noviembre de 2024 - VIII Año

‘Fuego tan caníbal’ de Sergio Iborra

Fuego tan caníbal
Sergio Iborra

Ediciones Vitruvio, 2022

Sergio Iborra (1975) irrumpió en el mundo de la poesía hace una década con  el prometedor ‘Discurso del Polvo’ (Ed. Endymion, 2012) para continuar con el interesante ‘El Arpa de Ur’ (Ediciones Vitruvio, 2019). Ahora vuelve por sus fueros con un nuevo poemario,   ‘Fuego tan caníbal’, publicado también por el sello editorial Vitruvio en su prestigiosa colección Baños del Carmen, por el que se consolida en su faceta lírica, puesto que Iborra también es dramaturgo y ocasional actor de teatro y cine.

He leído por alguna parte que se refiere a estos libros previos con la esperanza de no haber sido indigno a la milenaria tradición literaria en castellano, lo que es toda una declaración de principios de su quehacer poético porque, pese a su juventud,  al autor  le gusta cultivar formas métricas clásicas, ya sean occidentales  ya orientales (léase sonetos y haikus) frente al desinterés que muestran sus compañeros de generación en estas arduas lides.

Así pues, ‘Fuego tan caníbal’ es un libro insólito dentro del panorama de la poesía española actual, más inclinada al verso libre con peligrosa propensión a lo prosaico  y a las extemporaneidades verbales de toda laya de autores en ocasiones con poco bagaje literario a sus espaldas. Por tanto, puede sentirse feliz con el resultado si nos atenemos a la introducción que el mismo autor firma en el libro cuando manifiesta que: “Si por alguna  extraña razón alguien se sintiera tocado por esa belleza que yo he percibido, mi felicidad será completa”. O con un encendido anhelo en el poema breve ‘Orvallo’ donde dice: “Ojalá cale/ como la lluvia fina/ mi verso en tu alma”.

Libro caleidoscópico, con diferentes registros y formas métricas pero formalmente impecable, libro depurado, el poeta tiene claro qué decir y cómo decirlo; libro cargado de sinceridad, como se encarga el propio Iborra de advertirnos en el epigramático ‘Verdad’,  donde  leemos: “No es verdad/ lo que cantan/ mis poemas. / Es auténtico”.

Hay un decidido salto cualitativo desde su poemario anterior, ‘El Arpa de Ur’, todavía en germinal proceso de ebullición, con lo que se puede decir que Sergio Iborra alcanza su madurez creativa con esta nueva entrega.

El libro está dividido en dos partes y una trascendente coda final, un único poema, por cuanto que da título a todo el poemario: ‘Fuego tan caníbal’, donde la voracidad de la pasión está en pie de igualdad, como pensaba Georges Bataille, con el aniquilamiento.  Asimismo presenta la particularidad de incluir algunas fotografías puntuales, y un dibujo del pintor Pablo Baeza, que el autor considera un complemento esencial para dialogar con algunos de sus poemas, sin que llegue a postularse como un libro ilustrado.

La primera parte del libro lleva por título: ‘Sin estrépito’ y la segunda: ‘Alfileres’. Si bien ambas atienden a patrones  y objetivos poéticos diferentes, en las dos la mirada, entre maravillada y sagaz, es la misma.

Si en ‘Sin estrépito’  nos encontramos con poemas extensos donde hay que destacar un ramillete admirable de sonetos  de corte clásico, en ‘Alfileres’  tenemos, por el contrario, un catálogo de formas métricas breves, casi aforísticas, que se completan con formas tradicionales entre las que  se encuentran sugerentes haikus que por momentos propenden a la greguería, del que destaca por su humor  el titulado ‘La nueva poesía’  que dice: “Ahora a todo/ lo llaman poesía…/ ¡Haiku joderse!” No hay que sorprenderse por el exabrupto porque el haiku admite, más allá de sus estrictos códigos métricos y temáticos, la licencia de la liberadora pirueta  sarcástica y demuestra lo que a Sergio Iborra le gusta jugar con las palabras, con sus dobles significados, en un ejercicio lúdico que tiene mucho de charada infantil, e incluso de gamberrada, dicho esto con el mayor de los respetos.

En la primera parte — ‘Sin estrépito’—,  Iborra siguiendo al T.S. Elliot de ‘The Waste Land’ (“April is the cruellest month…”)  abomina de algunos meses del calendario: “Si dios existe, nació en octubre” o este otro:  “Que no te engañe marzo/ a Marte consagrado, / porque vendrán los idus/ con sus infames puñaladas”;  se lamentará de la soledad del bardo en un  sentido homenaje a su consejero poético, el poeta y dramaturgo  Jesús Díaz Hernández,  en ‘Invisible’   que nos remite al libro ‘Invisibles’  de este (“Así tú, así el poeta entre los hombres”), y en ‘También así’,  que acaba con un verso que replica el anterior en una variación casi musical (“también tú así, poeta entre los hombres”); en ‘Y era la vida’ y  ‘Ancla’  hay reminiscencias del persa  Omar Jayyam y apelaciones al ‘Carpe diem’ horaciano.

