimonios, asesoría familiar y amistades. El resultado es una María Cayuela de gran personalidad en comentarios y gestos. El simbólico atrezzo complementa al personaje, convirtiendo a cada objeto en un actor y actriz silencioso. Uno de ellos será precisamente ese molinillo de café que figura en la portada ideada por la propia autora: un óleo delicado que hermana a dicha herramienta con la cultura ancestral y la naturaleza: tradición y respeto hacia lo vivo y lo humano, elementos que definen a la perfección el espíritu del personaje, sembrador de justicia y bondad, de ayuda y solidaridad. Gracias a personas como ella, nuestro mundo seguirá existiendo. A ellas se lo debemos.
Editada por Almadenes, María Cayuela supone un volumen más en esta joven editorial que escoge con cuidado y mimo cada uno de sus trabajos. Campos ha ido dejando tras de sí una estela dentro de este sello de lo más variada, demostrando su capacidad para narrar desde diferentes planteamientos y ópticas: de la narrativa de ficción con Las calles que vendrán, pasando por la poesía de Patio Interior, el ensayo a través de los distintos artículos publicados en Crónicas de Siyâsa o este último ejemplo escénico. Una versatilidad que, a buen seguro, nos deparará muchas más gratas sorpresas literarias.