El huerto de Emerson
Luis Landero
Tusquets editores, 2021
El texto es una novela introspectiva sujeta a otras narraciones anteriores como fueron “El guitarrista” y “El balcón en Invierno”. En todos ellos el autor se entrega a sus recuerdos y recoge a retazos los vidrios rotos de su mundo interior.
Partiendo desde Extremadura, donde en su Alburquerque natal discurrió su infancia, pero es en la capital de España donde encuentra un espacio. Fue el gran cambio del campo a las ciudades de muchas familias en un determinado tiempo de éste país. Fue un largo periplo por la geografía española bajo la autarquía de postguerra para buscarse el sustento y que supuso para todos ellos una mutación radical en sus vidas.
Llega de muy joven a Madrid con la familia, asentándose en el barrio de Prosperidad, donde su padre montó un taller de textil. El autor, por tanto, permuta su experiencia rural de la infancia a un medio urbano de un Madrid en expansión. Es un momento trascendente para sus coordenadas vitales donde se sitúan las experiencias de su adolescencia y por donde discurre y se forja su formación. Es una vida un tanto troquelada por las circunstancias.
Desde muy joven trabajó como aprendiz, simultaneando sus experiencias laborales con sus estudios de Filología. Es, por tanto, un escritor hecho a sí mismo, esculpido a su modo. Discurren en ese tiempo sus diferentes ocupaciones, sus aficiones y su formación, y compartiendo con sus impulsos vitales un cierto gusto por la literatura.
Publica su primera obra “Juegos de la edad tardía” a los 40 años después de asentar su vida como profesor en Lengua y Literatura en el Instituto en el “IB. Calderón de la Barca” de Madrid, pasadas ciertas experiencias un tanto singulares en la Facultad de Filología y en la Escuela de Arte Dramático. Alguna de ellas se citan en el texto.
Después de escribir y publicar una densa y aplicada obra, en este último relato se señalan y recogen sus experiencias vitales iniciales, la labor retrospectiva de su infancia, su mirada sobre las pequeñas cosas.
Es una evocación que se ubica en Alburquerque, en la vida extremeña que deja ver la ruralidad de un mundo donde los niños aprendieron a jugar en medio de la naturaleza, y las mujeres a peinarse y hacerse los moños según la edad y el estado civil. Este relato es quizá su versión más intimista, más que el periodo de “El guitarrista” o los retazos, a modo de lienzo, del “El balcón en Invierno”.
Es singularmente tierno volver a la infancia, en la que todos sentimos con la mirada puesta y repartida en cada una de las experiencias vividas y en otras imaginadas. Son los pequeños detalles que alumbran como símbolos cada imagen de nosotros, a caballo entre la magia y la realidad. Son los secretos y las fechorías, la poesía y el humor, las anécdotas y los personajes.
Es indudable que el autor aunque publica con una cierta edad su primera novela, deja entrever que hay un flujo subterráneo de historias que conviven con él. Esas percepciones, laten y discurren, como un cauce más o menos denso. Es un río que no cesa. Desde allí, es donde se despliegan en su biografía los mimbres sobre los cuales se dibujaran todas las señas de identidad de un sujeto. Cabe deducir que su amor por la literatura ya nace en esos primeros pasos.
En este libro, evocador de su infancia, se recogen y describen con deleite sus sentimientos más personales, poniendo especial cuidado en un lenguaje sencillo, denso y cuidado, lo que indica el conocimiento del oficio. Es el camino de la vida en una única dirección.
Desfilan por el texto innumerables personajes llenos de vida, mujeres duras y trabajadoras como su tía y su madre, que sostienen a la familia, novios como Florentino y Cipriana, Pache y su boliche, hombres callados reveladores de secretos insospechados, cachazudos, lentos y potentes. Ellas laboriosas y abnegadas.
Todos son meditados recuerdos de un repertorio dictado al amor del fuego o al anochecer al amparo del parral de la puerta de casa. Son casas con parrales en el portalón de la entrada, corrales y recovecos donde se albergan misterios. Es de ese bazar de la memoria de donde surgen los recuerdos como retales de uno mismo
La vida puede ser breve pero la memoria no se acaba nunca, bien lo sabe el autor que los atesora con esmero en un relato memorable. Sabe interpretar cada uno de ellos, respetando los silencios y degustando los minimizados detalles. Es una prosa animosa, meticulosa y cultivada con esmero. Laten en sus palabras la fuerza de la tierra, el relato sosegado y el vigor y el valor de los objetos. Es como un huerto fecundo y frágil, de ahí posiblemente el título de la obra. El propio autor recuerda los “Ensayos escogidos” de Ralph Waldo Emerson que recoge lo que podría denominarse filosofía trascendental americana, que tuvo en Walt Whitman su mejor expresión, libro que el autor reconoce leyó en sus años mozos, y que supo troquelar su adolescencia, y del que reconoce además que guarda considerable influencia.
Entre las mondas de ese huerto que describe y que cultiva, el autor nos deja un impecable relato de sí mismo y de su pensamiento, de sus lecturas y de su atinada labor como profesor, su capacidad para influir, como la luz atravesando las vidrieras tornasoladas de las catedrales cuando iluminan el espacio. Es en esa mezcla poética y soñada, donde el lector se cimbrea. Es literatura en estado puro. Porque la mezcla contempla los frutos de su huerto aderezados por los conocimientos adquiridos en su senda vital. Sabor a remanso, a narración poética y a sueños perdidos. Es reflexión y belleza. Son deudas puestas al cobro de su propia existencia.