noviembre de 2024 - VIII Año

‘Haciendo tiempo’ de Jesús Munárriz

A propósito del último poemario de Jesús Munárriz: Haciendo tiempo

Haciendo tiempo
Jesús Munárriz
Huerga & Fierro Editores, 2023
98 págs.

Creo yo, Sócrates, que, para un hombre, parte importantísima de su educación es ser entendido en poesía.1 
Platón, Protágoras

El presente texto discurrirá por cauces enumerativos, que he empleado ya en alguna ocasión.

1. El título. Cuando un poemario es excelente, y el último de Jesús Munárriz lo es, conviene que la excelencia comience en el título. Así sucede en este caso. Haciendo tiempo es un título polisémico, referible a la vez a la vida —que consiste exactamente en eso, en ir haciendo o acumulando tiempo— y a la poesía, en la que el tiempo, manifiesto en forma de ritmo, resulta esencial —como “palabra en el tiempo” la definía Antonio Machado—.

Pero la riqueza del título no acaba ahí. La locución verbal hacer tiempo significa ‘ocupar el tiempo en alguna tarea mientras aguardamos que acontezca algo’. Lo distintivo en nuestro autor es que la tarea en la que él ocupa el tiempo, su tiempo, mientras espera lo que a todos nos espera, es un quehacer relacionado de diversos modos con la poesía: con su confección, traducción, edición o publicación. El gerundio (haciendo), por otra parte, provee a la locución del valor de acción en su transcurso; cada momento de la vida es un momento en gerundio, y lo que con el uso de esa palabra parece querer decirnos el autor es que, aunque tal momento corresponda a una edad avanzada, no por ello va a resignarse a considerarlo una especie de colofón o desenlace, sino que piensa continuar haciendo lo que ha hecho toda su vida: tiempo, y no cualquier clase de tiempo: tiempo pleno, como lo es si hablamos de Jesús Munárriz el dedicado a la poesía, propia o ajena.2

2. Los temas. De los muchos temas que se tocan en el libro, a mi juicio los básicos son dos, precisamente aquellos a los que apuntaba el título: el tiempo vital —su despliegue y la vejez a que aboca— y la poesía.

2.1. El tiempo y la vejez concurren en varios poemas del libro: en “Visitas”, donde los muertos reviven y acompañan “con naturalidad” al autor (“Últimamente me andan visitando / los amigos difuntos”), quizá, llega a sospechar este, como una premonición (“¿Pretenden avisarme?”); en “A una poeta semijoven” (repárese en la pulla irónica del título, que se confía de manera eficaz a una sola palabra, semijoven, cual dardo que en lugar de lanzarse se deja caer con displicencia), texto en el que el poeta acredita su edad, como quien ostenta un trofeo conquistado: “Yo soy, sí, ya mayor, / incluso muy mayor, como prefieras, / he tenido la suerte de llegar / a los ochenta y uno; / pero estar, estoy bien, en buena forma / mental y corporal. / Estoy divinamente, / aun siendo ateo”; vinculados al motivo de la memoria, en “Nocturno” (“Inesperados visitantes / recobran vida en el cerebro, / rostros añejos entrevistos / en los jardines del recuerdo”), “Ellos sabrán” (“En cuestión de recuerdos / yo no le llevo a nadie la contraria: // Nos vimos en un sitio donde yo nunca he estado, / leyó mi traducción de ese poeta / que nunca he traducido”) y “Con solera” (“La memoria prefiere / recuerdos con solera”); asociados a las muertes de amigos o conocidos, que el lector intuye de una edad similar a la del poeta, en “Chequeo” (“—Estás como una rosa —le dijeron / tras realizarle análisis y pruebas / […] // Pues tres días después / […] / le dio el infarto […]”), “Dos encuentros” [“Quedó el libro, pero él / se nos fue de inmediato / (el páncreas, dijeron”)] o “Sí, lo era” (“Fue agudo, mala leche, / ocurrente, soberbio, / algo autopropulsante, / descarado, incisivo, / barroco, / barrenero. / Se lo llevó el cangrejo”); incubados en los “materiales” que dan título a la sección III de la obra: “Cimiento”, texto afín al motivo de las ruinas, tan frecuentado por la poesía áurea (“Engarces, cicatrices / que un brumoso futuro / lejanísimo / pero tenaz e inevitable / dejará al descubierto / o asumirá sin queja / cuando no quede nadie para dar testimonio / de su insistencia, pese a todo efímera, / de su definitivo deterioro”), “Aguas”, de nuevo en relación con un motivo clásico, el heraclitiano fluir de todo (“Fusionadas en la corriente única / se encaminan unidas a su provisional / destino: el río, el mar, / a su eterno retorno a la nube y la lluvia, / a nuevos horizontes, / a su fluir sin fin”), “Fuego”, metáfora del tiempo que devora cuanto erigió (“elimina, consume, devora cuanto alcanza, / reduce a llamas, humo, pavesas y cenizas / cuanto lo cobijó, lo hizo posible, / lo dotó de poder, de esplendor, de energía, / lo creó, aun a sabiendas de que, pasado el tiempo, / traería su ruina, / su destrucción, / su aniquilamiento”)3; en sarcástico diálogo con el comienzo del poema “Espacio”, de Juan Ramón (“Los dioses no tuvieron más sustancia / que Juan Ramón Jiménez. / Ni hicieron mejor caldo” [“Sustancia”]); como prolongado preludio de un desenlace unánime (“La vida rara vez es justa. // Sólo en algo: se acaba / para todos” [“La vida”])4; o, finalmente, teñidos del estoico sentido del humor de quien sabe, por acaudalada experiencia, que malencararse con lo inevitable es absurdo: “Todo lo haces / —dices— / porque intentas / al final de tus días / ocupar / una posición cómoda. // Yo que tú / no me preocuparía. / El final es seguro / y, en cuanto a posición, / más cómoda, imposible: / horizontal, / perpetua” (“No te preocupes”).5

