noviembre de 2024 - VIII Año

‘Derbi’, de Elías Gorostiaga

Derbi
Elías Gorostiaga
Ondina Ediciones, 2021

Derbi, como seguramente saben, es una emblemática marca de motos que a partir de la década de los 60 del siglo pasado estuvo muy presente en nuestros pueblos y ciudades. Algún modelo de la marca fue conocido con el sobrenombre de Derbi currela, pues para muchos currantes fue un medio de transporte asequible para ir a trabajar en aquellos tiempos de ausencia de libertades y planes de desarrollo que, con sus luces y sombras, iban mejorando la calidad de vida de los españoles. Asimismo, motos fabricadas por esta marca, como la célebre Derbi Diablo, fueron el sueño de muchos jóvenes en los años de la transición a la democracia.

Ahora, gracias al buen hacer del poeta Elías Gorostiaga, Derbi es también un libro de poesía. No es de extrañar, porque haber ido acumulando experiencias vitales de diversa índole teniendo como compañía de andanzas y lances a una Derbi, haber recorrido las carreteras de nuestro país en una de esas motos en busca de aventuras más o menos intensas, o simplemente atesorar esta máquina como epicentro de los episodios que van conformando las edades de una vida, la convierte sin duda en un preciada fuente de material poético.

El poeta Elías Gorostiaga (Elías Prieto Saénz de Miera, o sea), es autor de varios poemarios: El castillo de aire (1983), Tierra de invierno (2015) y Cuerdas de plata (Premio Internacional Diario de Jaén 2020). En 2021 publicó Derbi bajo el sello Ondina Ediciones, obra prologada por Avelino Fierro. Un libro donde emergen vivencias colmadas de intrepidez y rebeldía, así como coyunturas y trances que forjan la personalidad y, en ocasiones, condicionan el rumbo a tomar.

Desde la adolescencia hasta una edad más tardía, Derbi son viajes en moto y, al unísono, un itinerario existencial plasmado en 34 poemas espléndidos. Su lectura nos conecta con un tiempo, unas circunstancias históricas y una sociedad en transformación que convergen en el relato lírico de estos poemas. Un escenario que no será ajeno para quienes nos encontramos más próximos generacionalmente al autor. Y para el público lector más actual, poesía sobre ese aprendizaje siempre inconcluso que es vivir. Solo se echa de menos en estos versos una imaginaria banda sonora de fondo, preferentemente rock & roll y pop de los ya lejanos años 70 y 80 de la centuria anterior.

La primera parte de este poemario nos habla de los días luminosos de la temprana juventud, cuando todo es exploración y sorpresa, hallazgo y exaltación: la historia de ‘Pepe, el borracho’, a quien tocó la lotería por obra y gracia de una lagartija apresada, y luego se echó una novia venezolana que vino “…en el autobús de Fernández, / con un traje de lunares, unos zapatos y un bolso de piel.”. Esa época en la que “Nuestros padres no nos querían, / nosotros no queríamos las iglesias, / ni el orden / ni la ley, / solo queríamos chicas, cigarrillos y cervezas.”

Vinculados a una geografía reconocible y propicia: Villamañán, Mansilla, León, San Andrés, Valencia de don Juan,… los poemas de este libro rememoran un mundo ilusionante y sin lindes que un día el poeta hizo suyo: “Todo era nuestro, / las huertas de las vegas, / las cuestas del río, / entrar a las bodegas, romper el vino”. Versos que reviven aquel ver pasar la vida con el entusiasmo e hilaridad propia de la juventud que, casi sin percatarnos, se va esfumando con el transcurrir de los años: “Nada nos divertía más que vernos ir y vernos volver, / beber cerveza en medio de la jungla, / comer pipas, / escuchar aquellas canciones de tres minutos / sin esperar nada a cambio.”… y tal vez el germinar de la atracción y posiblemente del querer: “Quizá era ella la chica más bonita.” Ese tiempo en el que ciertas frases resonaban como sentencias: “No llegarás a nada”. Pero hay estaba -lo está en estos poemas- la flamante Derbi para conjurar cualquier mal augurio y retar al albur: “En aquel tiempo montaba en la Derbi, / por los caminos de aquí para allá.”

