El muladar de los muertos
Alberto Navalón Mateos
Norbanova narrativa, 2023
400 págs.
Decía Juan Carlos Onetti que una novela es capaz de atraer el verdadero interés en un lector desde dos perspectivas: bien por lo que se dice, bien por cómo se dice.
“El muladar de los muertos” del cacereño Alberto Navalón (Norbanova narrativa 2023) es, sin duda, del primer grupo de textos.
Y vaya por delante que en cuanto a lo segundo también hay algo que decir por lo original y distinto de la forma (lo cual reseñaremos más adelante) pero lo verdaderamente atrayente, lo que hace que el que pasa por sus páginas se sumerja y no quiera salir de la narración que se nos relata hasta palpar el desenlace es el puro contenido de lo abordado.
Y lo es por varios motivos distintos:
En primer lugar por la temática que aborda, un asunto que nos atrae como todo aquello que se mueve en los límites de lo prohibido, de lo sincrético, del hermetismo, aquello que existe en el ideario de las personas que creen ciegamente en ese otro espectro de nuestra existencia, allí donde habita el espíritu, en el más allá de lo tangible.
En ese espacio interior del mundo (como diría Rilke) que se expande alrededor de nuestras tradiciones y dispara los miedos y el respeto a partes iguales todo es posible. No es de extrañar, por lo tanto, que en dicho tablero de juego puedan cohabitar las fuerzas contrapuestas de las distintas creencias y que por lo tanto, sea la casa de los santos, las brujas, los espíritus o las deidades blancas o negras moviéndose a sus anchas por los dos planos confrontados de lo racional y de lo mágico que forman parte de cada Ser Humano.
En El muladar de los muertos, se habla de todo eso en un contexto verdaderamente propicio para ello, el de la España del siglo XVII, un período histórico que pasa por ser una especie de momento umbral, un espacio y tiempo transicional donde confluyen los estertores de una época en la que el pensamiento mágico-religioso gobernaba con puño de hierro el devenir del mundo, y que daba comienzo con la Edad Media, y otro en el que la ciencia y los avances que la misma empezaban a procurar a la vida de las personas (por ejemplo en la Medicina moderna), va a adquirir una nueva dimensión en ese período conocido como el siglo de las luces o Ilustración que vendría una centuria después.
Y todo eso se ve a través del análisis de los personajes que en la trama se hilvanan, una suerte de portavoces de la sociedad del siglo de oro español.
En esa cuadratura, sobresale la presencia de una dama negra, la figura preponderante de la Historia, Mariana Domínguez, una de las esposas de Satán que tantas leyendas contaban los hombres y mujeres del pueblo llano: de día mujer con todos los oficios posibles que uno pudiera imaginar, de noche, y ya con la desinhibición abierta en canal como su sucios harapos que llevaba por ropa, dada a la brujería y los conjuros donde el maligno, el sexo y las falsas expectativas de curación abrazaban con sus brazos lascivos y sus ardientes piernas a cualquiera de sus ignorantes víctimas.
En el otro extremo, la Iglesia y todos sus ministros, las voces autorizadas para la sanación del cuerpo y del alma de los desdichados así como a los preceptores de la estricta moral judeocristiana de la época, es decir, La Santa Inquisición.
Y en el punto equidistante, aquellos hombres como don Bartolomé Quijano, capaces de sanar a los enfermos gracias a sus dotes y a sus manos entrenadas en esas nuevas artes curatorias de la nueva medicina.
Sin duda, una de las cosas más reseñables de la novela es esa justa contraposición de ideas que unos y otros llevan colgando de sí como si fuera una de las sombras alargadas que nacen de los rincones de ese sombrío Cáceres de intramuros y de sus arrabales.
Y es que la ciudad cacereña es un personaje más de la obra: sus rincones, tanto aquellos que son más evidentes para los que la conocemos de sobra como son la iglesia de Santa María la Mayor o la casa del Obispo incrustadas ambas en su inefable parte antigua, como otros más recónditos y hasta ahora desconocidos por estar repartidos en sus inmediaciones tales como la fuente del concejo o las ruinas de Zamarrías, se hacen notar y sobre todo, sentir.
Y en ese sentimiento profundo rezuma siempre un aurea de misticismo que viene a complementar la imagen que cualquiera lleva dentro tras los paseos nocturnos por las empedradas calles en donde una vez habitaron marimantas y brujas venidas del averno.
También son notables los guiños históricos a una sociedad que en el entorno de la villa, se aglomeraba y vivía siempre en función del estrato de cuna de sus habitantes, con sus Golfines, Sandes o Godoyes ocupando las mejores moradas en el interior de la muralla, y el resto del pueblo llano resistiendo a los avatares de la escasez en las afueras de esta.
Tan sólo podemos encontrar unos pocos puntos de unión entre todos ellos y que trasciende los linajes que unos y otros portan dentro de su sangre: el miedo a la muerte, la superstición y las enfermedades propias de la aglomeración y de la falta de higiene del entorno urbano en todo su conjunto.
En lo que respecta a las formas, cabría destacar la estructura en la que se organiza todo lo que se quiere decir: en ese sentido, hemos de indicar que El muladar de los muertos, no es una novela al uso. En honor a la verdad, sería más conveniente definirla como un punto intermedio entre la Novela y el Ensayo por tal y como se estructura el contenido, con largos párrafos explicativos repleto de detalles imbricados entre los diálogos y las descripciones propias de las historias que se narran, lo cual y según el tipo de lector, puede agradecer más que las impertinentes notas a pie de página que muchas obras de este tipo sostienen, y que hacen perder la dirección en la lectura. Además, es reseñable el diccionario de consulta aportada como anexo en donde aparecen multitud de tecnicismos que vienen a complementar la rigurosa información dada, sustentada por una importante base de fuentes consultadas que se referencian al final del libro.