Vida de Ermitaño
Mario Pérez Antolín
Editorial Páramo, 2022
Vida de Ermitaño: la complejidad amena
«Un ermitaño de cualquier tiempo cuenta aquí la insólita historia de su imposible soledad en un lugar indeterminado».
Con este sugerente arranque de dos líneas, el protagonista de la novela comienza, en primera persona, el relato de su historia: una serie de peripecias, en 37 capítulos, que, desde el principio, nos traen los ecos de aquel ingenioso hidalgo de La Mancha. Quien decide apartarse del mundanal ruido y busca su individualidad en la utopía de la soledad, ¿no es acaso alguien que se embarca en una suerte de espejismo, en un sueño quimérico e imposible?, ¿no vendría a resultar, en ese sentido, un personaje quijotesco? Es más, si en nuestros días se nos antojara revitalizar literariamente a Don Quijote, ¿no tendría nuestro personaje, total o parcialmente, esa condición de ermitaño, de ser fronterizo y (auto)exiliado del mundo? Éstas son algunas preguntas que podrían desprenderse de la lectura del libro.
Vida de ermitaño es la primera novela de Mario Pérez Antolín. En ella, late mucho del afilado aforista y poeta que ya conocemos. “En los tiempos cada vez más congestionados que nos aguardan, la necesidad de literatura deberá apuntar a la máxima concentración de la poesía y del pensamiento”, señala Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio. Siendo fundamentalmente una novela, Vida de ermitaño incorpora elementos de otros géneros, como la poesía y el ensayo. Desde la primera hasta la última página, es llamativo ese hibridismo de géneros.
El tono y el registro poético se cuelan por las costuras de muchos párrafos y capítulos, especialmente cuando se trata de describir la relación del ermitaño con esa naturaleza amiga en la que encuentra cobijo y compañía. Sirva de ejemplo este fragmento en el que aparece el tópico literario del “locus amoenus”:
“…pretendo permanecer fuera de juego, inmune tanto a los encontronazos de la existencia como a los reclamos de la vivencia. Estaré acompañado por aquellas cosas que no perturben mi entendimiento: el agua escurridiza de los torrentes impetuosos, la piedra compacta de los canchales inhóspitos, el viento silbante de los páramos vacíos, los bosques oscuros de las laderas umbrías. Seré con ellas un único ser suficiente y solitario. Algo así como un druida de las campiñas sin poderes mágicos, un buhonero de los caminos sin carromato, un arlequín de los tablados sin traje de rombos, un astronauta de los espacios siderales sin escafandra, un rapsoda de las emociones sin cortejo de musas, un escarabajo pelotero sin pelota que hacer rodar, un hombre frente al hueco que dejaron el resto de los hombres”.
La indefinición del tiempo y del espacio en que discurre el periplo del ermitaño hace sospechar que, en su recorrido, el autor se propone bucear en cuestiones que afectan al hombre de cualquier época y lugar, además de expresar la incertidumbre que conlleva la existencia humana y el carácter difuso del tiempo. El retiro le servirá al ermitaño para tomar conciencia de que “la carga que arrastramos nunca se vacía del todo y de que el tiempo es la sustancia más inestable que existe”. Su aventura es, sobre todo, un viaje interior (“el que tiene que buscar lo novedoso fuera de sí demuestra que por dentro se hizo viejo antes de tiempo”). Y la novela invita a la reflexión a través de las cuestiones que va planteando el ermitaño en esa continua actividad introspectiva o en el diálogo con otros personajes. En algunas páginas, se tratan temas de índole personal como la autoexigencia frente al peligro de la autocomplacencia en un entorno seguro y favorable, lo engañoso y pretencioso -también- de la autosuficiencia, los límites entre la autocrítica y la autoflagelación, el miedo y sus efectos contradictorios, la fuerza de la inercia y de la costumbre, el valor de la discreción, la dignidad de quien no se deja sobornar o la relación armónica del hombre con la naturaleza, los animales y los árboles (“Difícilmente se llega a conseguir, lejos de los árboles, la serenidad que necesita el espíritu”). Hay también abundantes digresiones sobre las relaciones interpersonales, tales como el valor de la amistad, el amor (que degenera cuando se interpone ese “espeso muro, invisible e impenetrable” de la desconfianza), el peligro de las relaciones de dependencia (“vínculos de amor y odio que terminan pudriendo lo que, a lo mejor, comenzó de una forma pura y desinteresada”,“Aquello que gusta, si nos crea dependencia, disgusta”), el daño que causa la maledicencia, el lugar de la ética o la educación de los hijos. No faltan las reflexiones sobre la injusticia social, la corrupción del poder frente a la pureza e inocencia de la gente humilde, la “ejemplaridad del desposeído” o la “obcecación de la masa furiosa” que induce al linchamiento de inocentes. Asimismo, se abordan cuestiones más filosóficas como el dogmatismo frente al pensamiento divergente y heterodoxo de quien duda de cualquier dogma, la necesidad de “descubrir los engaños antes de descubrir la verdad”, el peso de las “falsedades repetidas y autorizadas” o la invitación epicúrea a un existir placentero. Todas estas reflexiones alientan el pensamiento al tiempo que se saborea un relato lleno de duende y atractivo.
