Nadie recuerda la última lluvia
Pablo Baeza y Jesús Díaz Hernández
Ediciones Vitruvio, 2022
La lectura de algunos libros reconforta. Hay poemas que dejan en la boca un regusto amargo, en tanto que otros hacen de nuevo latir la esperanza. Donde esto sucede el aliento poético está presente.
Vicente Aleixandre un poeta al que admiro, opinaba que la poesía tiene que ser humana. Tanto es así, que si no es humana no es poesía.
Nadie recuerda la última lluvia me ha conmovido. Es un poemario intenso, reivindicativo, rebelde pero que nunca se desliza por la ladera del panfleto. Merece la pena leerse y voy a dedicar unas reflexiones a exponer las razones.
Es un experimento humano, muy humano y que por lo mismo huye de la fácil vertiente del experimentalismo. No es la primera vez, ni mucho menos, que poesía y pintura se complementan, mas este libro va más allá. Leonard Cohen expresaba, con bastante claridad y voz potente que la poesía es la evidencia de la vida. Si la vida arde bien, la poesía será solo la ceniza. Por su parte el gran Leonardo Da Vinci apuntó, en más de una ocasión, que la pintura es poesía muda, en tanto que la poesía es pintura ciega.
La colaboración, de un poeta como Jesús Díaz Hernández y de un pintor e ilustrador como Pablo Baeza, es fructífera. Poemas y lienzos están interrelacionados profundamente. El poema no remite solo al cuadro, ni el cuadro al poema. Se produce un intercambio de ideas, una relación dialéctica que puede, y de hecho modifica la palabra o la pintura. El resultado es superior y más profundo que las partes por separado.
El prólogo de Sergio Iborra no es solo amistoso y cómplice. Va mucho más allá de una introducción propedéutica, viene a ser como una especie de crónica del proceso creativo. Y, da cuenta del ‘modus operandi’ de ambos creadores. Es analítico y certero.
Nadie recuerda la última lluvia se abre a diversas posibilidades y combinaciones donde distintos sentidos se despliegan. Puede leerse el poema y contemplar después la pintura que lo acompaña. Puede hacerse a la inversa y, por último, se puede pasar de la ilustración al poema escuchando, a la vez, la voz de Paco Vicente Cruz.
Nadie recuerda la última lluvia es un libro de cuidada edición. Además, va acompañado de un índice de códigos QR, por los que puede observarse la pintura y leerse el poema al tiempo que se escucha la voz del rapsoda.
Es el nuestro un tiempo de fusión y de transdisciplinariedad. Nadie recuerda la última lluvia es también, un ejercicio de complicidad. Hay ocasiones en que el cuadro inspira el poema, mientras que en otras es el poema el que inspira el cuadro. Interactúan, se interrelacionan hasta que el resultado final agrada a ambos creadores.
Lo que en un principio fue una relación dialéctica ‘pintura-poesía’ se transforma en un triángulo con un prólogo esclarecedor, que es una buena guía para adentrarse en la red de influencias mutuas. La voz de Paco Vicente Cruz, convierte el triángulo en un cuadrado. Estas relaciones geométricas son un ejercicio de colaboración, de trabajo en equipo con un resultado en más de una ocasión, sencillamente novedoso, innovador y admirable.
Nadie recuerda la última lluvia busca un lector activo que permanezca atento y que reciba las influencias de las palabras escritas, los colores, las formas y el recitado, hasta el punto de que se vea obligado a interactuar y formar parte él mismo del proceso e incluso del resultado final.
Puede sostenerse que las palabras añaden profundidad a la materia. Se puede constatar que la memoria tiene agujeros, que la vida muchas veces es resultado del azar y que no tiene consistencia ni solidez… quizás, por eso, el ser humano sea tan vulnerable.
Los poemas de Jesús Díaz Hernández son comprometidos, muy humanos. Unas veces nos hablan de valores cívicos y esperanzas en el futuro y otras, de la sinrazón, violencia, aplastamiento de los más vulnerables o misoginia. Son lacerantes los atentados que se comenten cada día contra la dignidad de la mujer. Todavía en diversos lugares muchos de ellos gozan de impunidad.
Los poemas y los cuadros que los acompañan son también una invitación a dudar, a resaltar lo que nos humaniza, a rebelarnos, a denunciar y a gritar con todas nuestras fuerzas ‘hasta aquí hemos llegado, por ahí no paso’. Los poemas y las ilustraciones pretenden agitar conciencias, hacernos reaccionar y sacarnos del conformismo en el que estamos atrapados.
