La forma del viento
Patricia Iniesto de Miguel
Ediciones Vitruvio, 2022
59 páginas
Premio Covibar-Ciudad de Rivas 2022
‘La forma del viento’ de Patricia Iniesto de Miguel se ha alzado este año con el Premio de Poesía Covibar-Ciudad de Rivas, otorgado por un jurado al que me honro en pertenecer.
Después de una dura deliberación y tras llegar a un acuerdo por unanimidad, cuando abrimos la plica pudimos saber que el/la ganador/a de esta edición era una mujer que contaba con la licenciatura en Filología Hispánica y que su actividad profesional, como de profesora de Lengua Castellana y Literatura, la desarrolla en un Instituto de Enseñanza Secundaria de la Comunidad de Madrid.
Ya antes había publicado su ópera prima ‘Cosmogonía de la luz y del invierno’, que a su vez obtuvo el Decimotercer Premio Literario Ediciones Oblicuas en su modalidad La Nunca Poesía. De modo que nos encontramos con una poeta laureada ya, a pesar de su juventud.
El certamen –que convocan la Cooperativa Covibar de Rivas Vaciamadrid y Ediciones Vitruvio– cumple este año su décima edición. El premio despierta mucha expectación y hay una verdadera lucha encarnizada por un galardón que si bien no lleva asignada una dotación económica –aunque sí la publicación del libro en la colección Baños del Carmen de la citada editorial– ha ido adquiriendo un alto prestigio y es muy codiciado. Es significativo además que, entre los finalistas –año tras año– haya cada vez más presencia femenina.
El premio lo hicimos público a comienzos del pasado mes de octubre para presentarlo, acto seguido, en el Centro Social de Covibar el 16 noviembre.
Las notas que conforman esta reseña vienen a recoger, en esencia, las palabras que leí el día de la presentación, para tratar de argumentar cuales son las razones que nos llevaron a fallar el premio de esta edición en ‘La forma del viento’.
Patricia Iniesto de Miguel nos ofrece en sus versos un universo muy personal con una materia poética que ha ido destilando pacientemente estos últimos años, como después pudimos ratificar, creando una imaginería característica. Siempre se dice que lo importante en un corpus creativo es que tenga una impronta propia, una voz personal, diríamos en este caso. Donde las influencias, que siempre las hay, no desvelen su procedencia –no se les vea el plumero, para entendernos–. En definitiva, que hayan sido metabolizadas para ofrecer al lector algo orgánico y coherente. Este es el mayor mérito de ‘La forma del viento’.
Patricia Iniesto tiene un estilo diferenciador que se advierte en su particular pasión por la forma –es visible su vocación por el lenguaje ya desde su formación académica– que tiene una marca evidente en su poesía. Pasión por la forma, ya desde el afortunado título, – “Todos los pájaros de mi cabeza / tienen ahora/ la forma del viento”, dicen los versos iniciales del poemario, versos que anhelan la libertad.
Esa “forma del viento” tendrá réplica puntual a lo largo del libro en el uso recurrente del léxico propio del campo semántico de la gramática, como: fonemas, sílabas, pronombres, diccionarios, nombres, morfema, palabras (derribadas), consonantes. Morfología lírica que también se manifiesta en la asunción de estructuras biológicas de términos como: huesos, esqueletos, anatomía, párpados, opérculos, geometría, fósiles, cicatrices, estrías, llagas, surcos, heridas, etc… –en una dialéctica polisémica– que juega por oposición con las formas invertebradas, –“La mano no alcanza/ a tocar lo que ya perdió su forma”, nos dice– que simbolizan lo inconcluso, lo vacío, lo feble, lo insustancial –desde el desamor al abandono, del lamento a la advocación de lo precario, de la realidad al sueño–.
En este sentido, esas hormas acuñadas y su antítesis apelan a una poética de la pérdida, del silencio, de la ausencia frente a la autoafirmación, al propio reconocimiento que conviven con el desamor y el desamparo, o el abandono también de uno mismo.
En este contexto, la autora abunda asimismo para su imaginería en tópicos poéticos como el “invierno” y “los pájaros y los peces” –tan iguales, tan distintos, herederos, quizá, de los de la pintora Maruja Mallo–, y a la luz voraz o al mar de color oscuro –océano a veces también– que acaban por alumbrar una cosmología que ya apuntaba en su primer poemario, Cosmogonía de la luz y del invierno, para dar carta de naturaleza a los sentimientos y a los recuerdos del Yo lírico.
Porque hay que decir que la materia poética de Patricia Iniesto –marcada, se nos antoja, por la brújula de una intensa intuición creativa, como en la poeta Alejandra Pizarnik– se alimenta de la observación y de la memoria a partes iguales: Están los recuerdos imprecisos pero profundos de la infancia perdida. “La casa donde crecí/ huele a humedad…”, nos canta en uno de sus poemas. O este otro: “Desordenamos los recuerdos (…)/ y los colocamos en ese lugar/…/ donde todavía contamos/ con los dedos”.
Aspectos de orfandad afectiva que bien puede metaforizar el invierno: –»no crecen espigas entre tus brazos/ porque en ellos aún es invierno”, se lamenta la poeta–.
Estamos ante una voz que más allá de su categoría de galardonada repetidas veces, tiene la capacidad de haber ido construyendo un mundo tan suyo como sugerente que está llamado, sin duda, a dar forma –dicho con toda la intencionalidad– a una propuesta lírica sólida de indudable valor frente a las empobrecedoras iniciativas “invertebradas” a las que tristemente nos tiene acostumbrados hoy en día la poesía actual.
Enhorabuena por este magnífico libro –y su merecido premio– a la poeta Patricia Iniesto de Miguel.