En relación con otra clase de memoria, la que se ha dado en llamar “histórica”, el motivo del tiempo resurge en “Hermanas” (“No sabemos qué hicieron con sus cuerpos, / dónde las enterraron. / Queremos que lo digan los que puedan saberlo, / que algunos sí lo saben, / y darles tierra al fin con dignidad”); en “Al fondo” (“y huesos muchos huesos / en las fosas / en que echaron los buenos a los malos / después de fusilarlos / hace ya ochenta años”); o, de modo eminente y rotundo, en el magnífico poema titulado “Una esquina”: “Ochenta y tres años no todo lo borran. […] // Dicen que olvidemos. Lo siento, no puedo. Hubo muchos muertos. / Y mucha maldad. Y mucha miseria. Fue una canallada. / Y los responsables murieron de viejos. Y dejaron hijos / y nietos. Y herencias. Todo bien atado. […]”.6

Párrafo propio, por su estrecha ligazón con la muerte, merecen los poemas que encabezan la última sección del libro, la reveladoramente titulada “Punto y aparte”: “Sus besos”, con ese posesivo catafórico que nos transporta hacia “la pelona” (“Ictus, derrames, infartos, / los besos de la pelona / se van llevando a sus novios, / que somos todos”); “Muertes de hoy”, que acaba con los versos de reminiscencia bíblica “Cada día su afán, / sus defunciones”, en los que la muerte se presenta como algo cotidiano y a la vez —por el momento, claro está— postergable; “(¡Quita, quita!) A los crédulos”: “Y más vale, más vale, porque la sola idea / de la inmortalidad resulta insoportable”; el citado “Con solera”, literal ajuste de cuentas con la vida: “La vida bien vivida / y la perdida: / las dos caras / de la misma moneda, / ya sin valor contable”; “Desde el balcón”, paródico poema en que el autor se propone pleitear con aquellos versos de Juan Ramón que afirmaban la pervivencia de los pájaros más allá de la de sus oyentes, en concreto del oyente que le preocupaba a Juan Ramón, él mismo: “Luego echan a volar y yo me quedo / sin interlocutores”, anticlimáticos versos que, sin negar la innegable realidad, repudian la angustia que acongojaba al grande pero quejoso poeta onubense con una pirueta genial: aquí son los pájaros los que se van y el autor quien se queda (aunque sin interlocutores); “Para una foto del autor”, donde se “visualiza” la distancia entre el instante en que la cámara capta la imagen y aquel, hemos de suponer que muy posterior, en que el captado se da cuenta de que lo ha sido también por el tiempo: “¡Cómo mienten las fotos, / hermano, cómo fingen / duradero lo efímero!”.7

2.2. La poesía. Debido a su condición de autor, editor y traductor de poesía, lo poético estaba obligado a hacer acto de presencia en los poemas de Jesús Munárriz. Es lo que ha venido ocurriendo en sus libros anteriores y es lo que ocurre en este. De hecho, una de las dos citas preliminares de la obra, la tomada del Quijote (“Todo es artificio y traza”), podría predicarse de la poesía, si asentimos a la idea que sobre ella expusieron los formalistas rusos: el poema como artefacto verbal. No es, desde luego, casualidad que el poemario empiece con un texto que constituye una poética y que, por su relevancia, reproducimos íntegro:

Gente rara

Somos gente rarita, los poetas,
capaces de matar por una errata
o de dedicar días a un epíteto.

Eso nosotros, los mayores; otros,
los menores, los jóvenes, los nuevos
no sé si afinan tanto o si prescinden

de bobadas, dirán. De precisión, replico,
argamasa de los mejores versos.
Si cuenta el qué, cuenta otro tanto el cómo.

Deslavazada hay mucha poesía
en los derrumbaderos del olvido
Sólo lo bien medido y calibrado,

si es cierto y justo y ágil y preciso,
fija y transmite a veces la belleza.
A veces. Y deslumbra. O ilumina.

