septiembre de 2024 - VIII Año

‘Año sabático o la novela de un ocioso’, de José Manuel Benítez Ariza

Año sabático o la novela de un ocioso
José Manuel Benítez Ariza

Editorial Polibea, 2024

Voy a comenzar esta reseña contradiciendo al propio autor. Este libro no es una novela. Al menos yo no he leído una novela, he leído un diario. Y, por cierto, un buen diario. El autor, en el prefacio titulado Primera o última, ya nos advierte del dilema que tendrá el lector ante el ambiguo género otorgado al texto. Benítez Ariza quiere haber escrito —montado, compuesto— una novela pues toda construcción narrativa donde se administran diversos géneros, temas, hilos argumentativos, tramas y personajes será una novela. Y es que, sí, la novela lo aguanta todo. Todo puede ser novela. Y uno puede estar de acuerdo con el autor que en la página 749 confiesa su gusto por «armar libros diversos con textos que tuvieron su origen en el elusivo formato de un diario».

En fin, qué más da. Sea novela, diario, crónica, este Año sabático es gran literatura. Pero como a mí me agradan los diarios celebro el texto —y así lo reflexiono en esta reseña— como un diario.

Contradigo de nuevo al autor —cuánta vanidad en este nuevo desafío— en que este libro sea el objeto creado por un ocioso. Si bien es cierto que el diarista parece alejado de un trabajo obligado (el concepto romano de neg-otium), y remunerado, no deja de aparecer ocupado en las actividades más diversas: escribir, leer, presentar libros ajenos, asistir a exposiciones, visitar amigos. Es, decir, el diarista vive la vida y, por eso, la narra. Alguien lo dijo de otro modo: «Aquel que no hace nada en su vida escribe que no hace nada y, de ese modo, no obstante, hace algo». (Blanchot, El libro por venir)

El propio autor se para a reflexionar sobre el acto de escribir un diario: «No es que vida y escritura sean, como dicen algunos biempensantes del vitalismo per se, inversamente proporcionales. Hay vida que te aleja del cuaderno, sí, pero lo que deja a cambio no vale lo que el cuaderno por sí mismo elige para sí y cree digno de preservar. Ni tampoco es que escribir te quite de vivir. Vives escribiendo. Lo otro es pasar los días». (p. 270)

El diarista-narrador de Año sabático no para de hacer porque no para de escribir y de «salvar la vida mediante la escritura» (Blanchot). Como en todo buen diario, el lector se acomoda al autor, a sus días, a sus reflexiones, se desvía por los mismos senderos interpretativos. Podría ser, también, que uno (el lector) no congeniara con el espíritu del diario, es decir, que el autor no “cayera bien” al lector. Uno ha leído diarios así, en los que el diarista no se convierte en “amigo” del lector y este, durante y tras la lectura de cada jornada, no se iría a tomar una copa con el autor. En ese caso no pasa nada, leemos el diario con otra distancia, claro, pero con el mismo interés pues es como cuando en una novela nos adscribimos a un personaje sin necesidad de compasión.

Dicho esto, con el diarista de Año sabático, uno (yo, el lector) sí me iría a tomar una copa y a cruzar unas palabras. Eso sí, con más sosiego que en el diario, pues Benítez Ariza no para, no tiene apenas sosiego: visitas, viajes, caminatas, celebraciones, actos poéticos. (Confiesa uno que no sería capaz de seguir tanto ajetreo artístico-festivo). La mirada, esa sí, la mirada del diarista es sosegada, certera, reflexiva. En este diario se contempla la naturaleza, los fenómenos meteorológicos, la arquitectura, los sonidos, lo humano. Todo forma parte de lo narrado, de la crónica de cada jornada. ¿Es todo eso insignificante? Quizá, pero de nuevo Blanchot nos rescata: «el interés del diario reside en su insignificancia. Esa es su inclinación, su ley».

Leer un diario es irse a vivir un tiempo a otra realidad, la del escritor que vive lo que escribe. Uno tarda en leer un diario mucho menos de lo que el diarista lo vivió, día a día, y lo plasmó, línea a línea, en su cuaderno. Uno (yo, el lector), ha tratado de demorar la lectura para no “devorar” un año de vida en unos días. He tratado de acompasar la lectura al paso de las jornadas. Me he quedado a “vivir” en este diario como quien visita a un amigo y se deja llevar por su rutina. Si bien he de confesar que habría preferido una estancia más corta.

Conjeturo que el afán del autor por convocar la naturaleza novelesca de su texto ha alargado la obra. Al lector (del diario) le habría satisfecho otra longitud, menos páginas; que el tiempo pasara más rápido; hacer de la estancia con el amigo diarista una más festiva e intensa convivencia breve.

Con todo —la contradicción sobre el género, la longitud de la obra—, uno sale satisfecho de la lectura. El estilo, el lenguaje, los hilos argumentales, las digresiones ensayísticas…, todo confiere al Año sabático de Benítez Ariza el esplendor de la buena literatura. El autor —lo digo ahora, apenas ante el cierre de esta reseña contradictoria— es poeta, novelista, crítico literario, columnista en prensa, fino dibujante. Bien, esto se nota. Se nota en la mirada, en los detalles, en la curiosidad del observador, en el matiz de lo reflexivo, en la lírica de las descripciones.

Confieso que esta es la primera obra del autor que leo, pues no lo conocía hasta que me hice con su diario en la Feria del Libro de Madrid. Pues bien, no será la última, por mor del grato resultado de esta Novela de un ocioso concluida.

Ha llegado agosto en el final del diario y en la realidad de esta reseña. Ha pasado un año en aquel y unos minutos en este texto imperfecto. Sin embargo, me adhiero a una de las últimas frases de Año sabático: «Si el año tiene una cumbre, es esta».

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