julio de 2024 - VIII Año

‘Todos los días son pájaros’, de Enrique Contreras

Todos los días son pájaros 
Enrique Contreras
Olé Libros, 2023
222 págs.

ENTRE EL FRACASO Y LA ÉPICA COTIDIANA

Cuando la realidad presente nos conduce a los abismos del odio y de la insolidaridad, y además el paso inexorable hace de las suyas en los seres queridos, hay poetas que regresan al paraíso perdido de la niñez. Es la niñez, el anhelo de todo un mundo por recorrer, lo que nos conduce a un posicionamiento enfrentado del sujeto entre ”el fracaso y la épica por sobrevivir el día a día”, según declara las breves palabras que tiene Antonio Moreno en Todos los días son pájaros (Itinerario sentimental), perteneciente al malagueño Enrique Contreras. Es el primer libro conocido en España, publicado por Olé Libros.

El volumen, que supera las doscientas páginas, se agrupa en tres secciones, que van de una extensión mayor a una menor. Se trata de una generosa compilación, donde predominan no solo los recuerdos de su mujer, los dedicados a su hija, la soledad y aquellos en los que el autor se muestra crítico, convirtiendo los poemas, elegiacos, en invocaciones a la conciencia de los lectores, a una reflexión de la existencia. Asimismo en una muestra tan amplia, Contreras abraza distintas formas de composición: las mayoritarias, en verso libre, de extensión breve (algunas en cuatro versos); las composiciones de largo aliento (superando los ochenta versos); los ramilletes de haikus; los epigramas; entre otros. En cuanto a la forma, el estilo y el tono, en este recorrido lírico existencial también se muestra cierta heterogeneidad, pues alternan formas contenidas, con otras de mayor desarrollo, pasando por versos en minúsculas, o, más rompedores que evitan la puntuación.

Según la extensión, nos hallamos ante un recorrido vital y emocional del autor malagueño, quien coloca al sujeto poético en el dilema cernudiano entre la realidad y el deseo que persista el amor (o la amada); o más aún, entre el olvido y la memoria. La tesis de Todos los días son pájaros podría enunciarse en la vuelta al pasado para recuperar lo perdido. La poesía se convierte en una actividad vivificadora, que reconforta al sujeto frente al paso inexorable del tiempo.

En la primera sección, “Libro 1. Madrugada del poeta” resultan de gran expresividad poemas como “El nido” donde transmite la fuerza expresiva de su deseo a la infancia. Los recuerdos le conducen a la niñez malagueña: “pero la onda luminosa / la fascinación y el ardor / el estremecimiento del niño adolescente / […] descubre el universo del adulto, / todavía me deslumbra”. Los recuerdos del mar reaparecerán en distintas composiciones, y serán para siempre. Sin embargo no siempre estará cubierto por celofán, sino que será como ese paisaje machadiano sobre el que proyectará su estado de ánimo: “A veces el mar no parece / sino un cuenco para tus lágrimas”

En “Aritmética” un título que probará con distintos números, siendo “uno”, además de uno de los más sugerentes, el que afecta a la paradoja en que deviene la existencia: “Eres la soledad impenetrable, / la existencia tenaz / y solitaria”. Junto a la soledad, la visión de los días se envolverá de hastío, para lo cual el lenguaje se reviste de técnicas surrealistas, que recordarían la plenitud lírica de Cernuda o García Lorca: “Media tarde, / el tiovivo de la rutina / bosteza suspendido”. Guiños cernudianos son variados a lo largo del libro, entre los que destacan el recuerdo desde la distancia del Sur, ocupando un puesto de profesor de español, así, por ejemplo, en “Agaete. Puerto de las Nieves”: “También aquí, / tendido entre el amor y sus caracolas, / más al sur del sueño y los deseos / […] la soledad y sus espejos”.

De los extensos, más líricos, cabría destacar “El aprendiz”, donde deja ver el acto de deambular del sujeto solitario: “encender un cigarrillo muy despacio, / dejar que las volutas de tu desconsuelo / […] vagabundear para que tu cuerpo / […] reciba en algún tugurio anónimo / el aguardiente breve y apresurado / que te ayude a olvidar”. De los dedicados a su hija destacan “Verdad” o “Duermevela”. Y entre los haikus, este: “Liba mi haiku / fragancias de tomillo / y azahar”.

