¿Quién anda aquí?
Ángeles Mora
Editorial Tusquets, 2024
El sueño de la vida en Ángeles Mora
La editorial Tusquets que lleva una trayectoria de publicaciones magnífica nos regala la poesía completa de Ángeles Mora (Premio Rafael Alberti en 1989 con La guerra de los treinta años, premio internacional de poesía Ciudad de Melilla con Contradicciones, pájaros y Premio Nacional de la Crítica y Premio Nacional de Poesía con Ficciones para una autobiografía en 2015, y, como colofón, a tantos tributos, el Premio de la Crítica de Andalucía por Soñar con bicicletas en 2023 ), titulada Quién anda aquí, título que refleja muy bien la mirada de una mujer que guarda todo un mapa emocional, en un repaso por su obra poética desde los años ochenta. Yo tuve la suerte de conocerla, cuando nos alumbró con su recital en mi instituto, el IES Palomeras Vallecas y los chicos quedaron muy emocionados con su poesía.
De Pensando que el camino iba derecho, publicado en 1982, cito un poema titulado “Y el mundo…” que dice:
“Y el mundo era un pañuelo que escondía / bajo su mancha azul tu clara sombra / palidez luminosa de mejilla, / llama voraz donde crepita el sueño”.
Ya podemos sentir ese amor por la vida, ese resucitar del tiempo, ese deseo de encontrar en las antítesis la belleza original: de la sombra a la luz, como reflejos que nos invaden y nos iluminan.
De La canción del olvido de 1985, late ese deseo de recuperar las voces amadas, de evocar la belleza de lo vivido, de alumbrar la luz original. Toda la poesía de Ángeles Mora trasmite lucidez, belleza y una transparente mirada al tiempo, sin rencor, envolviendo las palabras en su llama. Dice en uno de los poemas:
“Dime, / ¿quién te abandona hoy? / Persistente la lluvia se acompasa / con esa gota triste / que en el pecho / te empapa. / Tienes el alma llena de lluvia”.
Y esa lluvia que es la vida, la evocación de la niñez perdida, la experiencia por la que transitamos, el espacio donde tanteamos en la oscuridad la luz, es la hermosura que nos transmite la poesía de Ángeles Mora.
Da un paso más en su siguiente libro, La guerra de los treinta años, publicado en 1990, cuando dice en el poema “La mirada del adiós”:
Vivir después a solas / contigo misma. Viejos libros / o labios que recuerdas / junto a la chimenea encendida / y apenas el calor de tu sonrisa / en gris. / Me da pena la vida / porque no sé vivirla”.
Sensación de hallarse a ciegas con el esplendor del mundo, buscando a tientas el abrazo, en una soledad que reina en esa casa que irradia luz en la ventana, como ese balcón de la infancia de Brines, lugar edénico, donde nos envolvemos como en el útero materno. No saber vivir la vida, nos dice Ángeles Mora, donde la soledad es la reina del baile.
En La dama errante del mismo año, reitera la misma sensación que es una constante en su poesía: el extrañamiento ante el mundo, desde un interior rico y poderoso, que contrasta con una vida de gente que desconocemos, soñamos la vida, y la vivimos poco.
Por ello, en “De la virtud del ave solitaria”, la poeta se desdobla, como el anciano que es joven en Brines, como el Machado que recuerda a su Leonor, como el poeta que se mira en el tiempo en la obra de Lorca:
“Aunque quiso ocultarlo / ella vino a quedarse. / Sin billete de vuelta / y hasta sin equipaje”.
Esa mujer es ella misma, como dice al final del poema, cuando nos transmite lo siguiente: “Ella vino a quedarse. / Ahora vivo conmigo”.
Vivimos siempre con nuestro otro ser, que, recordando ese desdoblamiento de El otro señor Klein, película de Losey con Delon, se mira en nosotros, sin que le reconocemos, como el aliento kafkiano que no reconoce el lagarto en que se ha convertido. Todo es extraño, misterio que acontece en nuestra vida.
Y en Caligrafía del ayer, publicado en el año 2000, vemos la casa, esa que alumbraba Rosales en La casa encendida, casa de los muertos, casa pensativa, espacio de meditación, por ello, nos dice en el poema “La casa meditada”:
“Llegar y que la puerta esté cerrada. / Ya no hay portal, ni patio, ni escalera, / y todo es cuarto donde nadie espera, / y se secó el olor de la almohada”.
Casa callada, sin gente, solo nosotros, envueltos en nuestras sombras, casa que ya no conserva la caricia del otro, el que un día nos conquistó con los besos y las manos, lo que me recuerda a la Rayuela de Cortázar, cuando Oliveira a Maga, sin desenfreno a la Maga.
Y en Ficciones para una autobiografía, publicado en 2015, aparece el poema que da título al libro, “¿Quién anda aquí?”, pregunta que la poeta se hace para verse a sí misma en la inmensidad de la noche. Esa persona que anda a su lado es ella, porque somos nosotros nuestras sombras y cito estos versos iniciales del poema:
“¿Quién anda aquí? / ¿Quién va y viene sin ruido entre mis cosas, / penetra con sigilo / de noche en mis papeles / usurpando sus notas? / ¿Quién vierte la tinta / que me roba el sueño?”.
Esos pasos en la nieve, evocando el libro de Jaime Siles, que son las páginas en blanco y que ya se van construyendo en la noche, en la evocación del tiempo, en el paisaje del olvido. Vivir conmigo y sin mí, dice la poeta, porque nos habitan sombras, como nos recordaba Santa Teresa.
He dejado sin citar libros como Contradicciones, pájaros y Bajo la alfombra, el primero publicado en 2001 y el segundo de 2008, donde sigue la senda de ahondar en una misma, penetrar en el yo interior, para buscar el último, donde Ángeles Mora, nos deja halos de luz, una perfección del lenguaje, un brillo que destila universos. El libro se llama Soñar con bicicletas y nos envuelve en cada poema, donde la experiencia de lo vivido se transforma en una reflexión del sueño que es toda respiración, todo halo de luz en la mañana. Dice en el poema del mismo título que el libro:
“Buscar la luz, / no mirar por los rotos / donde el rencor oculta / su negrura infinita”.
Como nos dice el epílogo de Francisco Díaz de Castro muy acertadamente, siempre ha habido un diálogo con el tú que es ella misma, lo que refuerza mi texto, donde afirmo que el diálogo permanente de la poeta granadina con el tiempo y consigo misma ha ido creando una poesía que tiene un carácter elegíaco en sus últimos poemas.
La niña que no tuvo bicicletas y soñó con ellas y lloró, porque siempre lloramos en el sueño de lo que no tenemos, de lo que perdemos, de lo que hemos acariciado y ya no está. La lumbre del poema llamea en nosotros y nos muestra a una poeta de extrema sensibilidad que nos regala una poesía completa que hay que leer despacio, degustar en cada poema. Ángeles Mora no es solo una gran poeta, sino la encarnación de la luz, el paisaje de sombra, el misterio de la anochecida. Su poesía queda y quedará como la de los grandes clásicos, que siempre se leen como la primera vez, porque su obra no cansa, sino que revela siempre luz, mucha luz.