El autor lleva a cabo en este poema una crítica hasta cierto punto benévola —la saña, el encono, el irreversible y platónico destierro, habrían sido no ya disculpados sino aplaudidos por quien esto escribe— de muchos supuestos autores de poesía actuales cuya producción difícilmente puede valorarse, al menos en lo que atañe a lo poético, pues es dudoso que satisfaga los requisitos que hacen de la lírica un género literario específico. Nos las habemos, por tanto, con un poema necesario en su justiciera denuncia de los falsos poetas y que podríamos adscribir a un nuevo subgénero: el del “compromiso poético”. Nótese, por otro lado, la manera concisa y exacta como se formulan, en el verso final, las dos funciones, solo en apariencia antitéticas, de la verdadera poesía: deslumbrar, iluminar.

Extraordinario es asimismo el poema “¿Quién?”, con su fingida perplejidad inicial (“Y eso ¿quién lo escribió? / ¿quién fuiste entonces? / ¿sabías qué decías? / ¿lo comprendes ahora? / ¿lo compartes? / ¿te gusta?”) y su definitiva contundencia (“No importa quién lo hizo. / Escrito queda”). En estos dos versos, concluyentes, Munárriz da la impresión de querer desentenderse y al tiempo desembarazarse de las numerosas y todo hay que decirlo no siempre superfluas zarandajas teóricas acerca del autor, el poeta, la “voz que habla en el poema”, el “yo lírico”, etcétera.

La sección IV (“Con una sonrisa”) incluye tres textos en que lo poético se entrevera con un muy conseguido sentido del humor. Son los titulados “Sustancia” (transcrito arriba, dada su relación con el motivo del tiempo); “Con xota”, donde lo jocoso —o “xocoso”— traspasa las convenciones ortográficas (“Don Xuan Ramón Ximénez / que xugaba a escribir todo con xota / habríase sentido / harto xodido en México. // Salvo en Guadalaxara, / en Xalisco, en Tixuana…”); y “Las erratas”. De este último, extenso e hilarante poema, que se adentra en los terrenos de lo paraliterario, bien conocidos por el autor, sería pecaminoso no aportar al menos algunos versos:

Otras son interesantes:
los vascos comunicantes,
los perritos industriales,
los pescados capitales,
la rueca de la fortuna
o los cuervos de la luna,
los ministerios gloriosos
o los misterios golosos.
¡Las erratas, las erratas!

[…]

Escapan de creadores,
correctores y editores;
son astutas, invisibles,
taimadas, imprevisibles;
no hay autor al que no irriten
ni revisión que no eviten
las etarras, ¡uy, perdón!,
las erratas, las erratas.

(Adviértase que en el segundo grupo de versos el autor asigna a las erratas los mismos rasgos que sirvieron a Carlo M. Cipolla para caracterizar a los estúpidos en su divertidísimo libro Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Y, en efecto, lo que más fastidia de las erratas es su intrínseca estupidez, la conciencia que tenemos de que sus terribles actos no obedecen a ningún tipo de inquina, sino a una involuntaria y errática “manera de ser”: sometidas a interrogatorio, alegarían sin faltar a la verdad no saber de qué les estamos hablando).

También tienen carácter metapoético los dos últimos versos del texto “¡Cómo reluce!”, en los que la palabra yo se refiere al propio Munárriz, en su faceta de editor, y él a un escritor que ha tenido éxito: “Y yo, con alegría y en silencio, / lo celebro con él”.

Lejos, demasiado lejos, nos llevaría indagar en las relaciones que la poesía contrae con el lenguaje. Limitémonos a constatar que en uno de los poemas del libro, “El truco”, lo poético se emparenta con lo lingüístico, en concreto con lo que los lingüistas llaman actos realizativos, esto es, aquellos actos verbales cuya mera enunciación da cumplimiento a lo enunciado. En los dos versos finales, el poeta se desmarca de tales conjuros, echando mano de su punzante sentido de la sátira: “Todo aquel que recite este poema / será llevado al cielo. / Así termina / sus versos una tal Antal, poeta india / contemporánea de san Isidoro, / puesta en cristiano por Jesús Aguado. / No es mal truco / para lectores crédulos”. Dos puntualizaciones: este texto es un ejemplo de lo que me atrevería a llamar “positivismo poético” de Jesús Munárriz, presente en muchos otros poemas suyos; segunda puntualización: la alusión un tanto despectiva a la poetisa india no acarreará pena de cárcel al autor, pues de la “contemporaneidad” de aquella con san Isidoro cabe inferir prescrito cualquier posible ultraje.

En “Provocación”, se diría que el poeta decide dar rienda suelta a algún tipo de furia, hartazgo o sublevada claudicación, acaso largo tiempo reprimidos: “¡Préndele fuego, anda, so incendiario! / […] / Chisporrotearán / los encabalgamientos. / Gotearán las rimas, / sus acordes. / Eso es lo que te gusta, ¿no? / ¡Pues fuego, dale fuego!”. La “invectiva lírica” emerge una vez más en “De gala”, ahora proyectada contra aquellos que embadurnan de grandilocuencia el vacío, lo inane: “Una desmesurada teoría de epítetos, / ensabanados como la compaña, / va escoltando la forma, si no sagrada, hueca, / que avalora y encubre y avala el abalorio, / más que abolido, reivindicado, / por quien con resplandores esconde sus vergüenzas”.8