En la parte nuclear, apuran la existencia, la memoria se hace eco y el yo pasa al nosotros, dejando poemas conscientes con el entorno del presente. En uno de los poemas más extensos, “Iniciación y escarmiento”, se halla un comienzo que alude nuevamente a la escapatoria de la niñez: “Como tú, / lector, / yo fui un niño / suspendido / en el aire inmóvil / de un almanaque interminable”. Posteriormente, el poema descubre la herida y la desconfianza, y el sujeto se aleja de una sociedad que procura tanto el gobernante que lanza el anzuelo como el vulgo que es captado, fruto de su ineptitud.

Pese a todo, como puede leerse en “Despertar”, acompañado por un verso de Luis Cernuda, hay, entre la multitud y entre las funciones y deberes cotidianos, un instante en el que “Cada mañana / […] la explosiva claridad / que te conmueve”. Ciertos poemas, de carácter urbano, se tiñen de una atmósfera fantasmal y solitaria, como en “Foto # 7”: “Mil espectros fabulan / paraísos de gracia y aventura / en la ciudad ensimismada”. Como en el tramo anterior, también en este se incluyen una serie de haikus y otra de epigramas; en este caso, de los “Epigramas en la arena” son luminosas varias estrofas, de ellas espigamos la última: “Cierra la casa y date a la fuga. / Tas de ti / un pellizco en el pecho / y dos lágrimas”.

La tensión existencial, renovando el “Tempus fugit”, una reflexión del tiempo que actualiza perspectivas del Barroco, por ejemplo en “Angelus”. Cercano a él, nos encontramos con dos poemas tiernamente dolorosos (“Despedida” y “Adiós a sangre”), donde el tiempo dichoso pasó y el sujeto no le queda otra que admitir esa dureza: “se fue. / Eso es todo. / Sin justificaciones. / Se fue”. La remembranza de la dicha con la presencia de los seres amados hacen temblar los versos y a los ojos de los lectores.

Los poemas toman un tono irónico, y el lenguaje se va afilando, como sucede en “El árbol de la vida”, donde los agradecimientos a una vida afortunada confluyen con los desengaños y los fracasos; como si el sujeto estuviese entre lo real y lo soñado; entre el presente y el pasado, hasta concluir: “nos elevábamos / y justo cuando íbamos a encontrar / -estar allí- / la llave del jardín perdido / me quedé dormido”. Irónico también resulta, paradójicamente, la composición titulada “Esperanza”.

Por último, “Libro 3. El destierro”. Una vez mostrados los espacios de Málaga y Granada, Londres, toca el turno ahora de París. En esta coordenada espacial, encontramos una de las composiciones más tiernas del volumen, “Figura en una finiestra”, un poema de carácter amoroso, donde se rememora, sosegado, el instante del encuentro con la amada: “Fue hace doce años en París. / Tu perfil sereno y ensimismado / alumbró la misma llama / que ilumina ahora esta eternidad fugaz / y rinde mi espíritu / a la calma inmensa de tu alma”. En una lectura intertextual de la composición “El desterrado” recordaremos algunos poemas del exilio de Luis Cernuda: “¿Por qué no vuelves?, me dicen. / Volver… ¿a dónde? / A España, a tu casa, a tu patria”. La respuesta es que la patria de Contreras no le devolverá el paraíso perdido, ese “que me devuelve al niño”.

En el discurso poético de Contreras también destaca los poemas de conciencia social, como “Zona Cero” o “El hombre civilizado”, entre otros. En este último, precedido de dos líneas sobre el conflicto sirio del “The New York Times”, se satiriza la pasividad del ciudadano, en una reflexión del tiempo que vivimos: “No se preocupen, / no hay nada que ustedes puedan hacer. / Lo mejor es que continúen / con sus vidas y sus hábitos diarios, / que no interrumpan su almuerzo / ni modifiquen sus costumbres”.

Al final de este itinerario afectivo-emocional, existencial y moral, que es Todos los pájaros, deja Enrique Contreras una variedad de poemas de regusto tradicional y experimentales otros, doloridos y dolientes, conscientes y realistas, soñados y atrevidos.

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