El realismo narrativo se da la mano con la insólita irrupción de lo onírico, de la fantasía y de la “imaginación desbocada” del ermitaño. Asistimos a varios de sus sueños y lo fantástico se hace presente en la conversación del ermitaño con un pájaro y con los muertos de un cementerio, en los lamentos de los árboles de los que nuestro personaje se hace eco o en el viaje delirante por los aires al que le lleva un demonio: “lo verdaderamente espantoso se produce cuando no conseguimos separar bien lo que es producto disparatado de nuestra mente obsesiva y lo que acontece fuera de nosotros”. El fluir de imágenes en su mente al ser ingresado en un sanatorio o en su viaje con el demonio se reproduce, con mucha fuerza expresiva, a través de la técnica narrativa del monólogo interior.
El retiro voluntario del ermitaño nace de una necesidad de encontrar lo auténtico y lo genuino de su yo individual, evitando los riesgos de la “complacencia acomodaticia” que supone vivir en el mundo que le protege y que, al mismo tiempo, le limita. Pero esta búsqueda no le permite ausentarse del mundo y renunciar al compromiso. Su “incorregible costumbre de tomar partido por los acosados” le mueve a luchar por lo que considera noble y justo, llevándole a vivir trances desagradables, como se pone de manifiesto en varios episodios. Su conciencia social y su sentido de la justicia le obligan a posicionarse al lado del débil y a huir de los poderosos “porque no es que no den su brazo a torcer, es que, si pueden, te arrancan el tuyo y se lo zampan sin más”. Su aventura, por tanto, no resulta una huida del mundo sino una búsqueda existencial: la de su propio camino en el bosque. “Aspiro a ser mi único soberano”, señala. El ermitaño quiere creer, a priori, en la posibilidad de ser él mismo al margen de los otros. Pero esa completa soledad e independencia es, como bien se nos anuncia al comienzo, un desafío imposible. Queremos ser nosotros mismos, pero no podemos porque somos siempre para otros, para ser vistos por otros. En un mundo de verdades sospechosas, el ermitaño encarna esa pretensión de ser uno mismo que resulta del todo infructuosa, porque, inevitablemente, somos lo que otros creen y crean de nosotros. Esa pugna entre la búsqueda de lo que somos y de lo que los demás hacen de nosotros con su creación es quizás el tema más existencial y hondo de la novela. El ermitaño es visto, analizado y juzgado por los demás. Sus buenas y nobles intenciones son, a menudo, mal interpretadas; otras veces, es percibido de forma más benévola y sale bien parado. Una mujer con quien charla le dice: “Mira que me han hablado de ti. Unos dicen que de puro bueno eres tonto y otros que te haces el tonto porque eres muy listo”. Resulta muy curiosa, a este respecto, la inserción de un capítulo en el que le dedican un reportaje en un periódico local, y de él se dice precisamente: “vino a estar solo y, en cambio, siempre se le ve acompañado”. Es éste un momento en el que la narración en primera persona se detiene para dejar paso al retrato del protagonista desde fuera, en tercera persona, desde la mirada de los otros. El artículo termina diciendo: ”El tiempo dirá quién tiene razón, si los que desconfían de alguien que se sale de la normalidad o los que han visto en este líder comunal a un fuera de serie”. Tras salir en prensa, el ermitaño hace una reflexión sobre el valor relativo del prestigio: “el exceso de cercanía y confianza tienden a exagerar los defectos, cuando no a realzar las virtudes”. Y, como no podía faltar en ese laberíntico y brumoso asunto de la verdad, también acude