Los sonetos merecen un comentario aparte. Algunos se nos antojan, burla burlando,  lopescos tanto en su musicalidad como en su aparente sencillez y otros por su gracejo socarrón o vitriólico se acercan al verbo del Quevedo más ácido, como en el titulado `Técnicas de feo’. En ‘Elogio del artista’ y en ‘Teorema del mono infinito’ enarbola un encendido ditirambo al artista como Kafka  había hecho en aquel cuento que titulara ‘Un artista del hambre’;  En ‘Hombre del paleolítico’ ( “Me divorcié de dios a los cuarenta/ sin padecer su ausencia como herida”) , en  ‘Nunca más un títere’ (“Me deshice de dios a los cuarenta/ cansado de escuchar la voz de un eco/ y su firme callada por respuesta”), y en ‘Perro pulgoso’ (“Para encontrar la paz conmigo mismo/ solo anhelo una cosa y ya concluyo:/ abjurar de la fe de mi bautismo”) hay anhelos de lucidez que no de nihilismo para despojarse de viejas creencias conectando con otros poemas del libro;  encontramos denuncia política y social  en ‘Los lobos’ (o El Silencio de los Otros) y en ‘Pateras’  donde también se remite temáticamente  al poemario ya citado de Jesús Díaz; en ‘El mirlo’, de construcción irreprochable, hay huellas de una leyenda japonesa de gatos que se escapan de casa.

Es de destacar también el afortunado  ‘Doble retrato de la Muerte’, que contrapone las fotografías mortuorias de Oscar Wilde y Antonio Machado en el juego ad infinitum de la mirada —apelando al proverbio machadiano :“El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas/ es ojo porque te ve” —por obra y gracia del poeta que se rebela  como nuevo ojo totalizador que da unidad a los dos ojos mecánicos en un ejercicio holístico de miradas cruzadas;  en ‘Reducir al absurdo’ hay arrebatos místicos como en ‘Carroña’ y ‘Octubre’ y  el poema ‘Semilla’ conecta con ‘Fuego tan caníbal’ en la destrucción del uróboro Eros/Tánatos: “hasta abrirse en la flor de tu deseo,/ no más que fruto en busca de esa boca/ que lo sorba y lo muerda y que le aparte/ la piel y lo destruya;”.

En el trabajado poema ‘Gallo de San Isidoro’ , acompañado de una oportuna foto,  el lamento de la veleta que ahora enriquece una urna del museo de la Real Colegiata podría ser el mismo, bajo mi personal punto de vista, que el que, inopinadamente,  sufre el polémico urinario que Marcel Duchamp descontextualizó convirtiéndolo en obra de arte despojándole de su noble función — de las partes nobles —, aboliendo las “aguas menores”,  como el poeta Sergio Iborra pide en sus versos: “no me dejéis aquí/ privado de los ritmos de la lluvia”;  en  ‘Debod’   el templo ptolemaico aprohijado por Madrid padece el mismo síndrome de “pulpo en un garaje” y, en cierto modo también, en ‘Arco de la “Victoria” desde el Faro de Moncloa’, aunque aquí el pulpo sea declarada y atrozmente diabólico; en ‘ Lágrimas en la lluvia’ hay mordacidad  y humor del bueno, made in Iborra (“Y lo peor de todo:/ te estás quedando calvo,/ te estás poniendo gordo”.):  en  ‘Old-fashioned lover boy’ el Yo poético se convierte en un metafórico amante antiguo (“¡Libros! ¡Ay, libros, libros, libros!”), mientras que ‘Movimiento natural de la población’  remite a la novela  ‘Todos los nombres de Saramago.  Las referencias son múltiples y sería prolijo entrar en más detalles. Baste la muestra que queda constatada aquí.

En la segunda parte — ‘Alfileres’ — el título apela al “haiku” ‘Alfiler’: “Busco prender / esta imagen en ti; / no me la pierdas”, que jugando inteligentemente con la homonimia del término “imperdible” ,  viene a resumir lo que Sergio pretende con esta sección del libro: formas poéticas breves, haikus sui géneris o abiertamente anti-haikus en el juego de la ironía, con la pretensión de prendernos  imágenes — ora insólitas ora urgentes—  en la retina y en el corazón a modo de flashes, en consonancia con las fotografías que nos regala el libro.

Haremos unas contadas alusiones. El poema ‘Bailarín’: “Cuando el poeta/ baila como un patoso,/trenza con sus palabras/ lo que le niegan/ sus palmípedos pies”, nos vuelve a trasladar a la identidad equívoca  del artista quizá en referencia metafórica a su admirado patituerto y cojitranco Quevedo y por ende a todo vate que como Cyrano enmascara sus carencias con la pluma y el ingenio en un eficaz juego de ventriloquía;  En el poema ‘Eternidad’ las reiteradas invectivas a la divinidad del poemario alcanzan aquí cotas sublimes :  “Como una hormiga frente al mar/ el hombre frente al universo./ Y dios frente al olvido”.

No puedo finalizar sin detenerme en el arrebatador poema dramático ‘El Gatopardo’  que clausura esta sección, escrito  a modo de diálogo teatral donde encontramos al Iborra dramaturgo, imaginaria conversación llena de escepticismo entre los dos sordos más universales de la Historia, el pintor Goya y el músico Beethoven, ambos abismados a las sombrías simas de sus pinturas negras y sus cuartetos, respectivamente, por mor de su alevosa audacia. No podía tener mejor broche de oro el poemario, que el poeta alarga en un bis como traca final digna de un apoteósico concierto musical, con el poema ‘Fuego tan caníbal’ que, como se apunta más arriba, da título al libro.

Con este bellísimo poemario, el poeta Sergio Iborra puede estar seguro de haber superado con creces la prueba de fuego, rito de paso,  que tarde o temprano, la obra siempre termina tendiéndole maliciosamente a su creador.

¡Solo salen indemnes aquellos que están llamados a perdurar!

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