Si el libro, como vimos, se abría con una poética, es otra, de título palmario —“Yo a lo mío (que es lo nuestro)”—, la que lo cierra. Copiamos aquí los últimos versos del texto, en los que se opta por un modo de hacer poesía que fue, con salvedades que no vienen al caso, pero sí irán a una nota9, siempre el del autor: “Yo sólo sé decir lo que nos pasa / en esta inmensa casa / misteriosa y plural; / no estoy por la labor, que inventen otros, / quedémonos nosotros / con la vida real”.10

3. Los tópicos del scripta manent y el puer-senex. A continuación, analizaremos por separado estos motivos. Baste consignar aquí que ambos se relacionan con el tema del tiempo, tratado en el punto 2.1; y que el primero de ellos podría considerarse la culminación y la íntima razón de ser del otro tema que ha ocupado nuestra atención: el hecho poético.

3.1. El scripta manent. Este tópico (‘lo escrito perdura’) tiene su quizá supremo testimonio en dos célebres versos de Horacio, referidos a la poesía (Exegi monumentum aere perennius) y a quien la ejerce (Non omnis moriar). Se trata de un motivo entrañado en la lírica de Jesús Munárriz, sin duda porque le concierne “constitutivamente”, habida cuenta de su dedicación multiforme, durante toda una vida, a lo literario, a lo escrito. Y no es un hecho banal que alguien escéptico respecto a otro tipo de escatologías haya sustentado a lo largo de los años y mantenga aún intacta su fe en esta singular forma de supervivencia.

El tópico puede hallarse en varios de los poemas que integran la obra, por lo común, y de acuerdo con su contenido, al final de los textos que lo incorporan: en los versos mencionados de “¿Quién?”, por ejemplo ( “No importa quién lo hizo. / Escrito queda”); en “Chequeo” (“Algunos apreciamos sus poemas, / tan vivos”); en “Dos encuentros”, de nuevo en versos ya transcritos, reiteración que avala la vecindad del tópico con los temas del tiempo y lo poético (“Quedó en el libro, pero él / se nos fue de inmediato”). El scripta manent no es, en definitiva, sino la baza póstuma de un jugador —la vida— que se dispone a abandonar la mesa de juego: de ahí que en el fondo no haya contradicción entre el subsistir de lo escrito y la descortesía devastadora de la muerte, a la que “lo que deja atrás / le importa poco” (“La vida”).11

3.2. El puer-senex. El tópico del puer-senex (literalmente, ‘niño-viejo’) procede del mundo clásico y fue muy transitado en la literatura latina medieval. El binomio juventud/vejez asoma en numerosos poemas de Munárriz y es el eje que articula un puñado de textos pertenecientes a un subgénero peculiar: la epístola de tono didascálico o parenético, dirigida a una persona concreta. En él se inscriben textos como “A una poeta semijoven”, que con distinto fin hemos citado antes, “A una poeta nueva” (de Y de pronto Rimbaud, Renacimiento, 2019) o “Instrucciones de vuelo” (Va por ustedes, Ediciones La Palma, 2009), poema que el escritor dedica a su hija Gabriela y que soporta sin inmutarse el parangón con el famoso “Palabras para Julia”, de José Agustín Goytisolo.

Lo que interesa aquí es ver cómo los dos miembros integrantes de esa pareja —la juventud y la vejez—, en principio contrapuestos, se funden a menudo en los últimos poemarios del autor, donde este gusta de presentarse a sí mismo como un anciano jovial. El tópico del puer-senex se manifiesta con claridad en unos versos reproducidos en el apartado 2.2: “Yo soy, sí, ya mayor, / incluso muy mayor, como prefieras, / […] / pero estar, estoy bien, en buena forma / mental y corporal”. Otras muestras del motivo son las contenidas en el poema “Desde el balcón” (“Me pían, les respondo / desde el balcón / piando más o menos a su aire. / Intercambiamos silbos, / platicamos. // No nos decimos mucho, sólo hola, / aquí estoy, sigo vivo, / yo también, / que tengas un buen día”) y en el soberbio “De viaje”: “Descorchó la botella, se sirvió, / lo miró a contraluz, lo sopesó, / lo olisqueó, lo respiró, lo hizo girar / en la copa, probó, lo degustó, / paladeó, lo dejó deslizarse, / se empapó, lo tragó, / siguió saboreándolo un buen rato, // y constató que todo estaba en orden / así desordenado, / que seguía valiendo jugársela la pena, / habérsela jugado” (convendrán conmigo en que hay en estos versos, en su moroso detallismo —que deja, sin embargo, entrever la cercanía de algo oscuro, de algo que, también morosamente, va aproximándose—, una majestuosa y nítida declaración de amor vitae)12. Repitámoslo: lo que caracteriza al motivo que estamos analizando es la presencia conjunta de la vejez colmada —orgullosamente asumida— y la jovialidad y el ansia de vivir que, por puro hábito, solemos entender incompatibles con aquella.13

