Donde nadie dirige la mirada
Fernando Fiestas
Accésit Premio de Poesía Vitruvio, 2023
Ediciones Vitruvio, 2024
62 páginas.
La búsqueda de la verdad
Fernando Fiestas es uno de los nueve Accésit del Premio de Poesía Vitruvio 2023 con el poemario Donde nadie dirige la mirada. Un dato importante para comprender este libro es que el autor es doctor en Bellas Artes y un pintor situado en el Realismo y la Nueva figuración. Y es interesante saber, también, que en esta faceta artística su trabajo intenta evitar tópicos y buscar la reflexión a través de la búsqueda de la comprensión del mundo a través del simbolismo. Y es que la naturaleza de Donde nadie dirige la mirada es similar a un cuadro, con el que el autor intenta por todos los medios que el lenguaje poético permite, encontrar una explicación, un entendimiento del mundo que él concibe como sugestivo, profundo, complicado y terriblemente doloroso, siempre desde un punto de vista humanístico.
Fernando Fiestas confesó una vez, en algún lugar, que sus primeras lecturas poéticas fueron los simbolistas franceses ((Sthephan Mallarmé, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire). Es curioso que sea en este libro en el que su poesía, creo, se ha inundado más del simbolismo que en casi toda su obra. De hecho, éste es un libro distinto, comparado con los que anteriormente ha escrito. Hay una sutil, pero significativa diferencia: el lenguaje está más deconstruido mediante el artificio poético, lo que le hace, formalmente, más complejo y le aporta una definición emocional muchísimo más afilada. Como buen pintor, en la lectura se puede percibir la voluntad concienzuda y exhaustiva por desentramar los secretos de nuestro mundo, el humano, el que nosotros creamos y en el que sobrevivimos. Es un libro de pensamientos profundos. Fiestas también confesó una vez que entre esas primeras influencias estaba el poeta austrohúngaro Rainer María Rilke y parece que sigue su consejo al joven poeta en una de sus cartas cuando, aconsejándole no abusar de la ironía, le dice «Busque lo profundo de las cosas: hasta allí nunca desciende la ironía». El efecto es absoluto porque estos poemas viajan a lo profundo donde la ironía no tiene cabida. Sólo el análisis emocional y filosófico con la trama emocional que el autor le confiere. Nos lleva a esos lugares que pasan desapercibidos y que son difíciles de comprender. Esos lugares por donde pasamos de largo, sin detenernos a pensar en ellos demasiado, o a esos otros que están teñidos por el fatalismo de nuestra condición. Quizás por ello, en algunos pasajes o versos, se escapa esa fatalidad existencial que aflora fácilmente cuando se ahonda en el sentimiento sobre las grandes preguntas:
“Al llegar a casa nos vestimos de sombra”
(Semillas, VII)
Incluso se puede percibir algún amago nihilista:
Siempre habrá algún poeta con deje penitente
dispuesto a resumir en versos los castigos
a lo bello que niegan los despreocupados.
(Semillas, VI)
Desde luego, independientemente de la suscripción filosófica, lo que está claro es que el símbolo es el amo y señor de este libro. Por tanto, es un ejercicio delicioso su lectura. El símbolo no es una metáfora. Su atractivo como figura consiste en relacionar el término real (que es abstracto) con el imaginado (que no lo es). Y la poesía simbolista se vale de este principio activo para hablar del mundo y de nuestros problemas desde la emoción, desde la espiritualidad. A veces, se relaciona con lo onírico, pero no tiene que ser así por definición. Es una poesía que nos habla desde la subjetividad y lo intangible que posee el poeta que entiende las palabras (su materia prima) como el instrumento para comprender. Será bueno recordar las palabras de Jean Moréas (Joannis Papadiamantopoulos) en el manifiesto simbolista (1885): «El simbolismo es un enemigo de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y descripción objetiva”.
Evidentemente, hoy en día la poesía simbolista o simbólica tiene nuevos trazos y nuevas formas: el tropo, la sinestesia, el verso imperfecto, la imaginación, la espiritualidad. Todo eso está en este libro que afronta los ángulos muertos de la religión, la decadencia, la belleza, la historia o la naturaleza
Los cipreses subrayan las astillas de versos
con sus sombras delgadas
para que las sigamos.
Por generosidad
se olvidan de los frutos
en su aproximación hacia las nubes.
Y nos aguardan.
Acaso costurones en el lienzo del aire
que algún tigre furioso
rasgó con virulencia.
(Cercanías, IX)
Poemas como éste hay que leerlos más de una vez porque hay que disfrutar del texto, de la disposición del lenguaje para decirnos todo lo que nos quiere decir. Del mensaje que nos quiere transmitir detrás de ese espectáculo del paisaje. Porque es un paisaje. Somos capaces de verlo. Es una pintura, un cuadro que nos hace pensar y está dibujado con palabras.
Donde nadie dirige la mirada tiene cuatro capítulos, cuatro lugares: Desvelo, Cercanías, Semillas y Erosiones. Fernando va dibujando con versos su pensamiento y empieza haciéndolo con la muerte (de la idea, de la carne, de la esperanza, del egocentrismo del ser humano). Esto ocurre en el primer capítulo, Desvelo, con un solo poema define la trayectoria de su pincel. Cercanías, el segundo capítulo, desgrana el yo, el interior: la infancia, la vejez, la fugacidad y la fatalidad, la impotencia ante el tiempo. Y nos dice:
Como si el paralaje entre las rutas
nos marcase en los ojos nuestra triste deriva.
(Cercanías, XII)
Semillas es el tercer capítulo. Aquí, la reflexión alcanza la esfera de lo social con una meditación profunda sobre asuntos universales, que nos afectan a todos: la herencia histórica, tan importante para Fernando, el origen de todo en la cuna griega, lo que somos, lo que nos mediatiza, la religión, la desesperanza en la acción humana, nuestra ceguera:
Con ceguera convulsa,
como somos nosotros sin preocupaciones.
(Semillas, II)
Y, por último, Erosiones, el último tramo del libro, donde el poemario alcanza su hito más dramático. Es una conclusión en la que se nos pone en bandeja el espejo, tan necesario y tan olvidado, para que seamos conscientes de que la reflexión es necesaria y de que la realidad a la que nos vemos abocados está ahí por múltiples motivos que han sido inevitables y nos dirigen hacia una nada existencial como especie y como individuos.
Todos somos palabras,
promesas incumplidas.
(Erosiones, VIII)
Es éste un poemario de factura exquisita, escrito con un estilo muy poco común en estos tiempos. Es una poesía que requiere detenimiento en cada uno de los poemas porque el nivel de abstracción es importante. Eso, quizás, lo convierte en un libro complejo, pero muy estimulante. Además de la abstracción que produce la estructura lingüística, el hecho de que el autor sea un gran artista plástico, define también este libro con retazos de relación que se encuentran según se avanza en la lectura.
Por otra parte, es un libro que contiene un mensaje que parte de elementos muy dispares, esos lugares recónditos donde nadie dirige la mirada, pero que confluyen en un mismo punto, fruto del pensamiento del autor. Un punto que es universal y que afianza la idea sobre la búsqueda de la verdad del artista o del poeta mediante la tensión artística del medio: «La representación de la realidad no puede conformarse con un solo significado para ser trascendental”, según palabras del autor.