El reflejo de los charcos
Antonio Fernández Fernández
Prólogo de Jesús Cárdenas
Ediciones En Huida, 2024
El amor en el reflejo de los charcos
Antonio Fernández Fernández, natural de Carmona, Sevilla y poeta, nos entrega en la editorial sevillana Ediciones EnHuida, El reflejo de los charcos, un bello libro, donde el amor es esencial.
Con prólogo de Jesús Cárdenas, docente y prestigioso poeta y crítico, el libro es un reflejo de la mirada de un hombre que sabe, como dice Cárdenas, que “no se puede vivir sin amar”, recordando la famosa novela (magistral, por cierto) de Malcolm Lowry: Bajo el volcán. Dice al final del prólogo:
“El reflejo de los charcos, en definitiva, busca ese lector que se mire pese a todo. La esperanza de que la fuerza reside en el amor no es un sueño. Antonio Fernández da un paso al frente en este conjunto de magníficos poemas. El poeta carmonense lo hace con la humildad y honestidad que le caracterizan. Damos fe”.
Y late y respira en el libro el recuerdo de un amor, la nostalgia de un hombre que vive en el pasado, porque somos huella del tiempo, efímero paso por el mundo, fragilidad que nos envuelve y en el amor encontramos el verdadero sentido a nuestra mortalidad. Dice en el poema “El abrigo de la soledad”:
“Veo tu rostro preso / tras las rejas invisibles de las fotografías, / lugar donde tu imagen vale más / que las mil palabras que nunca te dije / pero que mereciste llevarte contigo”.
Y es aquello que se calla hondonada, donde el poeta rememora el pasado, las caricias dadas, los abrazos y los besos verdaderos. Y me gusta cuando habla de la ciudad, lugar donde uno se esconde, porque el espacio donde uno habita es también afecto y ternura, sin eludir la melancolía de lo que se vivió. En el poema “Anochece” nos dice:
“La ciudad es una madre / que comienza a esconder / el sutil revoloteo de los pájaros”.
Y un tema esencial del libro, que tiene que ver con el título, porque somos reflejos en los charcos, es la nostalgia. Antonio Fernández se nutre del recuerdo que hiere, porque, como poeta, todo lo transforma en un ejercicio de lirismo, de amor incondicional a quien se entregó y a quien ya no está a su lado.
Por todo ello, dice en el poema “Encadenado a la nostalgia”:
“Ahora solo soy un fantasma más / encadenado a la nostalgia, / un alma que vaga por su infancia / en el purgatorio de su prisa por crecer”.
Y la idea de la creación, cuando dice que escribir un poema es describir la vida, porque late el poeta siempre, el que sabe que las páginas en blanco, pasos en la nieve, recordando el libro de Jaime Siles, es un ejercicio de recreación, de iluminación de la llama de lo vivido.
Estamos ante un poeta que expresa en el verso un hondo lirismo, una pasión por la vida, que no excluye la soledad y la nostalgia. Y me quedo, con esa tercera parte titulada “El viento sobre la palabra”, cuando en el poema, que parece un haiku, dice el haijin:
«Crecen las hojas / en los libros abiertos / de los poemas”.
Hojas del tiempo, como el cónsul que busca de nuevo a Ivonne en la novela de Lowry, llena de luz y soledad. Antonio Fernández logra la emoción y la complicidad con el lector, para que sintamos que somos parte de su dolor. Todos hemos atravesado ese túnel de la melancolía y de la pérdida amorosa. Este libro nos devuelve un espejo donde mirarnos, gracias a la mirada cómplice de un poeta en alza, Antonio Fernández Fernández.