a la cita el tema de la impostura y la falsificación: al ermitaño le sale un imitador que pretende suplantar su personalidad y apropiarse de su identidad; tema de enjundia que ingenuamente creemos “actual”, pero que es viejo como el mundo y que también está presente en la novela cervantina. Así pues, el ermitaño quizás sólo consigue preservar su individualidad en su fuero interno, en el jardín secreto de su conciencia, pero no en el mundo exterior que, unas veces para mal y otras veces para bien, lo deforma al etiquetarle y al petrificar su esencia. Al final, pese a todos los entuertos, desengaños e inconvenientes del trato social, nuestro protagonista es consciente de que no puede ni quiere sustraerse del mundo y de sus gentes, pues “con el roce aprendí a valorar y a querer a muchos de mis paisanos”.
No sólo el personaje y lo utópico de la empresa que acomete, sino también el humor y el estilo de escritura hacen pensar en la literatura cervantina. El modo de narrar, la comicidad y el tono de ironía fina de muchas escenas hacen guiños continuos a Cervantes, sugiriendo que la aventura del protagonista tiene mucho de quijotesca. La prosa es minuciosa, rica en matices y sutilezas, sumamente precisa y cuidada; a la vez, resulta ágil, desenvuelta, viva, llena de soltura y gracia. El autor hace en su novela un ejercicio de escritura laborioso y concienzudo, pero muy placentero para el lector. Y un lector goza de la lectura de un texto cuando siente, de alguna forma, que el propio escritor ha disfrutado con su escritura. En este caso, se intuye que, siendo la prosa de la novela el fruto de una gestación lenta y esmerada, ha tenido también para quien la ha escrito un componente esencial de juego literario, de agudeza de pensamiento, de autoironía y, en suma, de diversión. Recuerdo, en este sentido, las palabras de W. Gombrowicz cuando, en su Diario, apunta que los escritores han de combinar trabajo y diversión si quieren que su estilo tome alas, y «brille con encanto, pasión y poesía»: «tenemos que saber deleitarnos con la palabra», dice. La literatura debe sentirse «segura de su deleite». Mario Pérez Antolín muestra, en su novela, ese «trabajo para divertirse» y «diversión para trabajar» con la palabra y el pensamiento que defendía el escritor polaco.
En definitiva, Vida de ermitaño ofrece un repertorio muy amplio de valores, registros y lecturas. Es una novela generada desde el gusto por hilvanar un relato ameno y entretenido, pero, igualmente, desde la intención de abordar temas fundamentales, atemporales y universales. Y es también fruto de un compromiso y reto literario: una voluntad de estilo y el deseo de experimentar con el lenguaje y con distintos registros y técnicas narrativas. El relato realista, la descripción y la ensoñación poética, el ensayo, el monólogo interior, el género epistolar o la crónica periodística se dan la mano de un modo eficaz, equilibrado, pertinente y justificado. Contenido y forma están íntimamente ligados. Como decía Robert Bresson: «Una cosa vieja se vuelve nueva si la separas de lo que habitualmente la rodea». La combinación de tradición e innovación, tanto temática como formal, hacen de esta novela un ejercicio de escritura audaz. Como las buenas obras, nace con vocación de estar siempre inacabada y de continuar su andadura en manos de otros. Así, esta Vida de ermitaño invita a seguir siendo reinterpretada por los lectores, situándoles ante un lienzo vivo y estimulante que se despliega en múltiples dimensiones y direcciones.
El libro puede adquirirse en librerias y en la web de la editorial Páramo