Sueños de un mediodía de verano
Yannis Ritsos
Acantilado, 2023
Si el poeta dice (si el poeta piensa), si el poeta escribe: “Hacemos anillos de flores y nos desposamos con los árboles, con el aire, con el primer silencio” hemos de creerle; necesariamente hemos de creerle.
El poeta es un mago de los sentimientos, es un hacedor de sentimientos, es un soñador de sentimientos: y estamos tan necesitados de sueños, ahora en que vemos cómo, lamentable, progresiva y lentamente se van desgranando (se van degradando) las palabras para quedarse en meros esqueletos de cosas…
“Por las tardes las acacias se asoman por nuestras ventanas y saltan a través del marco abierto, dejando olvidado en el jarrón un ramito florido”; sí lo sabemos porque así lo soñamos.
El poeta griego Ritsos, cuyo compromiso vital supuso a la vez un compromiso social tan amplio como solidario con la vida, tuvo tiempo, ay!, también, de hacernos compañía no cuando limpiaba las palabras y las unía en oraciones vitales y hermosas, sino para más adelante, cuando fuesen leídas, pues sentía un vínculo con nosotros, solitarios, que nos alumbra y acompaña.
Alguien ha escrito que leer es (debe ser) como rezar
Su vínculo con la realidad diaria, cotidiana, la más humana que considerarse pueda, queda reflejada con firmeza y convicción en esta hermandad de prosa poética que no permite la indiferencia ante su evocación: “Anoche dormimos acurrucados en el delantal de la primavera, apoyando nuestra cabeza en su corazón. Oímos en sueños el aliento de las aves y el latido de nuestro corazón.
Por la mañana, cuando despertamos, vimos al cielo caminar en nuestro dormitorio; picoteaba las migajitas de las sombras que se habían quedado en el suelo desde la noche anterior” Y concluye, tendiendo su mano armonioso-ecológica: “Un segundo, vamos a lavarnos y ya estamos”
La lectura, que, en su forma más fiel a nuestro interior ha de tener ese algo de oración -por ello mismo posee la condición noble de la compañía sentiente- es, o ha de ser adoptada como un lazo amistoso y un bien.
Es una suerte, pues, en tiempos de tan larga y desleal zozobra, topar con libros como éste que, si bien breves en su forma y extensión, resultan al final de honda raíz como las hermosas flores que, solitarias en la colina, ofrecen aroma y color por su humildad y entrega
Y este libro viene pleno de esas flores sencillas: “Antes hacíamos nuestros deberes, rezábamos nuestras plegarias y repetíamos que dos más dos son cuatro.
Ahora, dos flores más dos rayos de luz no son cuatro, son nuestra alma”