Memoria y yo
Rafael Soler
Editorial Huerga y Fierro. Colección El rayo azul, 2024
LA POESÍA HONDA DE RAFAEL SOLER EN MEMORIA Y NO
Rafael Soler es novelista y poeta, de larga trayectoria y su mundo literario es un espacio donde el lector tiene que penetrar, como un amanuense, para traducir lo que el poeta quiere dar a entender.
Parece una difícil misión, pero es una apuesta que solo los que ya conocen su obra pueden desvelar, lo que no elude a los que se adentran en ella y pueden sacar luz y taquígrafo de un mundo hondo y verdadero.
Soler es el lenguaje en sí, es la llama original, la palabra que es misterio, como el pincel que esboza el retrato del tiempo. El libro Memoria y no, editado en Huerga y Fierro, imparable editorial que ha consagrado su tiempo a muchos nombres, es un viaje a través del recuerdo.
En el poema “Empieza el tiempo de descuento”, Soler nos dice:
“Llega el instante / de dar tinta y papel / a su memoria / por coito un monedero / por tertulia un soliloquio / por abrazo en soledad los hombros”.
Y es el tiempo pasado que aparece, esa memoria que traslada el poeta a su verso y lo hace con un lenguaje que es fulgor, llama y desvelamiento. Por ello dice: “Por coito un monedero”, que parece que nos devuelve a los surrealistas, pero nada más cierto que el amor que atraviesa los túneles por donde ha pasado el niño que se ha hecho joven y luego hombre maduro. Hombre concebido para que un día empiece a descontar lo vivido.
Y veo la muerte en el poema “Estación término”, cuando va hilando, como un tapiz el lenguaje, esperando el paso de la vida, por ello dirá: “No es hora aún acéptalo / de su descenso”.
El hombre que se sabe efímero y mortal, que navega con la sensación de hallar la muerte un día y encontrar en el paisaje de una madrugada la parca, esa que se asoma a las puertas de amigos, familiares, esa que nos sorprende o que se espera, la muerte que nos ronda, como fiera terrible en el sino vital. Recuerdo entonces a César Simón y cómo escribió sobre ella, o a Brines y la sensación de ver de nuevo a sus padres, cuando ya la muerte le acechaba en Donde muere la muerte, poemario póstumo y además paradójico, muerte que muere, pero que no podemos evitar.
Y me gusta especialmente el poema “Todo cuanto sea historia y biografía”, porque Rafael Soler no necesita explayarse en una biografía novelada, sino que todo lo da a través de la lírica:
“diríase que vuelven los aquellos / de viva voz buscando en cada charco / el río que fundaron”.
Seres que vuelven de la muerte, seres que sigan ahí en continuo diálogo con uno mismo. Rafael Soler escribe en el título la clave del libro, todo es memoria y no lo es, porque también anida la ficción, lo no vivido, pero que se ha escuchado dentro, parece nuestro, pero es de otro.
Y estoy convencido que en el poema titulado “Quedamos seis, y éramos cincuenta”, Rafael Soler convoca a los que se han ido, a los que ya no ve, a aquellos que amó y a todos en definitiva en esta danza macabra que es la vida, llena de lupanares, de cinismo, de lujuria y de placer. La vida está marcada por los contrastes, viajes de ida y vuelta, espejos que nos atraviesan, paisajes de amor roto y amor conseguido:
“no sabemos / qué acero al levantarnos / qué prisión de lo vivido”.
La poesía de Rafael Soler no es para paladares finos que entiendan el verso como un hecho ripioso o conversacional, para los que siguen la poesía de la experiencia que a veces no han dejado ninguna en los poemas, sino para los que ahondan, los que clavan el cuchillo en el lenguaje, los que se beben la vida a tragos, los que se desfondan por un beso o aman a una mujer como a un último paisaje marino.
Por todo ello, Rafael Soler escribe de una forma que nos deshace, para que luego compongamos las piezas y volvamos a renacer en el abrazo que él solo sabe dar. Un libro que es un festín del lenguaje, un viaje al pasado, al presente y a un futuro, que será convocado en su momento, para que lo amemos o lo despreciemos.