Paradojas y para Juan
Gemma Serrano
Editorial El sastre de Apollinaire
Colección “Poesía”, nº 57
Prólogo de Rebeca Sanmartín Bastida
Madrid, 2021; 92 páginas
Gemma Serrano (Montalbo, Cuenca, 1973) denomina “cancionero” a su nueva creación lírica, paradojas y para Juan; tercero de sus libros, que ha visto la luz siguiendo la pauta o cadencia cronológica que bien le conocemos a la autora: dos años mediaron entre la aparición de su espléndida ópera prima, Cisne en prácticas –la mejor de cuantas, en 2017, se publicaron en España dentro del ámbito poético-, y el segundo de sus volúmenes, Escombros: casa museo (2019), obra de incómoda belleza, de ampliación de registros y decires, de humor corrosivo –por no decir sulfúreo-, y cuyo arrojo obligaba al lector, en justa correspondencia, a una visita “sin casco y a cuerpo valiente” –así tuve ocasión de revelarlo en su momento- por las azarosas habitaciones de una demolición biográfica y familiar. Otros dos años, sí, han transcurrido hasta la aparición, ahora, de un singular e interesantísimo “cancionero” que, de entrada, asume el riesgo considerable de abrazar una suerte de arqueología filológica. Pues, bastante más allá de los guiños metaliterarios recogidos en Cisne en prácticas y Escombros: casa museo, aquí se trata, si no de revitalizar, sí de poner al día, con distancia crítica, el género, tan insólito hoy, de la llamada “canción” renacentista española. Un género heredero de la antigua “cansó” provenzal –si bien fue a través de la “canzone” italiana, adaptada por Dante Alighieri, como pudo introducirse en nuestras letras, gracias al admirable Juan Boscán-; una tradición ciertamente sofisticada, como la propia Gemma Serrano no deja de poner de relieve, con buen tino: “Se compone de estancias formadas por un grupo de versos iniciales que constituyen el “fronte”, que a su vez se divide en dos partes llamadas “piede”; y de una “coda”, que también se organiza en otras partes pequeñas denominadas “verso”. Algunas canciones terminan con un “envío” (…)”. Por todo ello pasan las páginas de la obra, y también, hasta cierto punto, por la ligereza del universo de la canción. Pero, en paradojas y para Juan, todo encuentra el moderno discurso alejado del pastiche, el característico estilo de la autora, que sitúa felizmente la arqueología en una posición subsidiaria respecto a las dos cuestiones medulares: el análisis lírico de las secuelas más contradictorias tras las demoliciones de Escombros: casa museo, por un lado, y, por el otro, “la absoluta invención de la madre” –de la figura de la madre y el papel de la maternidad- que nos presenta el libro, como oportunamente adelanta y subraya su prologuista, Rebeca Sanmartín.
Juan, evidentemente, es el nombre del hijo que “se abre paso entre canciones”, del “niño invierno” a quien se le pide que crea en el regreso de las hojas a los árboles. En este sentido, las páginas tituladas “Palabras para Juan” y “Palabras desde Juan” establecen una dialéctica entre la alusión al célebre poema de José Agustín Goytisolo “Palabras para Julia” y la construcción de un discurso dadaísta que se reinventa y reordena desde la voz del hijo. Hasta la “Coda”, el volumen insiste en un perfil más bien ligero, con puntuales arranques de ferviente ternura –“que nacieras mañana / que vinieras en los viernes alados / de los atentos dioses”-, con el lindo soneto “Ejercicio y saber de caracol” por remate, y con el preciosismo del poema “Desmadre estival” siguiendo de cerca el patrón estrófico de la lira, si bien las licencias son lo suficientemente significativas como para refundar ese diálogo entre pasado y presente tan del gusto de Gemma Serrano. A partir del inicio de la “Coda” –“el niño / ha perdido los ojos y dos sílabas”-, el carácter de “cancionero” del libro pasa a segundo término, desde un punto de vista tonal y espiritual. Los derrumbes familiares y biográficos acaban creando “la fórmula del hijo en hemistiquio irregular”, y transformando a la madre en “La padre”, tal como reza el título de uno de los poemas más idiosincrásicos –por así decirlo- de toda la obra. Una “padre” que, sin embargo, no deja de sentirse madre en ningún momento, que se suma a las “madres con hijos invisibles / de hijos con partidas”, y que ha de experimentar, con crudeza, cómo “la noche en niño ausente / es doble noche”. La madre desarbolada -“que no le moje esa lluvia / que andan a flor de piel los cables sueltos”- que ha de marcharse “a nacerse sin ti / a un lugar donde las ventanas no duelan / ni tus ojos tan pequeños”. La madre “perdida”, en suma: “ser hija / sin madre / y madre / sin hijo / supera / la búsqueda / de cualquier / eslabón / Darwin”.
Quizá algo menos humorístico, en líneas generales, que el inaugural Cisne en prácticas, y mucho menos sarcástico que Escombros: casa museo, este nuevo libro de Gemma Serrano va creciéndose en el dolor, ganando en vibración y hondura hasta dar plena forma a un conjunto poderoso –en la línea de sus creaciones anteriores-, con todo su lirismo herido y su asediada inteligencia –“niño luz submarino / a contra de ceguera y de renuncia / levantas la flojera de esqueleto / en la cifra más justa // de la mano te miran ese pez abisal / y toda mariposa”-. No es de extrañar que la página más osada del volumen, el poema titulado “Revelación” –extenso, de tono apocalíptico, con vetas de escritura automática y una especie de pulsión onírica que galvaniza el discurso-, surja en unos últimos compases de potencia creciente, hasta dar con el centro mismo de las paradojas, en mitad de este bien novedoso panorama de reinvención materna: “ser / la padre / y el desmadre”.