Cúmulos de plutonio
Felipe Sérvulo
In-Verso Ediciones de poesía, 2023
92 páginas
He leído un libro tan intenso y conmovedor como tierno y entrañable, muy emotivo. El autor sabe conseguirlo con destreza manifiesta, quizás por la experiencia que brindan los años, quizás porque sabe esperar la llegada de la poesía para plasmarla en el papel o tal vez, porque sabe transmitir las historias como si nos estuviera contando un cuento.
A modo de prefacio, Felipe Sérvulo, nos brinda un introducción sobre los hechos históricos ocurridos en Japón, cuando el 6 de agosto de 1945, a las 8:15, Sadako Sasaki (Hiroshima 1943-1955) dejó de ser una bebé -tenía dos años cuando la bomba atómica estalló- para convertirse en hibakusha. El mundo ha conocido el relato del horror gracias a los sobrevivientes, a quienes se les conoce como hibakusha, que en japonés significa “persona afectada por la bomba atómica”.
La niña sobrevivió al desastre, pero diez años más tarde le diagnosticaron leucemia a consecuencia de la “lluvia negra”. Cuando ingresó al hospital, una amiga le contó la leyenda japonesa de las grullas de origami y que si pedía un deseo, éste se cumpliría cuando tuviera las mil grullas. Sadako murió en 1955 cuando llevaba hechas 644, con doce años. Sus amigos las completaron y las pusieron en su féretro. Hoy en día, en su monumento, cerca de donde cayó la bomba, personas de todas partes del mundo depositan allí sus grullas de papel. En su viaje a Japón, Felipe llevó unas cuantas, de España para ella. A su regreso, en 2019, comenzó a escribir un poemario, pero esos poemas quedaron durmiendo en un cajón hasta que pudo volver a viajar en 2022. Sin dudas Sadako le estaba dando una mano para terminarlo y surgió esta bonita historia de amor.
En esta parte del mundo germinan las semillas y la vida se renueva como si no tuviera idea de destrucción y el autor nos ubica en un lugar, en un momento. El viaja en tren, en ese tren que hay que tomar porque pasa sólo una vez en la vida. Ya en Japón, frente al monumento, ve las niñas que juntan sus manos para pedirle a Sadako, como su madre que también juntaba sus manos, para pedirle a la Virgen y a los santos. Y le apena saberla tan difunta, tan pequeña. Y se da cuenta que tiene que soñarla, para estar juntos.
La aflicción le ataca en el puerto de Barcelona, donde salen barcos para todas partes del mundo y entre sueños, sabe que pronto llegará el sakura y todo será olvido.
Recuerda que hace tanto ya que Sadako se ha marchado y le habla, le dice suavemente, que es extranjero, que le trae recuerdos del mediterráneo, de los olivares, del mar azul, de serena brisa, del desierto de Tabernas en Almería, de allí vengo dice con voz entrecortada. No sabe qué más decirle y pronto tendrá que irse, así que decide hacerle saber que quisiera recordarla, no sólo en el “Parque de la Paz, calle del olvido” sino también “en la leyenda del hilo rojo” es que “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse”, sin importar el tiempo transcurrido, la lejanía del lugar o lo adverso de las circunstancias.
Y no olvidar como dice el poeta “Acaso los cúmulos de plutonio/ hayan sido el horizonte final”. De este verso escoge el título del libro.
Pero la vida sigue y pronto al otoño le sigue el invierno y en algún lugar de Hiroshima habrá otra niña que se sorprenda “como si tú estuvieras aquí”. Pero “Sadako se eleva en los campos/ donde las lágrimas se espesan”. Y Felipe Servulo vuelve a Barcelona, al Mediterráneo, con todos los recuerdos y volverá a verla en todas las niñas que pasen a su lado. Entonces le habla como si imaginara que ella sigue viva: le comenta sobre la nostalgia, la tristeza y la soledad de “esos hombres que vagan cual almas en pena.” Y entonces comprende que rompiendo el temor se puede llegar hasta el fin del mundo y se refugia en los afectos.
Escribe en un poema: “La memoria es un paisaje/ al que nunca se vuelve/ y el tiempo un compañero desleal/ que deja vacíos tan grandes,/ que todo lo llenan.”
Alimenta una ilusión íntima de que llegue su amada al mediterráneo, pero ahí está ella siempre tan adolescente y él sigue solo, con “lágrimas negras” como “cantó Compay Segundo”. Felipe regresa a su vida y deja atrás Hiroshima, donde sobrevuela Sadako. Allí las mil grullas se transforman y renacen como un grito de Paz en el mundo, con renovada esperanza, como la hierba que volvió a brotar en Hiroshima después de la hecatombe.
Una historia de amor imposible, cerrada como el fruto del almendro, una historia que no fue, una historia que pudo ser. Felipe Servulo mira las nubes, los Cúmulos de plutonio, inmóviles sobre el horizonte y sigue alimentando la ilusión de un deseo cumplido, porque cuando los deseos se cumplen todo es posible.
Un libro homenaje y de hermanamiento con la cultura oriental que nos recuerda que somos humanos y nos equivocamos a menudo y no podemos volver a cometer otra atrocidad semejante, pero que también somos capaces de lo peor y de lo mejor. Solo el amor nos salva, hasta de la locura.