4. Dos apuntes precipitados sobre la métrica y el estilo. La métrica: aparición de la rima cuando a ella o al autor se les antoja —aviso para navegantes líricos: la rima no está prohibida ni es un recurso arcaico utilizado por escritores desinformados del “arte nuevo de hacer versos”; ah, y tampoco es obligatoria— y riguroso manejo del ritmo, que Munárriz sabe insoslayable en poesía. El estilo: en líneas generales, distendido, desenfadado, incluso coloquial, en consonancia con los rasgos de su literatura que han destacado Francisco Javier Irazoki y Almudena del Olmo Iturriarte14; sin que ello impida la seriedad cuando las circunstancias la exigen (véase el poema “Una esquina”). El lector habrá verificado que cumplo mi palabra: dos breves apuntes es cuanto he hecho. Rindo así homenaje a la predilección del autor por el scripta manent, afiliándome a una de sus variantes: el scripsi quod scripsi.

Quedan examinados los aspectos que he considerado fundamentales. Concluyamos, pues; y hagámoslo por el principio: conviene, en efecto, “ser entendido en poesía”. No otra cosa que una prueba cabal de esa conveniencia es el último y espléndido libro de Jesús Munárriz.15

NOTAS (o “Haciendo memoria”)

1 Ἡγοῦμαι, ἔφη, ὦ Σώκρατες, ἐγὼ ἀνδοὶ παιδείας μέγιστον μέρος εἶναι περὶ ἐπῶν δεινὸν εἶναι (Protágoras 339a). El texto griego continúa así: ἔστιν δὲ τοῦτο τὰ ὑπὸ τῶν ποιητῶν λεγόμενα οἷόν τ’ εἶναι συνιέναι ἅ τε ὀρθῶς πεποίηται καὶ ἃ μή, καὶ ἐπίστασθαι διελεῖν τε καὶ ἐρωτώμενον λόγον δοῦναι. καὶ δὴ καὶ νῦν ἔσται τὸ ἐρώτημα περὶ τοῦ αὐτοῦ μὲν περὶ οὗπερ ἐγώ τε καὶ σὺ νῦν διαλεγόμεθα, περὶ ἀρετῆς, μετενηνεγμένον δ’ εἰς ποίησιν (“Quiero decir con eso que es preciso saber reconocer en las obras de los poetas lo bueno y lo malo, para distinguir lo uno de lo otro y ser capaz de dar las razones de ello a quien las pregunte. Las preguntas que voy a hacer ahora tendrán como objeto el mismo tema de nuestra conversación anterior, a saber, la virtud, pero trasladado a la poesía”).
2 La ambigüedad del título se da en otros poemas de Jesús Munárriz. Así ocurre en el muy extenso “Cuarentena” (publicado en forma de libro por Turner [1977]), donde la palabra hace referencia a un periodo de tiempo (“y desde lo más hondo / de aquella pirámide, / cuarenta años nos contemplan”), a la vez que presenta ese periodo –la dictadura franquista– como una especie de infección que contaminó la vida entera de un país, sometiendo a sus ciudadanos, o al menos a una parte considerable de ellos, a una cuarentena política y social.
3 La sección III del poemario (“Materiales”) guarda cierta relación temática, aunque no estilística, con algunos de los haikus escritos por el autor. Transcribo para ilustrarla un par de textos, contenidos en el libro Capitalinos (La Isla de Siltolá, 2018): “Viejas raíces / rompiendo el pavimento: / tenacidad”; “Rayos y truenos / sobre la capital. / Y, por fin, lluvia”.
4 En los poemarios de Jesús Munárriz el adverbio solo aparece por regla general con tilde (sólo); yo lo escribo sin ella (solo). Mantengo en este artículo los respectivos hábitos. El mismo criterio se aplica a los demostrativos.
5 Como es de suponer, las referencias al tiempo y a su transcurso son muy abundantes en la poesía del autor. Ejemplos de ellas se encontrarán en las notas 11 y 13, que tratan de los tópicos del scripta manent y del puer-senex, ambos vinculados con el tema del tiempo.
6 La política, lo social o, de manera más amplia, lo cívico, son asuntos de los que se ha ocupado el autor en muchos poemas y a los que ha dedicado dos libros: Los ritmos rojos del siglo en que nací. Un cuento triste (Hiperión, 2017) y el mencionado Cuarentena (ed. cit.).
7 La conciencia del fin próximo se da asimismo en estos versos de Los ritmos rojos del siglo en que nací. Un cuento triste (ed. cit.): “Llevamos ya unos cuarenta años, / cuando esto escribo, de siglo XXI; / yo me despediré pronto de él”; pero nótese que la melancolía implícita en ellos se ve atemperada por la esperanza que no abandona nunca al poeta y comparece pocos versos después: “Están abiertos los caminos todos / para esta especie nuestra / […] / Aún podemos lograrlo, / eso espero”.
8 Una crítica similar, agria al tiempo que bienhumorada, tesitura que el autor sabe conjugar con sorprendente destreza, puede encontrarse en el poema titulado “Gran histrión”: “El gran histrión se pavonea en público / con sus vistosas galas. / […] / Exhibe su esplendor y lo subraya / con su elevada parla. / Y hay, epatado, quien papanatea / ante su verbigracia. / […] / Cuando frente al espejo, luego, a solas / suelta bisutería, antifaz, / faramallas, / comprueba agradecido / que el moldeado rostro idéntica repite / la mueca de la máscara. / Y se sonríe satisfecho” (Artes y oficios, Hiperión, 2002).