Ocho poemas conforman la primera parte de este libro, bajo el título en latín In illo tempore. En efecto, porque para el poeta “Hubo un tiempo y yo montaba en Derbi, / la guardaba entre las hierbas, bajo la encina, / con una manta vieja de pastor”. Sí, con sus imposturas contestarías, anhelos y horizontes lejanos, hubo un tiempo radiante: “Eran los años felices, después, vinieron otros”.

Tras ello, llegamos a la segunda parte, Carpe diem, vivir el momento. Trece poemas escritos como los anteriores con un estilo directo, un léxico actual y un ritmo que imprime armonía a estos versos repletos de vitalidad y cierta añoranza. Poemas honestos, donde el autor descubre su sentir más íntimo. Es ahora cuando el amor y la pasión se muestran sin paliativos: “Muerdo cada curva y te siento pegada a mi espalda. / Sonreías nena, recuerdo que sonreías a todo gas, / sin importarte el final. /…/ Se hizo de noche y seguimos sin mirar atrás / hasta que nos dolía la vida.”.

Versos en los que regresando al pasado el poeta apuesta por apurar vida “hasta quedar sin aliento”. Vida que es desafío, intento a veces infructuoso de conjugar deseo y realidad: “Y tú me dices que sí, pero no vienes. /…/ Siempre dices que sí, nena. / Y ese sí, es un no eterno, termina siendo un golpe blando / que no deja de doler.”  También sinsabores, heridas, tragos amargos: “De ese páramo infectado de amapolas / nada me hablaste, / nada me hablaste nunca del vacío, allí, donde entre las / tierras / y esa piel blanda por el barro, donde enterrabas nuestro tesoro y las palabras.” Versos estos en los que como ha sabido ver Avelino Fierro, se halla una de las claves principales de este libro. Poesía para descubrir a la otra persona en nosotros mismos.

Son el saber de un poeta que ha vivido, congregándose en las páginas de Derbi, hasta asomarnos a la tercera sección del poemario donde adquirir conciencia de que el tiempo se escapa sin remedio, Tempus fugit, huye irrefrenable y pasa su factura. Es por tanto el momento para poemas que evocan, por ejemplo, la historia de Juanita Marqués, hija del boticario; un paseo con “mi hermano Ramón”; al amigo que sigue “con su pijama a rayas, / como un proscrito”; a Marita que, a pesar ver crecido el río, “sabe que el agua / nunca llegará a las casas del pueblo”; o aquellos días que retornan cuando “Veo pasar a esos muchachos con esas motos nuevas, / a todo gas,”. Ahora es la hora de echar “hojas secas a la chimenea” y pasar “largas horas mirando el fuego”. Poemas en los que se mezcla cotidianidad y ensueño, remembranzas y ese estar en un presente que es un lugar afable de ocho vecinos apenas.

Diáfana, rotunda e inconfundible, la voz poética de Elías Gorostiaga se dirige hacia la conclusión de este poemario, no sin volver a ese icono que ya es casi reliquia venerada: “Hoy he ido hasta el encinar del Monte Pequeño. / Encontré mi vieja Derbi, / todavía tapada bajo la manta como una mortaja.”, escribe el poeta que va haciendo balance: “Arriesgué todo lo que pude y resistí la vida, / solo.”

Por todo lo dicho, leer este notable poemario de Elías Gorostiaga es una elección acertada, asumiendo que «nada es casual en la vida de los hombres», según señala el poeta, o intentando revivir entre estos versos aquellos años felices cuando fantaseábamos con ser, como decía una canción de Loquillo, una ‘rock & roll star’. Ustedes mismos.

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