Iconos
Pedro López Lara
Ediciones Vitruvio, 2023
Colección Baños del Carmen, número 955
113 págs.
Si alguien aún no sabe de la fulgurante epifanía del ingenio poético de López Lara no tiene más que echar un vistazo somero a su apretado currículum de estos dos/tres últimos años. Como Julio César, bien podría el poeta hacer suya aquella frase de “Veni, vidi, vici”.
Veamos: el poeta Pedro López Lara —nombre absolutamente desconocido en los mentideros literarios hasta el año 2020— gana el Premio Rafael Morales de Poesía con el poemario Destiempo, que sería publicado al año siguiente en la acreditada colección talaverana Melibea. Hago un inciso: es pertinente sospechar si con el título del libro —Destiempo— el autor ya nos anticipaba uno de los rasgos distintivos de su poética: el sarcasmo.
Bien, acto seguido dará a la luz su segundo título, Meandros (primer libro publicado por el sello Ediciones Vitruvio en su prestigiosa colección Baños del Carmen). No contento con eso, un año más tarde el autor vuelve a la carga con otros dos poemarios excelentes —Dársena (en Ediciones de La Discreta) y Escombros (de nuevo en Vitruvio)—. Sin solución de continuidad, López Lara, tras recibir el Premio Ciudad de Alcalá de Poesía 2021 por Museo, se apresta a publicarlo con Huerga y Fierro. Luego llegará Filacterias, en Ediciones La Palma.
Y ahora, —no satisfecha aún a lo que se ve la colosal inquietud editorial del autor— nos sorprende con otra nueva entrega más de su ya copiosa producción poética que atiende al título de Iconos, otra vez con Vitruvio. ¡Y son siete libros ya!
Un servidor —y el mundo poético, entiendo— no sale de su asombro ante tal prodigalidad que en ningún caso juega en detrimento de la calidad de su obra, sino que más bien al contrario le ha ido cimentando una reputación envidiable.
Pues bien, más allá de los innegables logros del poeta, vayamos al libro que hoy nos ocupa.
Llama la atención que su título —Iconos— reincida en su pertinaz invocación a una sola palabra —trisílaba por más señas, como en la mayoría de los casos— para etiquetar el conjunto lírico que nos promete y que, en su certero laconismo, es ya una marca de fábrica del poeta. Desde luego, el quehacer literario de López Lara rehúye lo pomposo, el circunloquio innecesario, la acrobacia verbal como justificación última del hecho poético. Si habláramos en términos gastronómicos, podríamos entender cómo el poeta se ha desentendido del suflé para ocuparse del ramequín con austeridad de bodegón zurbaranesco.
Dicho esto, Iconos viene a ser una prolongación de su memorable Museo, al que antes me he referido, por cuanto en su concepción ambos poemarios son similares.
El libro se articula —en una suerte de vitrina de memorabilia— en cinco compartimentos o secciones temáticas, que remiten a reconocidas obras cinematográficas, pictóricas y literarias o reflexionan sobre tópicos mitológicos y poéticos. Disciplinas en las que el autor despliega sus amplios conocimientos como avezado lector y como agudo cinéfilo que es. Atendiendo al argot cinematográfico, Iconos bien podríamos decir que es una afortunada secuela de Museo.
En cuanto a su título —aunque la RAE le atribuya al sustantivo “icono” cuatro acepciones afines pero discernibles—, al autor imagino que el término le interesa desde el punto de vista semiótico en su acercamiento al signo como representación.
La primera parte del libro (‘Cine’) consta de 32 poemas; la segunda (‘Pintura’) de 28, la siguiente (‘Literatura’) de 14 y, por último, la cuarta (‘Mitologías’) y la quinta (‘Poéticas’) tienen 10 y 7 poemas, respectivamente. Cabe preguntarse si en esta secuencia numérica descendente, que sin duda ha cautivado al poeta, este nos brinda también una sexta sección inexistente —que naturalmente ya no tendría ningún poema—, lo que, en su evidente extinción (que culminaría la citada secuencia) bien podría alentar una lectura abiertamente metafísica en su desnudez. Nos viene a las mientes la mítica pieza musical “4′33″ (cuatro, treinta y tres) del eximio John Cage, donde imperaba un silencio sepulcral durante ese tiempo.
Asimismo, se nos antoja que la serie, si bien no atiende a un patrón numérico fácilmente reconocible, sí que sugiere un valor nouménico en el sentido kantiano que no excluye lo fetichista, por cuanto el “32” nos consta que es el guarismo que acompaña al poeta Pedro López Lara desde siempre (como es preceptivo en el mundillo periodístico, evitaremos revelar las fuentes).
Por otra parte, las referencias culturalistas de los poemas no deben despistarnos, no nos podemos quedar en la superficie: lo metaliterario, lo metapictórico o lo metafílmico le permiten al poeta hablar de lo que le preocupa y sólo de lo que le preocupa. A saber: “La existencia en suma y su complejo acontecer”, como brillantemente ha escrito el también poeta Javier Olalde, buen conocedor de la obra de López Lara. Así, “el intenso trasfondo existenciario propio del autor, lírico a veces, distante e irónico otras, pero siempre lúcido y con ese decir abreviado y preciso de poeta esencial y hondamente humano”, de nuevo en palabras de Olalde.