El Mundo no es sino un camino por andar, un tortuoso itinerario. La angustia hay veces en que nos produce la sensación de que el amanecer no nos pertenece, pertenece a otros. Tal vez, estemos recluidos tras un espejo que nos hace ver un juego cruzado de visiones y equívocos.
Los poemas de Jesús Díaz Hernández tienen fuerza y profundidad. Como cuando expresa:
‘No cabe duda de que la última luz que buscamos
se encuentra escondida entre lágrimas’.
O cuando anima a levantarse y alzarse contra lo que oprime, anula e históricamente pone trabas a la igualdad:
‘Rebélate contra la voracidad de los patriarcas,
devoradores de sueños, amos de la noche…’
Frecuentemente nos debatimos entre el dolor y el olvido. Las suyas son palabras contundentes, amargas, metafísicas más al tiempo, de una fuerte energía vital, con versos como estos:
‘Queremos olvidar el dolor del olvido…
olvidar igual que seremos olvidados’
Los hallazgos expresivos, las alegorías y sus críticas de fuerte contenido social a la hipocresía de los poderosos son eficaces, dan que pensar. Los poemas de Jesús Díaz Hernández, me recuerdan algo que repetía con frecuencia Mario Benedetti ‘La poesía es el género de la sinceridad ultima e irreversible’ Por su parte, la poeta argentina, desaparecida prematuramente, Alejandra Pizarnik, nos hizo ver que los poetas son los grandes terapeutas de nuestro tiempo. No debemos dejar de tenerlo presente.
Un poeta de raza se caracteriza por no ajustarse a lo políticamente correcto, por su audacia, por saltarse las reglas establecidas, por dejarse guiar por el instinto y la memoria. Por su parte, las pinturas ponen de relieve que el tiempo devuelve difuminados los grises, que los colores fuertes o apagados tienen no poco que ver, con los estados de ánimo.
No es difícil descubrir, entre palabras e ilustraciones que las contradicciones son, no sólo la esencia, sino la sal de la vida. Que la vida y la muerte son el haz y el envés de la realidad humana, que la muerte está dentro de nosotros y frente a lo que tantas veces se ha expuesto, nos humaniza.
El miedo o bien está presente o bien acecha escondido, mas hay que evitar que se adueñe de nuestro interior y nos paralice. De cuando en cuando, es no solo apetecible sino saludable morder la fruta prohibida. Todo esto acompañado de colores leves, abruptos, suaves, rojos intensos o grises. Quizás la muerte humanizada es más que el final, un fin en sí misma.
Fue Federico García Lorca quien sostuvo que la poesía no requiere adeptos sino amantes. Para los lectores que gusten de una poesía directa, comprometida, con fuerza y con pasión un poemario como Nadie recuerda la última lluvia, no debe pasar desapercibido. Conviene detenerse, meditar y degustarlo a pequeños sorbos.
Jesús Díaz Hernández ya había demostrado que es una voz propia y original, con calidad exigente en libros como En mil pedazos, invisible. Los hallazgos de sus anteriores libros en este se confirman ampliamente. Por lo que quien no haya disfrutado antes de sus poesías tiene ahora ocasión de hacerlo, realizando así un descubrimiento que no le pesará en absoluto.
Esta reseña crítica ha de ser obligadamente breve, aunque se queden muchas cosas en el tintero.
Quiero cerrarla con dos versos del poema A tres pasos.
‘Arrastra la soledad de los silencios
para no mentir a tus sentimientos’
Se advierte una tensión dialéctica entre:
‘Lo que está sin ser y lo que es sin estar.
La paradoja de vivir sin estar vivo
y de morir cuando aún no has muerto.’
Y es que pese a todo, hay que seguir creyendo en valores transformadores con honestidad intelectual y con una actitud ética ante las dificultades e injusticias.
Jesús Díaz Hernández es de esos poetas capaz de romper el espejo donde se mira el mundo, con tal de que con los cristales rotos el viento barra y esparza las mentiras y falsedades que envenenan la existencia.
El lector tiene siempre la última palabra. Lo expresó con elegancia y altura de miras Octavio Paz cuando dijo: ‘cada lector busca algo en un poema. No es insólito que lo encuentre, por la sencilla razón de que ya lo llevaba dentro’.