9  Entre esas salvedades se cuentan determinados poemas hasta cierto punto culturalistas –pero de un culturalismo muy distinto del practicado por otros poetas, podríamos decir que entrañado, vivido, nunca ornamental–, poemas que a menudo constituyen estampas líricas de escritores que el autor admira y con los cuales ha mantenido una relación, como editor o traductor, “íntima”. Me estoy refiriendo a textos como “Silva” (Corazón independiente, Hiperión, 1998) o “Monólogo de Zimmer”, cuyo auténtico protagonista es Hölderlin (Otros labios me sueñan, Hiperión, 1992); y también podrían encuadrarse en esta subclase otros como “Javier” (Rojo fuego nocturno, Hiperión, 2009), dedicado a san Francisco Javier, personaje cercano vitalmente a Munárriz, dada la filiación navarra de ambos (recuérdese que nuestro poeta ha consagrado un libro entero a “lo navarro”: Y tan lejos de casa [Pamiela, 2022]).
10 En el caso de Jesús Munárriz las palabras vida y poesía son sinónimas. A nadie extrañará, por consiguiente, que el autor haya compuesto un buen número de poemas cuyo tema es la poesía. Cabe diferenciar tres clases: las poéticas propiamente dichas; las estampas poéticas, esto es, los poemas dedicados a poetas concretos; y un tercer grupo integrado por poemas que tratan de lo que he denominado “parapoético” (las circunstancias externas que rodean y con frecuencia agobian a lo estrictamente poético: publicaciones, presentaciones, lecturas poéticas y diversos saraos de mayor o menor, por lo común menor, ringorrango). Veamos a continuación algunos ejemplos de cada tipo.
Pueden considerarse “poéticas” los textos “Poesía, forma de vida”, con su postrera contaminatio sacroprofana (“poesía, forma de vida, / vuelve a nosotros esos tus ojos / verdes, surcados por las olas” [Esos tus ojos, Hiperión, 1981]); “Haz lo que quieras, pero…” (“Que lo que digas surja desde dentro / […] / y que tu propia vida / vaya manchando el verso con sus botas gastadas”, versos de valor casi programático que anuncian la que será voz distintiva del poeta [Esos tus ojos, ed. cit.]); “A una poeta nueva” (“Que los dioses antiguos del amor y la música / sonrían en tus versos / y que cierren el paso a los dioses malignos / del poder y la usura” [Y de pronto Rimbaud, Renacimiento, 2019]); “Pórtico” (“¿El origen del arte? ¿ El origen del hombre? / […] / la conjunción feliz de entusiasmo y oficio, / la mentira veraz, la técnica y el genio, / lo que del deterioro rescatan los humanos, / la creación gozosa entre el juego y el fuego” [Museo secreto, Monte Ávila Editores, 2012]).
Estampas poéticas son, entre otros, los poemas dedicados a Fernando Pessoa (“F. P.”: “Ojos de mosca, / miopes, múltiples, sabios, / tal vez casi del todo naturales / los de este lisboeta / de la calle mil nombres” [Esos tus ojos, ed. cit.]); José Asunción Silva (“Silva”: “alguien único, como José Asunción, / y además, para colmo, y por si fuera poco, / el poeta más grande de su tierra, / uno de los más grandes de la lengua… / no podía tener muchas salidas. / Ni en Bogotá ni en Buenos Aires ni en Madrid / había sitio para él hace cien años. / Claro que no, ni aquí ni allá, ni entonces ni ahora. / Un tipo así va a tener siempre entre nosotros / vocación de suicida” [Corazón independiente, ed. cit.]); Hölderlin (“Monólogo de Zimmer”: “A veces le visitan –no mucho, es la verdad– / y pasan por mi casa señorones o escritores famosos, / o señoritas interesantísimas / que le contemplan con respeto / y le piden poemas dedicados” [Otros labios me sueñan, ed. cit.]); Espronceda (“A José de Espronceda”, texto en el que cabe destacar unos versos que sintetizan el ideal poético del autor: “Del verso hiciste máscara y espejo, / invención y verdad, / mensaje y arte” [Y de pronto Rimbaud, ed. cit.]); o Borges (“Plainpalais”: “En esta ciudad libre, regulada y pacífica, / en este campo santo acogedor / pasará inadvertida una tumba argentina / con unos viejos versos en sajón / apenas descifrables” [Rojo fuego nocturno, ed. cit.]). Otras estampas de poetas se mencionan en la nota 11.