Llegados a este punto, en vez de seguir los poemas de las diferentes secciones del libro, optaremos por partir de la última parte —que, a pesar de ser la más escueta o precisamente por ello, y por estar consagrada a la Poética, nos puede dar claves a la hora de adentrarnos en el corpus poético de este Iconos—. Todos los poemas de esta última sección —a modo de epigramas— tienen un carácter aforístico y por ello nos pueden servir como exordios a otros tantos poemas de las anteriores secciones del libro que nos parecen paradigmáticos. Estableceremos, pues, un diálogo entre unos y otros, para que nosotros permanezcamos callados.
El primer poema de ‘Poéticas’, titulado ‘Las palabras y las cosas’, en su único verso —como bíblica sentencia sapiencial en su contundente afirmación— nos alecciona: “Nada de lo real quiere ser dicho”. Declaración de intenciones en sí misma que viene a apoyar lo que antes defendíamos: la apuesta por lo prístino del poeta, más allá de su inteligente recurrencia a argumentos, temas o tramas fílmicos, museísticos o narrativos. El verso, en su parquedad de epitafio, conecta con uno de los dos poemas de la primera sección dedicados al film de Alain Resnais El año pasado en Marienbad, que dice así: “Todas las voces en off, aunque anteriores, / nacen en Marienbad, / en un hotel vacío / en que la propia voz es un espectro más”.
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El segundo poema de ‘Poéticas’ replica el tono de otro poema de la segunda sección. Titulado ‘Poética del poema breve’, dice así: “El poema breve ha de tener, o insinuar, / trastienda larga, / un mostrador estricto en el que brille / alguna joya falsa, pero tal vez letal, / y en la puerta un letrero que disuada de entrar”. El poema ‘Caravaggio’, en ‘Pinturas’, antecede en su sobriedad al que acabamos de leer: “Sus últimos cuadros son miradas. / En el último, la del verdugo, bajo la cual no hay nada”.
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Con el tercer poema de ‘Poéticas’ —‘Versos libres’, que juega con la polisemia—, el autor nos entrega el “ábrete sésamo” de su cripta, donde habita un sabio escepticismo: “Cuando nada nos queda por decir, / puede el poema desahogarse y hablar claro, / decir lo que tenía que decir, / lo que era solo suyo y ha callado”. Consecuentemente, en la tercera sección —‘Literatura’—, al socaire de Shakespeare podemos encontrar el poema ‘Príncipe, concéntrate’, que no puede ser más oportuno en este sentido: “Céntrate en la venganza. / No disipes tu tiempo ni el del muerto / con importunas reflexiones. // No dilates las muertes”.
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La cuarta sección, ‘Mitologías’, puede dialogar con el cuarto poema de ‘Poéticas’. Entresacamos de este, de título ‘Inhumanos y puros’, un fragmento que reclama la autonomía pirandelliana de la materia poética: “Versos que sean por sí mismos y no tengan / apetitos ni tampoco nostalgias”. La respuesta la podemos encontrar en el primer poema de ‘Mitologías’, que —bajo el título de ‘Para que la Odisea exista’— dice: “Un hombre relegado en una isla, / tal vez un viejo héroe, después de muchos años / es requerido ahora. Al parecer posee / el talismán que abre las puertas del poema”.
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Ya en esa secuencia numérica descendente que vamos siguiendo de la mano de los poemas de la última sección del poemario, llegamos ahora a esta, la quinta, que nos ha servido de contraste radiológico —discutible prueba del algodón— para establecer una dialéctica —arriesgado juego de espejos— con las precedentes.
En estos momentos no cabe, pues, más que una opción: que esta parte —a punto de su eterna consunción en el vacío— dialogue consigo misma en la inevitable dualidad Poética/ Metapoética.
Si seguimos este criterio, el poema ‘Baile precoz’ no podrá ser más elocuente: “La poesía nos invita / no a imaginar mundos mejores, / sino a bailar en este, / a ensayar con dignidad los pasos y los ritmos / de esta alegre y feroz, frenética, / danza temprana de la muerte”. Le servirá, pues, de réplica el siguiente poema de la misma sección titulado ‘Circuito del poema’: “Vaticinado por el primer verso / e íntegramente recordado por el último, / en un vaivén que se reconoce a sí mismo / al transitar los versos intermedios”.
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Y ya nos queda tan solo el poema final que, en su deliberada orfandad, no tendrá más remedio que bailar consigo mismo para reconocerse en su solitaria universalidad totalizadora. Su título, ‘Poemas’, no deja lugar a dudas sobre sus intenciones. Leemos: “Los conté: estaban todos”. El poeta López Lara —encarnando al demiurgo que un día soñara Arnaldo Amalric, inquisidor de la cruzada albigense— nos lanza una solemne cuchufleta desde la última página del libro: inquietante ventana que se abre ante un majestuoso abismo donde el silencio se puede cortar con un cuchillo. Como escribiera el filósofo Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, de eso es mejor callar”.
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