De lo parapoético se ocupan “Sólo uno” (“Lo declaramos ganador. / Y fue un acierto” [Y de pronto Rimbaud, ed. cit.]); y, de manera paradigmática, amén de brillante, el “Monólogo del poeta editor”, que tanto tiene de confesión, desahogo y amor por el trabajo bien hecho, y al que pertenecen estos versos: “Nunca sabré por qué azar o destino / me tocó ir de partero: / tantos hijos ajenos / que me hubieran gustado todos guapos y listos / y a veces eran tontos, y a veces eran feos. // […] / A las de los demás, más que a mi obra, / dediqué tiempo, afán, sabidurías. / E igual que el viejo ciego prefería ufanarse / de los libros leídos / antes que de los fruto de sus manos, / a mí también recuérdenme / más por los que edité que por los que escribí, / aunque éstos los tracé con mis mejores artes / y a algunos les gustaron” (Otros labios me sueñan, ed. cit.). Añádanse a estos ejemplos los versos sobre Silva y Hölderlin citados en el párrafo anterior.
En la unicidad del lenguaje como facultad natural exclusiva del ser humano hace hincapié “Cuando ni apenas–” [sic]: “pero decir, decir, lo que se dice / decir, el hombre nada más / y su extraño poder” (Camino de la voz, Hiperión, 1988). No deja de resultar interesante saber que el autor considera fruto de un “extraño poder” cuanto ha escrito y publicado, así como esto que están ustedes leyendo.
También, por último, lo poético puede servir de término de comparación para expresar el sentimiento amoroso, a veces en un registro de irónico y calculado retoricismo, como en “De poeta a poeta”: “Sabes –y sueles– hacer el amor / como el poeta construye sus versos: / con acordada mezcla / de pasión y sistema / […] / De poeta a poeta: / enhorabuena. / ¿Cómo podría hacerme / con tus obras completas?” (Esos tus ojos, ed. cit.).
11 El lector interesado en el devenir del scripta manent en la poesía de Jesús Munárriz puede leer los siguientes poemas, de los que selecciono en cada caso algunos versos representativos: “Quedar” (“Quedar, quedar, quedar, dejar un rastro / de que un día existimos, fuimos alguien, / vengarnos del callar definitivo / con este grito que llamamos arte. // Quedar, quedar, quedar, sobrevivir / aunque sea tan sólo unos segundos, / como enterrados vivos cuyas huellas / arañan la madera de la caja en que yacen” [Esos tus ojos, ed. cit.]); “Gotán” (“Y en nosotros revive / al releerlo. / Nadie, nadie tan vivo / como un poeta, un buen / poeta muerto”, en referencia al poeta argentino Juan Gelman [Y de pronto Rimbaud, ed. cit.]); “A José de Espronceda” (“Muchos la hicieron suya, y aún resuena / en la memoria colectiva”; el pronombre anafórico la del primer verso remite a la poesía de Espronceda [Y de pronto Rimbaud, ed. cit.]); “Lejos del ángulo” (“Con un poema como el suyo basta / para que recordemos a un poeta”; el poema: la “Epístola moral a Fabio”; el poeta: Andrés Fernández de Andrada [Y de pronto Rimbaud, ed. cit.]); “Silva”, peculiar por el hecho de que es el propio poeta protagonista del texto quien pronuncia las palabras en las que queda cifrada su memoria (“Dije / lo que tenía / que decir. / Queda escrito. // Iba en serio, / lo veis. / Con sangre / lo rubrico” [Corazón independiente, ed. cit.]); “Plainpalais”, donde asimismo es el personaje en que se centra el poema, Borges, quien habla (“De lo que fui, lo más está en mis libros, / lo guardan bibliotecas. / Guarde Ginebra lo que a nadie importa” [Rojo fuego nocturno, ed. cit.]).
Convendrá puntualizar que en la poesía de Jesús Munárriz lo perdurable no se limita a lo literario, como demuestran estos versos del poema “Corazón”, referidos al legado cabal que de sí debe dejar cualquier persona: “Así que procuremos / no ser del todo efímeros, / dejar algo que sea / útil a los demás, / algo de corazón, algo bien hecho” (Y de pronto Rimbaud, ed. cit.). Y también existe una supervivencia de los muertos en la memoria de los vivos: “Es bueno que los muertos / revivan en los vivos / que aún los quieren, / es bueno que los vivos / recuerden a difuntos / que quisieron” (“Aquellas ropas” [Y de pronto Rimbaud, ed. cit.]).
12 Hay algo en estos versos que recuerda al primer plano de Chaplin paladeando tembloroso la copa que sabe a muerte en la escena última de Monsieur Verdoux.
13 La pareja que forman los conceptos de juventud y vejez se halla en bastantes poemas del autor. Nos ceñiremos aquí a ejemplos extraídos de un libro reciente, pródigo en ellos (Y de pronto Rimbaud, ed. cit.): “Dos poetas” (“Entre un poeta anciano y una joven poeta / la relación es límpida / y sincera, y para ambos / muy enriquecedora”); “Os va tocando a vosotros” (“O sea que aunque ayudemos, / aunque echemos una mano / los mayores, / os va tocando a vosotros, / los jóvenes, arreglar / el viejo desaguisado / que os hemos transmitido”); “Como le pasó a él” (“Lo que vivió de niño lo recuerda de viejo, / lo recuerda y recrea / sin quererlo”).
Por lo que hace, sensu stricto, al tópico del puer-senex, véanse los poemas “Mamá”, en que se aplica a la madre del autor, lo que nos permitiría afirmar que se trata de un “tópico heredado”: “No se sentía vieja. Nunca se sintió vieja mi mamá, / que firmaba sus cuadros como ISA, / y se mantuvo siempre joven. Falleció / con más de ochenta años / siendo joven. Lo fue / hasta el último día” (Y de pronto Rimbaud, ed. cit.); el magnífico “Viviendo”, con su rotunda afirmación final de la vida, a modo de epifonema sobrio que, portador del sentido acumulado en el transcurso de los versos previos, puede prescindir de todo signo de exclamación (“Así que concentraos, / vivid a tope el tiempo que os toque, / no lo perdáis, ganadlo / trabajando, creando, disfrutando, / ayudando, riendo, / amando, celebrando, // viviendo, sí, viviendo” [Y de pronto Rimbaud, ed. cit.]; el último verso condensa en uno los dos que cerraban el poema homónimo publicado casi cuarenta años antes en Esos tus ojos [ed. cit.]: “viviendo, sí, / viviendo”, pero lo que en el poema antiguo precedía a esos versos –la enumeración de las tareas que configuraban una vida consagrada a la poesía y la edición: “años en el papel, / viviendo en el papel”– se vuelve en el “nuevo”, como hemos visto, gozosa y más abarcadora exaltación de la vida en sí misma, de la vida considerada ahora en todos y cada uno de sus prodigiosos aspectos); “La plaza vieja”: “¡Son tantos los olores que recuerdo, / reales y obstinados! ¡Son tantos los colores, / tantas las formas y texturas! / Aquel mercado viejo de mi infancia / en los años cuarenta, vegetal, animal, / abigarrado, / aún sigue vivo en mí cuando en Pamplona / pocos recordarán su algarabía, / su festivo bullicio ya desaparecido, / su mágica riqueza” (Rojo fuego nocturno, ed. cit.); “En todas partes desentierran muertos”: “Ahora, con ochenta y cuatro años, / vuelve a sus diecisiete / y en el bosque de Katyn / desentierra a su padre” (Va por ustedes, Ediciones La Palma, 2009); “Monólogo de Zimmer”: “–No es un huésped molesto, pese a todo. / Sólo es un niño grande […]” (Otros labios me sueñan, ed. cit.); y el crucial “Contigo”, en el que el poeta maduro, en los primeros versos, recuerda al joven que fue y que se mostraba perplejo y dubitativo acerca de la posibilidad de dejar de serlo, para rechazarla de forma nítida en los dos últimos, conocedor sin duda del virgiliano omnia vincit amor: “¿Alguna vez seré un señor mayor? / me preguntaba a veces / siendo joven, / sin verme en el papel. // Ahora que para ellas ya lo soy […] / ahora que ni me huyen ni les tiento, / ante ellas sí me veo / en el papel. // Pero contigo, amor, con quien comparto / tanto bueno […] // Contigo es imposible / no ser joven” (Sólo amor, Bartleby, 2008). Si hemos afirmado que este poema resulta crucial es porque en él se expresan de forma sucesiva la posibilidad de dejar de ser joven, la constatación de que se ha dejado de serlo y la negación de que tales cosas –dejar de ser joven, haber dejado de serlo– puedan ocurrir.
14 Irazoki, en la nota preliminar a Materia del asombro. Antología, 1970-2015 (Hiperión, 2015), habla de la “ironía libre de crueldad” y “humanista” del poeta; y Del Olmo Iturriarte destaca, ya en el título del libro que le dedica, la “cordialidad” que caracteriza su poesía: Jesús Munárriz: una poética de la cordialidad (Edicions UIB, 2009). Del Olmo Iturriarte nos ha dejado también unas palabras lúcidas y precisas acerca de cómo concibe Munárriz el oficio de poeta: “El poeta es un hombre cualquiera, como los demás, pero con un oficio que consiste precisamente en ver y en oír lo que hay alrededor para después contarlo con su voz. Un hombre que vive codo a codo con quienes le acompañan en su tiempo y en su experiencia de ese tiempo. Su compromiso ético, por tanto, sólo puede establecerse con sus ‘compañeros de viaje’, con sus contemporáneos, poniendo su trabajo a su servicio, como cualquier hijo de vecino” (op. cit., p. 50).
15 Propongo un final alternativo para el artículo, sin duda mejor que el que su autor le ha dado; se trata de un soberbio y lapidario verso de Jesús Munárriz, perteneciente al poema “Materia del asombro” (Esos tus ojos, ed. cit.): “Y yo habré sido sólo escriba de mí mismo”. Y tampoco habrían quedado mal como cierre estos, procedentes del “Monólogo del poeta editor” (Otros labios me sueñan, ed. cit.): “Y creo que, en efecto, en el principio / estaba la palabra / y que, mucho después, pacientes hombres / de indefinido oficio inventaron la forma / de llevarla a los más / para que obrara, / y yo he sido uno de ellos / y eso es todo”. 

 

 

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